Madurez y esplendor poéticos
UN audaz giro en relación con su obra anterior, que obtuvo premios Nacionales, Municipal y del Fondo de las Artes, propone este quinto poemario de la también ensayista, traductora y periodista María Victoria Suárez.
Siempre desveló a esta autora la esencia de la identidad y su posible sentido último. Ya en Intención de verde (1977) y La casa de Heráclito (1982), interrogaba con angustia al dios, al daimon o al logos que palpita en el dorso de lo fáctico, en el desconcertante existir de los objetos de la realidad ("Hay muertos en la tierra, / hay el lomo negro español de este Quijote // Sobre el mantel de lino está el enigma..."). Con un disfraz de merodeo (1986) recogió, en mayor grado aún, la tenaz presencia de la Muerte -la "Morena", la "Dueña"- y de un miedo soterrado: "este lugar / oscuro/aterra más / que la cara oculta / de la luna." La poeta volvió a llamar a la "Morena" en Jardín Paterno , de 1990, donde también fulguraba el reino de lo secreto: "por qué / vestir fantasmas[...] / los huesos son la última voluntad".
Esa sintaxis tajante, pero abierta en sugerencias, cobra en Vida de viuda una concisión extrema, junto con un humor casi inédito y a un ritmo de jadeante síncopa. Además, irrumpen aquí apuntes prosísticos de impecable belleza formal; ellos completan los poemas, cuyo esplendor no se entrega de buenas a primeras al lector impaciente. "Si hay algo opuesto en este mundo a la vida de viuda es el oficio de viuda, de extendida práctica", ironiza un apunte de este libro en memoria del marido, Luis Justo. Otro evoca un sueño ("Entró en el campo visual -saco de tweed, remos y mirada fija en ella desde un bote- estilo retrato del Greco por lo aguzado"), concebido como un texto al que se le añaden notas: "Está claro -apunta- que la viuda se ha tomado su tiempo para aparecérselo." Los poemas que le siguen -de oriental brevedad- despliegan la escena de esa aparición: "Un árbol acontece / más verde/ si torcazas", "De torcazas / brotó / y a sorbos vino / Mnemosine".
Y están los sobrios homenajes a Molinari, a Girri y a Eliot, cuyo Prufrock visita el poema "Insumiso espectro", donde se designa el mar por su nombre griego: "Alguien llamaba: /¡Talasa! ¡Talasa! / Y el mar era un animal enorme de amor / y acudía. / Después hubo bajante hasta que Prufrock / de lanilla en Bristol / besó el muslo / de nadadora del agua primordial".
Por el libro cruzan ráfagas, faxes, avistamientos. Este poemario ejemplar reúne puntadas de lo cotidiano -un bidón, un tren, un ciclista, el recuerdo como en film de un viaje en un Ford 38-, que reencarnan el pasado vívidamente y con sobria emoción, pero sin nostalgia. El presente impera al fin, en un refrescante lirismo que hasta incluye quiebres verbales novedosos, cuasi gongorinos.