Los riesgos de la indignación
EL CORTEJO NUPCIAL HELADO EN LA NIEVE Por Ismaíl Kadaré-(Alianza)-Trad.: R. Sánchez Lizarralde-150 páginas-($ 19,50)
Ismaíl Kadaré, considerado el mayor escritor albanés de todos los tiempos, demostró -y sigue demostrando- en su ya extensa obra un talento proteico. Hurgó con perseverancia en los mitos ancestrales de la tradición literaria, básicamente oral, de su país ( El viaje nupcial ), se dedicó a la epopeya histórica con toques kafkianos ( Los tambores de la lluvia ) o a la fantasía burocrática ( El palacio de los sueños ). Kadaré vivió buena parte de su vida bajo la paranoica, insólita dictadura de Evar Hokxa y se volvió, como tantos artistas para eludir la censura, un maestro del escamoteo. Su artilugio dilecto son las alegorías que hablan de las raíces de un pueblo, pero también de su presente.
Pero El cortejo nupcial helado en la nieve , singularmente, no se parece a ninguna de las obras aludidas. Es breve y lacónica, un relato escrito bajo el candente influjo de los hechos. Como la acción transcurre fuera de las fronteras de su país -y en territorio caro a la sensibilidad albanesa-, también pudo permitirse ir al grano sin mayores pruritos.
El resultado no se hace esperar: tal vez sea una de las novelas menos interesantes del autor. Kosovo, zona de conflictos milenarios y de gran actualidad, es el telón de fondo. Pero a su favor debe decirse que, a diferencia de sus Tres cantos fúnebres para Kosovo , se trata de una traducción tardía. Fue escrita en la primera mitad de los ochenta y hace referencia a la cruenta y brutal represión serbia contra una manifestación independentista de albaneses kosovares en 1981.
La acción abarca veinticuatro horas y tiene como protagonistas a Teuta, una médica, y su marido, Martin, un intelectual, ambos de origen albanés. En el hospital, contra lo ordenado por las autoridades serbias, fueron atendidos muchos de los heridos y víctimas de la manifestación.
Aparecieron camas extras antes de que ocurrieran los hechos y las ambulancias salieron en busca de heridos. Una larga sesión de investigación burocrático-partidista en el hospital dejará en claro las previsibles tensiones entre serbios y albaneses, y las divagaciones independentistas de Martin permitirán que el lector se adentre en el imaginario de la cultura albanesa, de sus canciones de gesta y sus leyendas. El talento de Kadaré puede advertirse en su infrecuente capacidad para -en tan escasas páginas- pintar, con unos pocos trazos, un puñado variopinto de caracteres. Y también para rozar a dos personajes apenas vislumbrados, Shpend y Mladenka, que son también un símbolo, suerte de Romeo y Julieta de etnias distintas.
Pero de algún modo la indignación parece jugarle a Kadaré, en términos literarios, una mala pasada. La saga medieval que desempolva -la de una pareja similar a la actual que nunca llega a reunirse por los azares climáticos- parece una excusa para que esta obra menor no desentone con el aliento del resto de su producción, pero hace gala de una ambigüedad que justifica la imposibilidad de convivencia de dos pueblos en un mismo suelo. Lo peor no es el chauvinismo solapado. Con ese artilugio anula y desprecia a los que deberían haber sido los verdaderos personajes trágicos de la novela, aquellos dos que parecían superar a través del amor los rencores milenarios. Su propio proceso de mitificación queda así haciendo equilibrio sobre el vacío. En El cortejo en la nieveÉ , Kadaré, dejando la alegoría en un plano subsidiario y funcional, se dejó llevar por la denuncia apenas travestida, casi proselitista. Arrebatado por una comprensible indignación se dejó engullir, con mansedumbre, por la peor de las didácticas.