
Síntesis e inmanencia
La confirmación del rotundo estilo de Andrés Sobrino y el aporte de Laura Ojeda Bär a un proyecto que trasciende la individualidad producen fascinación y empatía

Artista de Foster Catena "cedido" para finalizar un fructífero año de exposiciones en la galería Del Infinito, el tucumano Andrés Sobrino (1967), cuya obra geométrica tiende de manera exponencial a una especie de abstracción pura pero no dura, presenta una serie de obras nuevas. La novedad en este caso posee una matriz doble: figuras triangulares o rectangulares alojadas no sin tensión en marcos recortados, a su vez de forma triangular o rectangular que (a su vez) parecen piezas sueltas de una figura mayor. Retículas sobre fondo blanco -herencia de Piet Mondrian y El Lissitsky-, sutil homenaje irónico e icónico al grupo Madí, roce y desgaste de colores suaves en carteles que sólo comunican sensaciones borrosas (a determinar por aquellos que miren las obras), el conjunto evoluciona hacia la transformación del espacio como si fuera un grupo escultórico virtual rodeado por señales de un código fantasma.
Sin alardes ni efectismos, la obra de Sobrino parece haber tomado un camino equidistante tanto de la pintura metafísica (a lo Roberto Aizenberg) como de la abstracción conceptual (a lo Raúl Lozza). Con elementos de una y de otra tradición, sin embargo, Sobrino "reinventa" a sus precursores, quienes incluso pueden rastrearse entre las tropas del diseño gráfico. Mediante un tratamiento aguado del esmalte sintético, los encastres de rosado y gris, de dorado y blanco o azul y negro emanan como avatares de una batalla callada contra la bulimia de las miradas que consumen formas y sentidos establecidos. Para encarar ese desafío, Sobrino es sin duda un aliado lúcido y austero.
En Pasto -una de las galerías del Patio del Liceo, recientemente elegida para participar en arteBA 2014- Supernova , la segunda muestra individual de Laura Ojeda Bär (Buenos Aires, 1986), irradia un brillo elocuente y sesgado. La elocuencia procede del universo de los objetos. Como pistas, la acumulación de mochilas, bolsos y paraguas en un díptico o la delicada serie de tazas y vasos pintados luego de un encuentro de amigos (ambas obras comparten una paleta similar a la de Sobrino) relevan el testimonio visual de una generación de artistas con un sentido programático cooperativo que gana visibilidad a fuerza de horas de taller y aprendizaje. La luz discreta de las imágenes de Ojeda Bär -el destello azul transparente del vidrio mezclado con el vino púrpura, los rugosos pliegues superpuestos de los bolsos de tela- genera una distancia amortiguada que, curiosamente, crea una empatía dinámica. En la tercera obra, único gran retrato grupal, se ve -a cara descubierta- a Santiago Rey y Juan Matías Álvarez. Las otras dos figuras, compinches y colegas de la artista, parecen estar ahí como anfitriones impetuosos, disfrazados para una fiesta a la que (así es la inmanencia en el arte) también nosotros estamos invitados.
Ficha: Andrés Sobrino en Del Infinito Arte (Quintana 325).