"Nadie escribía como yo"
Polémico, imprevisible, el autor de Los pichiciegos acaba de reeditar En otro orden de cosas, una novela, y de reunir sus artículos periodísticos en Los libros de la guerra. En un diálogo sin anestesia habla de literatura y de política, dos pasiones
Una entrevista con Fogwill se parece bastante a una excursión, a un paseo territorial y mental. Territorial, porque la charla se inicia en el punto elegido para el encuentro, una estación de servicio en Olleros y Libertador, sigue en su auto y se prolonga todavía en el restaurante naturista La Esquina de las Flores, en Palermo, donde el escritor suele comer tres veces por semana. Mental, porque uno asiste a una inteligencia en movimiento continuo, solicitada por intereses completamente diversos, desde las ventajas imbatibles de las clases de yoga y la natación hasta la recomendación de una vitamina que actúa en el duodeno y sirve para aumentar de peso, pasando por la eficacia de escuchar los cuartetos para cuerdas de Ravel y Debussy en las reuniones sociales y en las citas amorosas ("nadie te dice que es música fúnebre como cuando ponés la Pastoral de Beethoven").
La edición de Los libros de la guerra (Mansalva), una recopilación de entrevistas y artículos periodísticos publicados en diarios y revistas entre principios de los años ochenta y mediados de 2000, sumada a la reedición argentina de su novela En otro orden de cosas (Interzona), prueba que las erudiciones imprevistas (Borges dijo una vez que Fogwill era el hombre que más sabía sobre autos y cigarrillos), las insistencias y los devaneos nada tienen que ver con la extravagancia o el antojo y responden, en cambio, a una curiosidad incesante por las cosas.
Rodolfo Enrique Fogwill parece un adelantado. La lectura de los artículos incluidos en Los libros de la guerra obliga a volver todo el tiempo atrás, a la primera página, para verificar la fecha de publicación original. Da la impresión de que cada texto hubiera sido escrito antes de cada hecho, pero como si el autor hubiera tenido acabado conocimiento de lo que vendría. Fogwill parece haber llegado primero a lo que otros (escritores, políticos) llegaron mucho después. En cualquiera de los temas que sostienen estas páginas, ya sea la política cultural de Raúl Alfonsín, la obra de Alberto Laiseca, el aborto o el divorcio, el autor de Vivir afuera va a contrapelo de la buena conciencia, aunque lo que irritó en su momento, y tal vez irrite todavía, no es tanto la voluntad polémica como la circunstancia de toparse con un asunto iluminado desde el costado menos favorable, desde ese costado que sería mejor desconocer.
¿Comparte el autor la sorpresa del lector? "Leí todo el libro que armó el editor", explica Fogwill ya en el restaurante. "Un libro de 900 páginas al que le saqué todo lo repetido. La verdad es que no me sorprendí en ningún momento. Sabía todo. Por ejemplo, hay dos libros que tienen algo en común: uno es Museo de la revolución , de Martín Kohan, que es muy bueno; el otro es Historia del llanto , de Alan Pauls, que es más o menos. Los dos transcurren en una época en que la dictadura, la violencia son como un ruido de fondo. Los tipos ingresan a eso por otra razón, por una seducción teórica con la jerga. Yo escribí sobre la jerga misma, pero también sobre el tema. En ´Help a él , en ´Sobre el arte de la novela , incluso en ´Muchacha Punk , siempre aparece la dictadura. Estos jóvenes, que en esa época estudiaban o pertenecían al grupo Shangai, eran una especie de epígonos del alfonsinismo porque no querían líos, no querían literatura comprometida, no querían la realidad, escribían novelas sobre marcianos o sobre emperadores, perlas y piratas."
-¿Te parecía mal eso?
-No. En esa época yo leía las aventuras medievales de Alberto Laiseca y me parecían maravillosas. Me parecía mal hacerlo mal, y ellos lo hacían mal. Yo los odiaba porque eran colaboracionistas del alfonsinismo.
-Sin embargo, eras amigo de ellos.
-Sí, era amigo de mucho antes. Pero la amistad es otra cosa.
-Pero vos tampoco hacías literatura comprometida. Por lo menos no en el sentido en que podía entender el compromiso una parte de la izquierda.
-Esa izquierda tonta era más despreciable que los estúpidos alfonsinistas. ¿Pero quiénes estaban en el grupo Shangai? A ver, nombrame algunos porque ya no me acuerdo
-Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Alan Pauls En la revista Babel estaba Martín Caparrós
-Caparrós escribió un libro falso, No velas a tus muertos. El estaba seguro de que con su mito de que fue un guerrillero o un exiliado ese libro iba a ser un best seller. Y pasó de largo porque era una estupidez.
-¿Qué singularidad de la política cultural alfonsinista persiste todavía?
-El populismo. La incapacidad absoluta de bajar al pueblo. Bajar al pueblo no es lo que hacían las manzaneras de Chiche Duhalde. Las manzaneras vienen a corromper el pueblo.
Fogwill se distrae un momento. Ahora siente curiosidad por un postre que el mozo del restaurante lleva en la bandeja. "¿Que es lo que va comer la chica de rosa?", pregunta. "Una compota de manzana", contesta el mozo. La coincidencia puede resultar tan cómica como poco casual. Algo parecido pasa con las cosas que escribe Fogwill. Aunque hayan sido escritos hace veinte años, sus textos tienen la rara virtud de conjugarse siempre en presente.
-En una entrevista temprana, de 1985, renegás de la intervención periodística.
-Sí, por supuesto. Yo no quiero intervenir; quiero venganza. Cuando escribo una cosa moralizadora, no quiero moralizar a la gente buena. Quiero que la gente buena mate a la gente mala. A eso le llamamos venganza. Yo realmente puedo ser amigo de Pacho O Donnell o Jorge Asís, pero me gustaría que la gente los pusiera en su lugar, que les dijera: sos una basura.
-¿Entonces por qué publicar ahora esos artículos?
-Porque están bien escritos. Nadie escribía como yo, digámoslo de una vez. Pero había también cosas de Miguel Briante y Alfredo Leuco que eran maravillosas. El problema es que los periodistas, de antes y de ahora, usan mal las palabras. No son conscientes de que las palabras son palabras.
-En tus artículos sobre literatura se lee la construcción del canon de los años noventa. ¿Viste eso en los ochenta ?
-Pará, ¿sabés cuando lo vi? Lo vi cuando lo escribía, no ahora. Lo vi antes, en 1978. El día que Osvaldo Lamborghini me presentó a Aira en mi casa, yo dije: este, magnetizado por Osvaldo, va a ser el eje. Y hoy es el eje. Pero ojo, es un eje dañino: los que lo aman y lo plagian se condenan. Y los que lo ignoran se condenan doblemente, porque se condenan a escribir boludeces como Crímenes imperceptibles o se condenan a escribir burdos plagios en los que la única manera de sacarse a Aira de encima es mezclarlo con Saer, y entonces se va todo a la mierda. En eso destaco a Alan Pauls. De todos los escritores jóvenes, bueno escritores de cincuenta años, Alan es el único que sabe lo que pasa. En Alan no ves a ninguno de los tres fantasmas, ni a Piglia ni a Aira ni a Saer.
-Escritores todos sobre los que escribiste muy tempranamente.
-No me ocupé lo suficiente de Briante porque había dejado de escribir. Para mí, ese tema era penoso. Una vez le dije a Briante: "Yo daría un huevo por escribir algo como Ley de juego . ¿Pero sabés lo que me tranquiliza? Que vos también". Ahora hay algunos chicos brillantes. El problema es que los brillantes van a morir a la facultad de Filosofía y Letras de la calle Puán, que es una máquina de castrar. Entonces si un tipo tiene condiciones y cae ahí, se arruina. Y si un tipo tiene condiciones y no cae ahí, se convierte en un idiota que lee lo que está de moda. A los que van a la facultad, yo les diría que estudien latín, griego y filología.
-Cualquiera sea el tema de los artículos, se nota una recurrencia de categorías económicas, una fraseología casi financiera: aduanas borgeanas, balances contables, estadísticas, consumo. ¿Es una herencia de tus estudios de sociología?
-Eso lo empezó un gran lector de literatura y un gran crítico literario: Carlos Marx. El inventó la escuela filosófica como tienda, como almacén. Con esa metáfora me alcanzó. Creo que si me hubiera hecho etnólogo y hubiera estudiado la última tribu primitiva, podría haberla descrito sobre la base de esos mismos elementos. Yo empecé a estudiar esas cosas no para la literatura sino para el mundo. Yo quería entender. Ahora bien, vos tenés un error de perspectiva. Cuando seas viejo, le vas contar a tu familia que la facultad de Puán había sido una fábrica de cigarrillos y después fue un despacho de estructuralismo. Pero, ¿sabés una cosa?, la gente de Puán ignora lo único que sirve del estructuralismo para la literatura. Ninguno de ellos leyó los cuatro tomos de las Mitológicas , de Claude Lévi-Strauss. Yo sí. Además, los estructuralistas nunca supieron leer la belleza.
-En el artículo "Dejen hablar al tonto", de 2005, hablás de la "Historia, colmada de infinitas historias". Algo de eso está también en la novela En otro orden de cosas. ¿Por qué decidiste reeditarla en este momento?
-En otro orden cosas es anterior, pero en la época en que escribí esa novela tenía mucho más actualizada mi cabeza y mi biblioteca. Había olvidado menos. A mí no es la novela que más me gusta, pero el editor cree que porque está en el ruido va a vender más. Dicen que hay un resucitar del peronismo. El peronismo es mil cosas, también una catapulta al neocapitalismo.
-¿Cuando dejaste de ser peronista?
-Nunca fui peronista. No, perdón, me hice peronista el 30 de octubre de 1983, el día que ganó Alfonsín, ante la explosión de racismo antinegro que llenó la Avenida 9 de Julio con los radicales.
-¿Creés que el peronismo terminó derramándose sobre todas las prácticas políticas?
-Lo malo del peronismo está cada vez más fresco en el kirchnerismo. Mi papá y mis amigos de la FUBA no eran gorilas por la distribución de la riqueza ni por el antimilitarismo. Eran gorilas por el efecto antiestético que produce gente que te violenta en nombre de un discurso en el que no cree. Y eso es el peronismo.
PRESENTACIÓN.