Porter, entre ARCO y Benzacar
Artista invitada por el diario El País para exhibir en la edición de ARCO inaugurada ayer por los reyes Felipe VI y Letizia, Liliana Porter vive días de gloria. La vida le ha regalado talento, humor y una chispa corrosiva que dispara en el espectador reflexiones inquietantes, mucho más allá de la acción narrativa de marras. Eso es exactamente lo que sucedió con El hombre del hacha, la instalación que se vio en el Malba en 2013. En esa secuencia de personajes, acciones, objetos y derrumbes estaba el germen –un piano del cola– de la instalación con la que abrirá sus puertas la galería Benzacar en su nuevo domicilio de Villa Crespo, Velasco al 1200, el 11 de marzo.
Con memoria fabril y techos de triple altura, el espacio ya está listo para convertirse en destino de artistas, amigos y coleccionistas, y oh sorpresa, también en destino gourmet. En anticipo exclusivo, Orly Benzacar confió a adn que en la casa vecina –con entrada en común– funcionará un restaurante capitaneado por el chef Germán Martitegui, con la colaboración de Narda Lepes.
La galería es una nave inmensa de luz cenital a la medida de la producción contemporánea y, obvio, continente ideal para el site-especific firmado por Porter, artista global y local ("glocal") cuya obra, mirada retrospectivamente, forma un gran círculo ininterrumpido, poblado de referencias; una secuencia de inteligentes repeticiones, de guiños pícaros entre los "personajes" de un casting de dos dólares, inspirador de instalaciones, dibujos, pinturas, videos y, su última pasión, el teatro. Entreactos, su ópera prima, fue presentada el año pasado en el teatro Sarmiento con éxito de público y de crítica. Resultó también una gran victoria personal, con la invalorable colaboración de Ana Tiscornia y de Inés Katzenstein.
Falta poco para el Día D. Orly Benzacar y su hija Mora Bacal comparten el entusiasmo lógico ante la nueva etapa que forma parte de una larga historia familiar iniciada por Ruth en Caballito, en los años 60. Nada es casual. Cuando murió Ruth, de manera inesperada, una noche de 2000, Liliana Porter estaba exponiendo en Florida 1000. Queda claro que el círculo no se interrumpe. Radicada en Nueva York desde los años 60, hoy reparte su tiempo entre la casa-taller de Rhinebek, a dos horas de Manhattan, y un lindísimo pied-à-terre en el Village con vista al Empire State y a la casa de Donna Karan.
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