Música de helicópteros: el hit del verano
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En su notable documental fake de 2002 Mariano Llinás se encargó de subrayar el absurdo que late bajo el verano argentino en todas sus variantes: desde la costa atlántica de aguas frías y vientos pamperos a los balnearios artificiales delimitados por diques en las sierras. Balnearios, así se llama la película que el Malba proyectó durante el raro verano de 2002, era una exploración del costumbrismo y el kitsch que se produce alrededor de unas vacaciones en las que nunca nadie nada (copyright Juan José Saer) se relaja. El ojo corrosivo de Llinás captaba a los veraneantes en ese esfuerzo estival por domesticar playas ariscas que bien podrían catalogarse como el anti-caribe. Su “estrella” de Balnearios era Zucco, una suerte de Poseidón serrano capaz de todo: desde remontar ríos contracorriente hasta cocinar mariscos (¿?) como el mejor paellero marplatense y producir obras de arte como insólitas pirañas de chapa.
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Así como antes traía chicas de tapa y un hit, cosas que parecieran en retirada, nuestro verano es pródigo en happenings. Esto es, situaciones que parecieran planificadas por artistas amigos de lo esperpéntico. Tuvimos ya a un churrero perseguido por la policía playera al que los bañistas de Pinamar defendieron comprándole entera la producción de la tarde en un extraño rapto de consumo justiciero digno de un Robin Hood acaudalado pero también al Ministro Berni (nada del maestro rosarino pero sí un aire al Bob Gelfof de The Wall) sobrevolando en helicóptero a la vecina Villa Gesell. Como si no fuera suficiente el viento atlántico que se ensaña con las efímeras construcciones playeras, las aspas provocaron un remolino que arrancó las sombrillas que tanto cuestan clavar (no sé usted pero yo nunca pude hacerlo del todo bien) en la arena. Una escena digna del Zucco de Llinás o el Batman de los 60 o los 60 mismos.
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Por alguna razón el helicóptero, objeto ominoso desde la huída del presidente De la Rúa, forma parte de la historia del arte argentino. El 25 de julio de 1965 Marta Minujín, auspiciada por El País de Montevideo, guió un happening desde un helicóptero del que se arrojaron pollos vivos al público que asistía perplejo a Suceso Plástico en el estadio del Club Atlético Cerro. Todo terminó en un pandemónium con strippers y motociclistas dando vueltas en círculo al field. Dos años después, el filósofo pop Oscar Masotta le hizo rentar al Di Tella otra unidad conducida por el piloto Luis Losada para el happening El Helicóptero realizado en simultáneo en la estación Anchorena y la sala Theatron con Nacha Guevara acreditada como bailarina en el programa de mano. Veinte años después o casi, el grupo de “música Pep” Los Helicópteros y el pintor neoexpresionista Dulio Pierri confluían para el arte de tapa del segundo álbum Fuego & Cemento, acaso una metáfora del verano sin salida en Buenos Aires city. Pierri había conocido de primera mano el under neoyorquino de Blondie, Basquiat y el street art y venía dándole forma de helicópteros a unos mosquitos mutantes que pintaba con insistencia e impronta punk. Al fin, le tocó al artista Eduardo Basualdo meter un helicóptero en la edición 2017 de ArteBA activando el fantasma dormido de la simbología que el artefacto volador tenía para los argentinos desde 2001.
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¿Y si a falta de un bombazo tropical de esos que terminan por saturar el sistema nervioso declarásemos hit del verano 2022 a los helicópteros? No el grupo que el under porteño desdeñaba por cheto (vale la pena redescubrirlos, prejuicios aparte) sino el cuarteto de cuerdas concebido por el vanguardista alemán Karlheinz Stockhausen (1928-2007) pionero de la música electrónica. Compuesto en 1995 el “Cuarteto de Cuerda para Helicóptero” fue una de las mayores osadías del siglo XX con cuatro ejecutantes dispuestos en sendos helicópteros escuchando al resto por auriculares. Las cuerdas deslizadas en glissando tenían la función de imitar las aspas del aparato y estaban ritmadas por precisas exclamaciones vocales. Apenas una idea atonal para el cierre de la temporada, nada más.
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