Mensajes sobre el fuego del infierno
El viaje que nunca termina: correspondencia, de Malcolm Lowry (Tusquets),muestra la soledad, el humor, el miedo y la inteligencia desesperada del hombre que escribió Bajo el volcán, una de las grandes novelas del siglo XX
"Hay mil escritores que pueden crear personajes convincentes hasta la perfección por cada uno que pueda decir algo nuevo sobre el fuego del infierno. Y lo que yo digo es algo nuevo sobre el fuego del infierno". La afirmación pertenece a Malcolm Lowry (1910-1957) y está incluida en una carta que el escritor inglés envió al editor Jonathan Cape para defender el original de su novela Bajo el volcán (1947) de las críticas de un asesor editorial. Quienes no hayan leído esta novela, considerada con justicia una de las obras decisivas del siglo veinte, supondrán en su autor una desmesurada jactancia. Y aquellos que fueron alcanzados por su desgarrada belleza pero ignoran las huellas autobiográficas que la obra ostenta en cada página sospecharán que Lowry era propenso al tremendismo. Ni vanamente pretensioso ni trasnochadamente romántico: Malcolm Lowry pasó por la vida marcado por una forma de divorcio del mundo que lo llevó a buscar en paisajes y culturas disímiles y en una incurable adicción a la bebida lo que no supo encontrar en sí mismo, salvo a la hora de escribir.
Lamentablemente, esa hora -la gracia incómoda que le permitía regresar del infierno para contarlo- le fue retaceada a menudo y lo que alcanzó a escribir no estuvo a la altura de su ambición. Otra sed -¿de gloria, de redención, de belleza?- le impidió contentarse con una obra con la cual muchos otros se habrían conformado: la novela juvenil Ultramarina (1933), unos cuantos poemas, el volumen de relatos -de calidad despareja pero enorme intensidad- Escuchadnos, Señor, desde el cielo, tu morada , más de setecientas páginas de la novela inconclusa Oscuro como la tumba donde yace mi amigo (editadas y publicadas póstumamente); y, además de una novela perdida en un incendio, cartas, centenares de cartas con las que Lowry intentó restañar su irreductible incapacidad para comunicarse con el mundo de otro modo. Las suyas no son cartas de circunstancia o, si se prefiere, Lowry fue uno de esos raros escritores de tiempo completo, capaz de convertir cualquier circunstancia en materia literaria. El propio autor era tan consciente de ello que guardaba los borradores de casi todas sus cartas, cuyas versiones definitivas solía enviar a lápiz, a veces omitiendo la fecha y la firma y a menudo adornándolas con dibujos que subrayaban el humor y la ironía con que solía pensarse a sí mismo. Y, en más de un caso, las incluyó en su obra de ficción o en su poesía. Las aproximadamente setecientas cartas suyas que se conservan fueron publicadas como Cartas completas (1995), en dos volúmenes de casi mil páginas cada uno, al cuidado de Sherrill E. Grace. La escrupulosa tarea de traducción, selección, prólogo y notas que Carmen Virgili, especialista en la vida y la obra de Lowry, hizo de esa frondosa edición permite suponer que se trata de una síntesis representativa.
Virgili dividió con acierto las cartas en secciones que corresponden a los puntos de inflexión más salientes en la vida de Lowry: desde su adolescencia hasta su primer viaje a México (1926-1936); su estadía en ese país, crucial, ya que de ella surgió Bajo el volcán (1937-1938); su traslado forzoso, por mediación de su padre, a una clínica de Los çngeles para desintoxicarse y luego a Vancouver, Canadá, donde conoció a quien sería su segunda y definitiva esposa, Margerie Bonner (1939-1940); desde su instalación con Margerie en una solitaria cabaña sobre una paradisíaca playa cerca de Dollarton, Canadá, hasta su segunda visita a México (1940-1945); su desastrosa estadía en México, donde recibió la carta de Jonathan Cape con el informe desfavorable sobre Bajo el volcán que lo llevó a intentar cortarse las venas y luego a la memorable carta en defensa de su novela (1946); las repercusiones consagratorias de la publicación de Bajo el volcán , un viaje por Europa y el regreso a Dollarton (1947-1950); los últimos años en Dollarton, marcados por un deterioro irreversible (1951-1954); un viaje por los Estados Unidos y Europa que culminó con la radicación en Sussex, Inglaterra, donde Lowry, esperanzado por una nueva cura de desintoxicación, encontró la muerte por exceso de barbitúricos luego de una borrachera feroz (1954-1957). Cada sección está presentada por un comentario de la compiladora que, complementado con el prólogo, las notas y una ajustada cronología, permite leer las cartas correspondientes en su verdadera salsa: el caldo espeso y frecuentemente alcohólico en el que se abrasó la vida de Malcolm Lowry. El conjunto permite percibir la estatura literaria del escritor, la dimensión de sus padecimientos y el modo en que éstos se entramaron indiscerniblemente en su obra.
En estas cartas admirablemente escritas, laten la soledad y el humor, el miedo y la inteligencia, la exquisita erudición y la necesidad de afecto de un hombre angustiado y un escritor seguro de sí mismo, capaz de planificar un ciclo narrativo de seis novelas que se titularía El viaje que nunca termina y que no pudo cumplir. Justamente ése es el título elegido por Virgili para esta selección publicada por Tusquets. Quien se anime a recorrerla se encontrará con todos los registros de una voz poderosa incluso cuando se quiebra y sólo puede pedir auxilio. Dentro de esa rica variedad de tonos, se destacan el desenfado y la suficiencia con que se dirige por primera vez a Conrad Aiken, con quien tuvo más tarde una relación filial y contradictoria: "He vivido sólo diecinueve años, y todos ellos más o menos mal". La mezcla de ternura y afán posesivo para con su primera mujer, Jan Gabrial: "Al final todo vuelve a mí, he robado tu destino y lo he metido en un cofrecillo". El tono paranoico de sus cartas a Juan Fernando Márquez, el amigo mexicano en quien se basó Lowry para los personajes del doctor Vigil y de Juan Cerillo y cuya muerte (fue asesinado a la salida de una taberna mexicana, como el cónsul de Bajo el volcán ) lo llevó a escribir Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. Las conmovedoras cartas a Margerie Bonner, su segunda esposa, de quien estuvo separado varios meses a los pocos días de casarse con ella y a quien siguió escribiendo casi a diario durante los catorce años que vivieron juntos en la cabaña de Dollarton. La sincera humildad con que reconoce, ante unos amigos, las fallas de su primera versión de Bajo el volcán : "me doy cuenta de que lo que escribisteis sobre el manuscrito es justo y acertado: el texto, en efecto, es confuso". La seguridad magistral con la cual, en cambio, defiende ante Jonathan Cape la versión ya definitiva de su novela: "El libro fue proyectado, contraproyectado y fundido de modo que pudiera leerse un número indefinido de veces, sin que se agoten, no obstante, todos sus significados, todo su drama o toda su poesía". Las cartas, cínicas o humilladas, a su padre autoritario y lejano: "Hay un lado de la Luna que siempre se oculta a la Tierra, y esta carta es como un intento de entrar en contacto contigo desde ese lado".
Siempre personales, sin renunciar nunca a los protocolos de la literatura, las cartas de Lowry invaden el ánimo de quien las lee con la doble eficacia de una inteligencia desesperada. Desde la primera, deliciosa e insolente, escrita por Lowry a los 16 años, en defensa de un relato suyo publicado en la revista estudiantil Fortnightly , hasta la alentadora calidez de la última, que el escritor ya consagrado dirige a su joven discípulo David Markson, este libro dibuja una parábola hecha de dolor y de lucidez, de debilidad y de grandeza, como el trazo de un cometa a punto de disolverse en la nada.