Pura sangre de polo
Muy pocos deportes entre los practicados en nuestro país están tan emparentados con lo familiar como ocurre con el polo, actividad en que la Argentina ostenta absoluta y reconocida primacía mundial. Y, no hay duda, lo uno es inexorable consecuencia de lo otro.
Sobran los ejemplos. Sin incurrir en el exceso de remontar la mirada a los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, bastaría con situarse en los últimos años de la década del treinta para demostrar que aquella aseveración no es aventurada. Cuando, en 1936, el seleccionado argentino ratificó, con sus victorias en los Juegos Olímpicos de Berlín y en la serie por la copa de las Américas realizada en los Estados Unidos, la superioridad de los jinetes criollos, ya andaban por allí los Cavanagh, los Alberdi y los Duggan, a quienes a poco se habrían de sumar los Menditeguy, los Lalor, los Harriott y los Torres Zavaleta. Más adelante hizo su presentación la segunda camada de los Harriott, junto con los Dorignac y los Tanoira, y por fin aparecieron los ya contemporáneos Pieres, Merlos y Novillo Astrada, por sólo hacer mención de los núcleamientos familiares más conocidos por los aficionados.
Ex profeso, por supuesto, han quedado los Heguy fuera de esa nómina, de suyo informal. Uno, porque a ellos está dedicado el libro que acá es reseñado. Y dos, porque su caso es, si se quiere, excepcional: tres generaciones de polistas, a lo largo de las cuales los padres hasta se dieron el gusto de jugar con los hijos y que sobre un total de doce integrantes dedicados al polo lleva acumulados nueve 10 de handicap -la máxima valorización en ese deporte-, portadores del mismo apellido.
El joven autor, mendocino y periodista, tiene vocación de hacedor de biografías de deportistas. Y la lectura de ésta, su tercera obra de esa clase -antes abordó la del futbolista Mario Kempes y la del boxeador Pascual Pérez-, demuestra que está bien encaminado al abordar ese rumbo.
La agilidad del relato no está reñida con el exhaustivo acopio de información testimonial y documental que le ha permitido puntualizar, paso a paso, cada detalle de la historia cuyo primer capítulo es ubicable en el insondable territorio pampeano de 1873. Tal fue el sitio en que, procedente del país vasco francés, se asentó Bautista Heguy, raíz de la dinastía deportiva iniciada en su hijo Antonio, continuada por sus nietos Horacio, Alberto Pedro y Eduardo, y prolongada -hasta ahora- por sus bisnietos Horacio (h), Gonzalo, Marcos, Bautista, Eduardo, Alberto (h), Ignacio y Tomás (polista, sí, pero el único que no lo es de tiempo completo).
Nada acerca de ellos quedó en el tintero. Vida y milagros, hasta se podría decir abusando del lenguaje coloquial. Las respectivas trayectorias, sus éxitos y sus reveses, y todas las actitudes vitales con las cuales han signado memorables capítulos de la historia del polo.
Una completa reseña, en suma -con prólogo del director de La Nación , Dr. Bartolomé Mitre-, que no sólo movilizará el interés de los aficionados, dado su carácter totalizador, sino que además, por si hiciera falta, reiterará la demostración de que el polo le ha aportado numerosos y memorables éxitos al deporte argentino, pero también es una fragua en que se forjan hombres de bien.