Más allá de los clásicos
EL VIAJERO INSOMNE Por Sandro Penna-(Melusina)-Trad.: Edgardo Dobry-70 páginas-($ 12) IDILIOS DOMESTICOS Por Attilio Bertolucci-(Melusina)-Trad.: R. Herrera-98 páginas-($ 12) POR UN SEGUNDO O UN SIGLO Por Maurizio Cucchi-(Brujas)-Trad.: E. Nicotra-165 páginas-($ 10)
La poesía italiana de los últimos años ha renunciado a la gran arquitectura de la lírica de la que nace y se alimenta y en la que, desde Petrarca hasta Montale, nos era posible seguir escrupulosamente los estadios del alma del poeta y sus maneras de enfrentar los grandes temas del universo: la relación entre la vida y la muerte, la vocación salvífica del amor, la soledad desesperanzada del sujeto y, en fin, las dudas religiosas y existenciales que aquejan al hombre. Todo ese sistema conceptual que acababa siempre en la constitución del cancionero, no como colección o antología poética sino como forma programática de pensamiento constante y progresivo de la relación del poeta con su propia poesía, entra en crisis con la aparición, en los últimos años en Italia, de una lírica menos orgánica, menos ambiciosa y menos trascendental.
En 1971, Montale, en su libro Satura, había despertado por primera vez la sospecha de que una poesía ligada a tales problemas y a semejantes preguntas del hombre no podría sobrevivir en el mundo de las comunicaciones de masas, no obstante el prestigio de su noble tradición. Desde entonces, la lírica nos ha presentado personajes despojados de una voz oracular y eximidos de toda misión reveladora de una verdad mágica y única. La poesía del presente es, en pocas palabras, la poesía de la cotidianidad. Ahora bien, lo cotidiano no está exento de dolor ni de modestas grandes empresas humanas. La lírica de hoy ya no indaga en los clásicos misterios sino en la no menos curiosa casualidad e irreversibilidad con que se resuelve el encuentro del hombre común con el mundo que lo rodea.
La poesía de Sandro Penna (Perugia, 1906 - Roma, 1977) es, en este sentido, representativa de una sensibilidad que en pleno siglo XX manifestaba la urgencia de lo nuevo. En su último libro, El viajero insomne (1977), Penna compone una serie de cuadros breves en que la voz del poeta emerge para describir con trazos rápidos y concisos un estado de ánimo pasajero, aunque denso y significativo. "El viajero insomne/ cuando el tren se detiene/ un instante a la espera/ de retomar el aliento/ el suspiro siente/ de aquel oscuro pueblo/ en un acorde breve..." En esta poesía están condensados los indicios de esa nueva modalidad poética que Penna cultivó magistralmente: el viajero insomne es el poeta que vela despierto ante los hechos que acaecen sin pretender interpretarlos de manera totalizadora. Al final del libro, que es el final de su carrera como poeta, Penna nos deja una composición dedicada a Montale, en la que se describe a sí mismo solitario un domingo por la tarde, ante una multitud anónima que sale jubilosa del estadio. La ocasión le sugiere al poeta los siguientes versos: "Ya no me acuerdo de quién soy./ Sin embargo morir me desagrada./ Morir me parece muy injusto./ Incluso si ya no me acuerdo de quién soy". Ninguna otra poesía puede sintetizar mejor la actual condición existencial, en que la muerte, que ha perdido hace ya bastante su dimensión heroica y trágica, no halla justificación alguna a pesar de nuestra irremediable inconsistencia.
Sandro Penna publicó Poesie (1939), Appunti (1950), Una strana gioia di vivere (1957), sucesivas ediciones de Poesie, que modificó en el tiempo, y por fin, El viajero insomne (1977). La crítica ha señalado con insistencia la ahistoricidad constitutiva de su poesía, en la que se destacan la busca de una expresión simple y condensada, la repetición intermitente de temas y motivos homoeróticos y la convicción de la autonomía absoluta de cada poesía, que lo condujo a un monolingüismo lírico que dejó numerosos adeptos en Italia.
De otro tenor son los Idilios domésticos de Attilio Bertolucci (Parma, 1911 - Roma, 2000), que Ricardo Herrera nos propone en una deslumbrante traducción y con una notable sensibilidad poética que recrea colores, sonidos y ritmos del original. El título que Herrera le asignó a la antología proviene de una temprana composición del poeta parmesano incluida en su libro Fuochi di novembre. Dos acepciones de "idilio" convergen en Bertolucci: la de breve composición de un paisaje rural apacible y calmo, de evidente raíz virgiliana y luego patrimonio de Carducci y Pascoli, y la idea de esbozo paisajístico y existencial con que Leopardi enfrenta a su Recanati natal. Los "idilios" de Bertolucci son viajes en la memoria del poeta, viajes que tienen por objeto no tanto la evocación del entorno familiar sino la reconstrucción proustiana de estados de ánimo con que repensar el presente.
Versos de una reposada belleza ("ahora el día se aquieta sobre toda/ la llanura, hasta donde la ciudad,/ entre el desnudo tronco de las plantas/ se ve --cerrada ensoñación, secreta--/ con sus rojas y grises casas mudas") alternan con otros versos de una contagiosa alegría infantil: "Un lugar se parece a la gota en la mente/ del niño, en esos días en que la golondrina/ se va y vuelve.../ Al fin llegamos donde queríamos".
La descripción de la campiña no es nunca un acto de provincianismo localista, sino la confirmación de un acto de fe estética en el mensaje de carácter universal que se desprende de la realidad circundante. La reaparición inisistente de la vida de provincia no debe interpretarse como una vocación antimetropolitana, sino como signo de la compenetración del poeta con su paisaje interior, cuya luz y cuyo ritmo cotidianos han nacido de la experiencia de vida en los campos. Pero en Bertolucci no todo es mera descipción de lugares. En "Hacia Casarola", el poeta narra el episodio de la fuga de 1943, tras la invasión alemana, junto a su esposa y al pequeño Bernardo, el actual director cinematográfico. En dicha poesía, más que en ningún otro poema, aparece la conjunción inescindible de la familia, protagonista de su obra: "quiénes mejor que un hombre y una mujer en edad/ de amarse y de amar el fruto del amor,/ hubieran podido elegir/ repensando en ese cálido día de septiembre, el camino/ para la salvación del alma y del cuerpo, enlazados/ estrechamente como esposo y esposa en el abrazo?"
La poesía de Bertolucci es, como la de Penna, difícil de situar en el panorama de la producción italiana del siglo XX, por la sencilla razón de que sus obras, más que seguir una escuela o una corriente, se han perfeccionado en el tiempo favoreciendo el hallazgo progresivo de una voz propia. Bertolucci ha escrito Sirio (1929), Fuochi di novembre (1934), La capanna indiana (1951), Viaggio d´inverno (1971), Verso le sorgenti del Cinghio (1993), La lucertola di Casarola (1997) y, en dos partes, su novela familiar en verso, La camera da letto (1984 y 1988).
Representante de la ultimísima poesía es, en cambio, Maurizio Cucchi (Milán, 1945), cuyo reciente libro Por un segundo o un siglo ha sido traducido y analizado escrupulosamente por Esteban Nicotra. La poesía de Cucchi responde plenamente a la idea de cotidianidad de la que hablábamos al principio. El poeta que se pasea entre los hombres y los lugares (no faltan alusiones a un viaje por la Argentina) observa y escribe: lo que resulta es un cuasi diario que registra en versos narrativos lo que el ojo del poeta capta. La poesía, con la que el sujeto (o lo que queda del sujeto) recoge las migajas de la vida es, en fin, testigo implacable de su tiempo. Como en cualquier diario personal, en la obra de Cucchi no hay unidad, no hay organicidad ni sistematicidad, pero tampoco hallamos en su libro el diseño autocomplaciente de una individualidad escindida. El lector está simpre presente como testigo privilegiado de esa vida que se desanda "indolente".
Tiene razón Nicotra cuando afirma en la introducción al libro que la poesía de Cucchi parte de la idea de la muerte, en realidad, esa idea parece no abandonar nunca la obra. Aunque la primera parte ahonda esporádicamente en algunas imágenes de la niñez que retornan, Cucchi se encarga de aclararnos: "Siempre he pensado que el final/ es más importante que el inicio/ pero si el fin se vuelca en el inicio/ renazco renovado". No es casual que a tal declaración de principio siga una entera secuencia de poesías de viajes y una significativa colección de poesías líricas, en las que el poeta, con un tono sarcástico que lo vincula con la notable tradición de escritores lombardos (Sereni, Raboni, Giudici), exclama: "He disipado arte, talento, fantasía/ indiferente a la acción, a la obra, al dominio/ he preferido la quietud horizontal, la espera/ ... / He disipado mucho, pero aún estoy aquí,/ enamorado e indolente".
Maurizio Cucchi ha escrito Il disperso (1976), Meraviglie dell´acqua (1980), Glenn (1982), Poesia della fonte (1993) y L´ultimo viaggio di Glenn (1999). Para Niva Lorenzini, una estudiosa de la poesía contemporánea en Italia, el estilo de Cucchi nos recuerda con empatía esas inciertas voces enajenadas "grabadas en una vieja cinta defectuosa".
Penna, Bertolucci y Cucchi son tres poetas imprescindibles de la lírica italiana posterior a la hegemonía de Montale. Es realmente saludable que textos estos tres autores de altísimo vuelo puedan llegar finalmente al público argentino en impecables ediciones bilingües y de la mano de notables traductores y poetas.
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