Policial con carga política
La confluencia de dos casos policiales de muy diversa índole y separados en el tiempo por un par de décadas moldea la armazón de esta novela de Daniel Chavarría, nacido en Uruguay en 1933 y radicado en Cuba desde 1969 tras haber pasado por diversos países de América Latina y Europa. Algunas de sus varias novelas anteriores fueron finalistas en premios internacionales (como Adiós Muchachos , nominada para un Edgar en los Estados Unidos, en 1998), otras fueron galardonadas, como Allá ellos , que recibió en 2001 el premio Dashiell Hammet. El rojo en la pluma del loro obtuvo el de Casa de las Américas. En su actual país de residencia, el autor ha trabajado como profesor universitario de literatura griega y latina, traductor y guionista de cine y televisión.
La narración comienza como una peculiar historia de amor en La Habana a fines de los años noventa. Allí Aldo Bianchi, un argentino de cincuenta y cinco años que ha medrado en Italia a partir de un primer casamiento afortunado en el dinero pero no en el amor, es redimido sexualmente por una jinetera mulata y veinteañera, Bini, para escándalo de un matrimonio amigo de él, compuesto por un profesor argentino y una psiquiatra cubana.
Las huellas en torno al cadáver de un ciclista atropellado y abandonado por el responsable involuntario del hecho conducen, tras una investigación repleta de meandros, a otro cincuentón afincado en Cuba, de nombre Alberto Ríos, quien también ha frecuentado los fogosos servicios de Bini. La mulata ha sido vehículo no sólo de la redención sexual de Bianchi sino también, accidentalmente, de su reencuentro con un oscuro personaje de su pasado.
El tal Alberto Ríos debe en realidad ese nombre a un pasaporte falso obtenido en la Argentina (bajo la presidencia de Menem), merced a la gestión de un antiguo colega suyo en la Escuela de Mecánica de la Armada, donde aquél, en realidad un torturador uruguayo instruido en su país y en los Estados Unidos, había prestado servicios teóricos y prácticos durante la dictadura militar, y se había enriquecido con beneficios colaterales de tales actividades.
Sobre esa armazón, entrelazada con investigaciones policiales y actuaciones judiciales presentes y recuerdos de hechos pasados, se tejen los avatares amorosos y amistosos de Aldo Bianchi con los de la vida empresarial y gimnástica de "Ríos", otrora "Capitán Horror", en libertad primero y en la cárcel después. Y tales avatares son los que en definitiva se llevan el mayor espacio de esta novela, escrita en una prosa de deliberado desparpajo, teñida de humor, con mezcla de cubanismos y argentinismos, casi siempre amena y ligera, funcional, básicamente puesta al servicio del rompecabezas de la trama.