Simple lógica
Las ideologías se pueden debatir. La verdad se puede discutir. Lo obvio es lo menos obvio de todo. Las emociones nublan nuestro juicio y tuercen nuestra voluntad. Votamos –está comprobado– más con sentimientos (difíciles de poner en palabras, además) que con la razón. La polarización, la grieta, las chicanas, incluso los carpetazos apuntan al sistema límbico, visceral y ciego, cuyo origen se remonta mucho tiempo antes de la aparición de la corteza cerebral más racional, capaz de abstracción, simbolismo y una forma de lenguaje que es única nuestra especie y que nos ha regalado una disciplina extraordinaria: la lógica.
Todo se puede debatir, menos la lógica. La política la evita como al fantasma más temible. Pero el resto de nosotros tiene la obligación, dadas las circunstancias, de abandonar cuanto podamos (no es fácil) la emocionalidad y recurrir a la lógica. Todos las manzanas son frutas, dice el discurso exaltado desde el atril, y concluye: por lo tanto, todas las frutas son manzanas. Y no, no es así. Esa es una de las muchas falacias lógicas que hemos naturalizado. Usemos la cabeza. Razonemos. Fríamente. Sin axiomas impenetrables. Estamos decidiendo cómo vivimos en una sociedad organizada. O se basa en la razón. O es irracionalidad pura.