Sensible cosmos poético
Los poemas de Nélida Salvador se sustentan en un lenguaje maleable y sutil, apto para cobijar una penetrante observación sensitiva y conceptual sobre los seres y las cosas. La vida humana pareciera aquí cobrar visibilidad a través de los ciclos de la naturaleza, aun con los "rumbos inciertos/ y zozobras", y los "cielos discordantes" de ésta. Lo nuevo, o lo meramente deseado, se agazaparían en el marco ineludible del devenir de las estaciones, del sol y de los tallos: "Lo inesperado/ surge de la continua/ repetición/ y cada leve/ aguja del reloj/ marca el hallazgo/ de lo que nunca llega".
Como apunta Máximo Simpson en la contratapa de este décimo poemario de Salvador, que se suma a sus numerosos ensayos y estudios críticos, el lector se asoma a un espacio mítico cuyas luces iluminan y velan una realidad inaprensible. Reaparece, una y otra vez, la alusión al cíclico retorno y al crecimiento: en un huerto pueden crecer "ecos paradisíacos/ y esplendores/ de un viaje alucinante", pero también "Sonidos y colores/ crecen como abedules/ enmarañados/ capaces de inventar/ otros silencios..." A las célebres correspondencias de Baudelaire entre las diversas sensaciones, se une en estos poemas breves y medulares la insinuación de que un orden numérico, una regla áurea, rige el cosmos y los rituales humanos. Más aún, esa cifra armonizadora y cuasicabalística es la que completa la insuficiencia del lenguaje, de tantas palabras que emergen para balbucir "la amplitud del mundo" que, sin embargo, tiene un límite: "Las opuestas/ maneras de vivir/ chocan contra/ los cuatro puntos cardinales,/ contra las cosas/ imprevisibles/ que ordenadamente/ nos custodian", recuerda la poeta.
Las imágenes destellan con sobria precisión ("A veces las palabras/ son un modo de/ atravesar la lluvia"). La vida es una enigmática sucesión de "borrosas/ consideraciones/ que inesperadamente/ se destruyen", y que sólo se pueden leer entre líneas o atravesando zonas de riesgo. Cada nueva jornada implica el desafío de renovar el "opresivo ordenamiento" de la rutina, y llega para dar permiso a que siga su curso ese ciclo donde lo vegetal y los elementos cobran peso preponderante. La autora, que ha merecido galardones como el Premio Municipal de Poesía y el del PEN Club de Buenos Aires, lo expresa en una bella imagen que acaso sintetice su cosmovisión: "Cuando la lluvia/ lo permite/ abre el día/ sus ventanas rojas/ y en medio/ de augurales sonidos/ comienzan las cosas/ a ubicarse/ en su lugar." Un lugar que cada poeta, a su turno, debe redescubrir.
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