Matiné, sin restricciones
Desde la imaginería de la niñez, Liliana Porter indaga en los vericuetos de la existencia, pinturas, dibujos y video reunidos en Ruth Benzacar; detrás de la perfecta armonía hay un mundo cruel, perverso
Tiene una voz cantarina de adolescente y es probable que jamás se tiña las canas que contrastan con la frescura de su piel morena. Liliana Porter está de vuelta en Buenos Aires para mostrar un universo narrativo creado a partir de objetos, muñecos, piezas de cotillón y baratijas, a las que resignifica en un relato que no tiene nada de ingenuo. Matiné se llama el video que da nombre a la muestra y reúne, a la manera de los cortos de una función vespertina, 21 fragmentos de un cosmos que Porter conoce muy bien. En los años ochenta comenzó a frecuentar a Mickey Mouse y a la estelar Alicia en el País de las Maravillas, que, junto con el pingüino y un pollo de pelo erizado, se volvieron habitués, protagonistas de una obra que deriva de lo abstracto a lo narrativo; de lo infinitamente mínimo a la inmensidad del gesto donde se juegan la vida y los afectos; el presente y el futuro.
Si como decía Piero de la Francesca la vida de un artista es la búsqueda de un estilo, una "manera", Porter ha encontrado la suya alimentada por una tradición familiar que la liga al cine -su padre fue guionista de Tato Bores, entre otros-; a la literatura, su abuelo imprimió la revista Martín Fierro, y al arte, que, en su caso, es la vida misma. "Me pasaron cosas -dice, y mira a través de unos lentes con montura de buen diseño-; algunas terribles, pero siempre el arte estuvo ahí." Siempre, en su caso, quiere decir siempre. A los 12 años comenzó la Manuel Belgrano, cursada como un bachillerato con el acento puesto en el arte. Se fue a México a visitar a la familia, y a los 16 montó su primera muestra; de regreso hizo la Pueyrredón y la Escuela de la Cárcova. A los 23 se fue a Nueva York y se quedó para siempre. "Era una fiesta estar en los sesenta en Manhattan, ahí pasaba de todo. Estaban las mejores galerías, como Bonino que era buenísimo. El arte era un solo: Bonevardi, Noé y Niki de Saint Phalle y Naum Jum Paix... Esa idea de arte latinoamericano la trajo Nixon porque le convenía por razones políticas".
Vistos desde una distancia prudencial, sus cuadros parecen pinturas abstractas, blancas e impolutas atravesadas por un trazo de carácter gestual y mínimo (Porter es minimalista avant la lettre). Visto de cerca, ese trazo encierra una historia, una narración poblada de personajes descubiertos en hechos heroicos o en mínimas hazañas cotidianas, como barrer, pintar y limpiar. Hay un pingüino de bazar derrotado por un derrame de pintura, ¿o es petróleo?; en medio de la nada está un hombrecito pequeño , empeñado en montarse a una escalera que no conduce a ninguna parte.
Liliana Porter está en la madurez de su producción y lo prueba en Matiné su cuarto video. Segura de sí misma, se permite mostrar el revés de la trama, el cómo hace lo que hace, tal como sucede en la animación "manual" del golfista de cotillón, articulado sin que la cámara oculte el proceso. Escuchar a Porter es recuperar la voz de una artista originalísima que hace del humor corrosivo y, hasta perverso por momentos, una de las claves para interpretar el mundo arrasado, como sucede en la catarata roja , ¿sangre?, que lleva en su torrente imparable todo lo que encuentra a su paso. En algún momento de la conversación dirá que el tsunami "real" está en el comienzo de esta serie, a la que ha bautizado con un título antiguo e infantil: "Matiné". La hora de las películas sin restricciones; una función para ver repetidas veces con noticiero incluido. La música es de Sylvia Meyer. En algunos tramos presta una voz deliciosa, tierna, ajena a la tragedia que acontece en ese microcosmos de muñecos ahogados en una catarata color púrpura. Porter llama "dislocaciones" a estos choques inesperados donde lo aleatorio se convierte en central. Prueba de ellos es la triste secuencia en la que se confirma que Mambrú nunca volverá de la guerra, mientras su cabeza frágil de cerámica barata rueda sin destino.
Forzando el límite entre lo ingenuo y lo terrorifico, "Matiné" confirma que el horror es más terrible cuando viene del entorno más cercano; basta recordar la historia perversa del austríaco criminal que violó y encerró a su hija, protegido por las paredes de su propia casa. Los muñecos y baratijas son parte de la historia de Porter. Los encuentra sin buscarlos y tampoco sabe cuál será la próxima escala. Estos destellos de genialidad se extienden al piso bajo de la galería Benzacar, donde vuelve a imperar la lógica del juego. Los muñecos adulterados por un disfraz buscan descifrar su propia identidad: sucede así con el conejo dibujado a mano alzada, que en menos de un segundo se convierte en un tigre. Liliana Porter nació en el Hospital Rivadavia, en el seno de una familia llegada de Ucrania, ligada a la cultura y al trabajo. Es la primera artista visual del grupo familiar. Santiago Porter, su sobrino, sigue esa ruta. Es fotógrafo.
© LA NACION
FICHA. Matiné