Sin barbijo
El sábado por la noche fui a una reunión de amigos. No sabía cuáles eran las medidas de prevención que iban a tomar, pero sí que seríamos ocho en un departamento. Me propuse dejarme el barbijo puesto, si las condiciones no eran adecuadas. Cada día, recibo una docena de noticias (por medio de un software que me permite ver los titulares en pantalla a medida que se publican, todo el tiempo) de nuevos descubrimientos sobre los daños que causa o podría causar el Covid. Así que, dicho simple y sin vueltas, no me quiero contagiar, incluso cuando ya tengo mis vacunas.
El ámbito resultó más o menos apto para mis requerimientos anti contagio, pero en iguales condiciones, en una repartición pública o en una oficina, me habría dejado el barbijo puesto. ¿Qué hice en cambio? Me lo saqué. El instinto social humano es tan fuerte que, incluso cuando sin barbijo me exponía más, decidí (racional o irracionalmente, no lo tengo claro) sacármelo para no verme expuesto a algo peor. Es decir, a no poder hacer eso que hacemos en una reunión y que todos echamos tanto de menos: conversar cara a cara.
Espero que no haya sido una decisión equivocada, pero tampoco estoy seguro de que haya sido realmente una decisión.