Bibliografía. Poética de la evocación
INVENTARIO SECRETO DE LA HABANA Estévez-(Tusquets)-350 páginas-($ 43)
Dos novelas, Tuyo es el reino (1999) y Los palacios distantes (2002), bastaron para que se considerase a Abilio Estévez (1954) como un notable narrador. Inventario secreto de La Habana, su primer libro de "no ficción", confirma que su principal logro es una prosa deslumbrante que toma su precisión, su elegancia, su capacidad evocativa de la que acaso sea la veta más sólida de su tradición nacional, y cuyo representante paradigmático es Alejo Carpentier. Una prosa, a la vez, refractaria a esos "localismos" (lingüísticos, temáticos, ideológicos) que cierta moda exige a los cubanos de su generación y que son marca inconfundible de autores como Karla Suárez o Zoe Valdés. Madurez y originalidad caracterizan también el tono elegíaco de Inventario secreto..., que nunca condesciende a los énfasis del discurso político. Su contenido lirismo -como el de Jean Rhys, como el de John Berger, como el de Joseph Conrad- no es el del desterrado que aún cree posible el regreso; es el lirismo elegíaco de quien ya no podrá ignorar aquello que se le ocultó en la infancia para que sobreviviese: que siempre estamos, en todos lados, y esencialmente, solos.
En el mismo sentido, Inventario secreto de La Habana se distingue por dos osadías: la fidelidad del autor a su punto de vista sobre "esto que somos (si es que algo somos)"y, ciertamente, su franqueza. Aunque esté en desacuerdo con los postulados de la Revolución liderada por Fidel Castro, Abilio Estévez no la considera, como suele suceder, la imposición de unos cuantos sobre todo un pueblo. Remontándose sobre todo a su propia familia y a esa otra familia de elección, los amigos y los autores favoritos, se esfuerza por encontrar las raíces del -para él- insoportable presente en rasgos de un pasado del que no rescata, ni siquiera, la figura "enfática" de José Martí. Así, apenas disimulado por ese aristocrático medio tono, Inventario secreto... ofrece un abrumador relevamiento de lo que considera los peores defectos cubanos: el racismo feroz, la maledicencia, la envidia, y hasta en algún momento llega a sintetizar: "hay muchas Habanas: todas diabólicas". Cabe aclarar, sin embargo, que las consideraciones expresamente políticas están casi ausentes del libro, que lo ideológico se deduce de su mirada "esencialmente estética" y ocasionalmente ética de La Habana, y que aun esta dureza de juicio se halla siempre atemperada por la melancolía.
Como sea, con base tan original el libro se salva de ser lo que acaso se pretendiera de él -una simple guía turística para europeos- y se constituye en un asedio fragmentario que participa del diario personal, las memorias de infancia, el cuaderno de trabajo literario, el diccionario de modismos y hasta la antología. (Casi un tercio del texto está compuesto por fragmentos de otros autores sobre la capital cubana, que consiguen parcialmente contrarrestar todo lo que el texto tiene menos de "secreto" que de parcial y aun de arbitrario.) Un itinerario dispar desde todo punto de vista y que sólo puede valorarse apreciando, siquiera sumariamente, tramo por tramo.
El primer capítulo, tejido con las voces de personajes anónimos de mediados de siglo XX (entre los que se encuentra el propio Estévez niño), es sin dudas el mejor y una obra maestra, digna de figurar en cualquier antología junto a las "marinas" metafísicas de Hermann Melville o Francisco Coloane. "En La Habana siempre me dio miedo el mar. Y como en La Habana casi todos los caminos conducen al mar, casi todos los caminos me conducían al miedo." El segundo capítulo, centrado en el Malecón, da pie a una serie de reflexiones, ciertamente más errática pero todavía sólida, sobre esa tensión tan típica entre insularidad y cosmopolitismo que caracteriza a la ciudad... y a la propia mentalidad de Estévez. La evocación del Malecón incluye, algo extemporáneamente, una referencia brevísima a la "cultura soviética" (que junto con la cultura nacional nutrió al escritor y a la que le reconoce dones invalorables como el cine de Tarkowski) y a la famosa huida de los balseros en 1994.
Un tercer capítulo evoca memorias de infancia hasta la llegada de la Revolución, en una familia humilde pero vinculada al poder dictatorial por la profesión de militar del padre y por ciertos lazos "casi familiares" también. El cuarto capítulo prosigue con esas memorias, pero tratando de ampliar el estrecho mundo del niño con las historias oídas en el barrio o en la familia. Es allí donde la contundencia inicial se pierde, como si algo (¿cierta exigencia editorial?) impidiera profundizar en las vivencias infantiles como sí lo hacen las novelas, y al mismo tiempo, como si tampoco le estuviera permitido lograr que esas anécdotas revistan algún tipo de importancia universal. Desgraciadamente, esa inconsistencia se agrava en el cuarto capítulo, el "Inventario secreto" propiamente dicho, que reúne, de un modo ya cansado y hasta mecánico, viñetas sobre artistas nada secretos que Estévez conoció profundamente, como Virgilio Piñera, o muy ocasionalmente, como Dulce María Loynaz, o incluso vicariamente, como Lezama Lima, a quien se evoca tenuemente en la figura de su viuda. Sin embargo, el caso más extremo de gratuidad es la historia del grito "¡asssuca!" que la cantante Celia Cruz intercalaba en sus interpretaciones. Vale decir: viñetas que sí parecen ceder a una demanda de mercado y que no aportan nada a lo que el más ajeno de los lectores conoce sobre esos íconos. El último tramo del libro -antes de un conmovedor "epílogo europeo"- se aboca a la experiencia profunda, personal, de descubrir La Habana a los quince años, de noche, "guiado por el deseo", en una época anterior a la rebelión de Stonewall en New York que puso en marcha el movimiento de liberación homosexual.
En resumen, Inventario secreto... es un libro "de circunstancia", que sirve como introducción más a una obra de ficción extraordinaria que a una cultura complejísima y a un país que cifra como pocos las encrucijadas del siglo XX. Una obra de ficción, la de Abilio Estévez, que sí le hace a Cuba, acaso sin quererlo, una plena "justicia poética".