Sobre vidas oscuras y usurpadas
El escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky habla de su nueva novela, Lejos de dónde (Tusquets), en la que narra la historia de una mujer que llega a la Argentina después de la Segunda Guerra con una identidad falsa. Además, el autor de La novia de Odessa se refiere al proceso de composición de sus libros y films, en los que despliega una mirada marginal y detectivesca
Con la computadora portátil abierta encima de la mesa de un café bistró en la esquina de Azcuénaga y Peña, Edgardo Cozarinsky trabaja con la misma naturalidad que si estuviera en el escritorio de su casa o más bien en una oficina. Allí atiende llamadas telefónicas, recibe gente y concede entrevistas, mientras desplaza el cursor sobre la pantalla para mostrar, a la manera de un viaje pero también de una confesión, imágenes de una especie de álbum virtual en el que se mezclan los rostros de gente amiga, de actrices de cine casi olvidadas y fotografías de hechos históricos, ciudades o reproducciones de pinturas. A veces, el cursor hace clic en un documento del que brota un tango o una música lancinante elegida para observar el efecto que produce en su interlocutor. El recorrido por esa pantalla es inmediato: el café podría estar casi en cualquier capital, al mismo tiempo aquí o en un país remoto, de preferencia en el centro de Europa. Es una buena introducción de escritor y cineasta, una adecuada puesta en escena para entrar en conversación sobre su última novela, Lejos de dónde (Tusquets). El título proviene de una escena de El rufián moldavo , otra de las narraciones de Cozarinsky donde los destinos nómades se multiplican y las identidades falsas se superponen, a la manera de máscaras, sobre el rostro de una misma persona. Para esos seres azotados por la historia, todo espacio es marginal. El centro ha desaparecido. Nada está cerca ni tampoco es del todo remoto.
La acción del nuevo libro de Cozarinsky comienza en enero de 1945, con la huida de una mujer que trabajó como empleada administrativa en un campo de concentración nazi, y se cierra en diciembre de 2008, con la silueta del hijo, Federico, que se pierde entre las sombras de la estación de Dresde. Nunca se sabrá el verdadero nombre de esa fugitiva que huye de un pasado que la compromete, de una hija que parió antes de entrar a trabajar en Auschwitz y que terminó abandonando casi sin darse cuenta, como la había engendrado. El nombre que ha adoptado para su huida es el que figura en un pasaporte judío robado, el de una de las tantas víctimas del Tercer Reich: Taube Fishbein. Como un animal guiado tan sólo por el anhelo de sobrevivir, la falsa Taube cruza fronteras, campos, metrópolis devastadas. Atraviesa el territorio polaco y el checo. Llega a Viena siempre envuelta en el mismo pesado abrigo que la agobia por su peso: en el ruedo, escondidos, lleva veinte kilos de dientes de oro. En esa carga, cifra la esperanza de comprar un pasaje que la lleve al otro lado del océano. De Viena pasa a Trieste y, por último, a Génova. Allí, un integrante del "pasillo vaticano", la red de sacerdotes católicos que facilitan el escape de los flamantes condenados políticos, se apiada de ella y le consigue un permiso de desembarco en la Argentina bajo otro nombre, Therese Feldkirch. Ya en Buenos Aires, sin embargo, la mujer conserva el pasaporte judío, el de Taube, en el fondo de un cajón. Vive en una pensión de Paseo Colón y trabaja en un restaurante alemán en la pendiente de Maipú a Retiro. Tiene un hijo, Federico, fruto de una violación. El muchacho, una vez llegado a la juventud, milita en política y debe huir a Europa, rehacer en sentido inverso el camino de su madre, oculto como ella bajo el nombre de otro pasaporte falso.
Cozarinsky arma sus ficciones a partir de relatos, experiencias de amigos, conocidos circunstanciales o hechos históricos. Se trata a menudo de restos de historias heredadas, cuyo origen el escritor no siempre recuerda con precisión: una estrategia coherente para el autor de un notable ensayo acerca del chisme ( Sobre algo indefendible , Premio LA NACION 1973). "Esos cuentos surgen de otras historias que escribí, pero aun de las primeras no sabría decir exactamente de dónde provienen. Nunca me he analizado: nunca quise que individuos que muy probablemente no hubiesen leído a Dostoievski ni a San Agustín manosearan mi inconsciente, que yo sigo llamando alma. En cambio, algunos lectores, me revelaron cosas interesantes. Por ejemplo, que en La novia de Odessa , el primer cuento, el que da título al libro, y el último, ´Hotel de emigrantes´, narran una usurpación de identidad y una bastante paradójica: la de no judíos que, en circunstancias históricas muy especiales, adoptan documentos que los declaran judíos, identidad que les permite escapar hacia horizontes lejanos. Esa situación es el principio de Lejos de dónde , allí incluí la ironía de que el hijo de la usurpadora (que por lo tanto no es judío, aunque la sociedad le inculca que lo es) termina encarnando a una de las figuras tradicionales del folklore: el judío errante... Otra cosa heredada de mi propia ficción: al final de ´Hotel de emigrantes´, un anciano y su posible nieto se encuentran por azar, sin sospechar el lazo que quizá los une. En la sección final de Lejos de dónde , dos medio hermanos, que no saben que lo son, entablan un diálogo fortuito en medio de la noche, en un fast food de la estación de Dresde, y se sinceran ignorando que tuvieron la misma madre."
La acción de las novelas y cuentos de Cozarinsky se desarrolla en los límites de una geografía íntima. La Mitteleuropa , como región y como cultura, es uno de sus territorios predilectos, en ese sentido. El origen de esa preferencia reside sobre todo en la literatura: "Me interesa Europa central porque en ella se gestó lo mejor y lo peor del siglo pasado, así como fue el Oriente medio donde hacia 1918 se gestó el desastre que vivimos hoy. Por fidelidad a Joseph Roth, visito a menudo la Cripta de los Capuchinos en Viena y por romanticismo, me suscribí al boletín de la sociedad que conserva y restaura los sarcófagos de los Habsburgo. Por otra parte, pienso que los nacionalismos paridos por el siglo XIX y mantenidos a raya por el imperio austrohúngaro y por el imperio otomano rara vez hicieron eclosión en proyectos políticos que no produjeran matanzas, tanto en el pasado (las más cercanas, las que siguieron al desmembramiento de la ex Yugoslavia) como en el presente. No quisiera hablar del Estado de Israel, porque mi antisionismo ya me ha conseguido muchos enemigos. Lo que reivindico del judaísmo es la tradición cultural de la diáspora".
Las comarcas donde una línea imaginaria fija en el espacio los límites de una nación son escenarios frecuentes de las ficciones y los ensayos del autor de El pase del testigo . Una colección de sus relatos se titula Tres fronteras . Esas zonas de transición caras a Cozarinsky, de nombres cambiantes según el resultado de las guerras, se corresponden en el ámbito de los nacionalismos con los juegos irónicos del autor alrededor de algo supuestamente tan definido como la identidad de los seres humanos: "Las fronteras son algo artificial, administrativo, que coarta la vida del individuo. Cerca del final de Lejos de dónde describo esa parte del Rin en las afueras de Basilea, donde un mojón en medio del agua señala, con banderitas de metal esmaltado, que de un lado está Francia; del otro, Alemania; enfrente, Suiza. Y los remeros circulan alrededor. Pasando de lo ridículo a lo trágico: Port Bou, donde ocurrió uno de los momentos mitológicos de la cultura en el siglo XX, el suicidio de Walter Benjamin".
No sólo en la literatura Cozarinsky se mueve con agilidad en tierras fronterizas. En la vida real, sus preciosos consejos sobre cómo moverse para pasar de un país a otro revelan un conocimiento de primera mano sobre esas regiones conflictivas en la historia mundial. Un ejemplo: si uno se encuentra en Lombardía y quiere viajar a Locarno, en la orilla suiza del lago Maggiore, él puede sugerir al eventual viajero que tome el tren Centovalli, un ferrocarril privado que sólo algunos de los actuales empleados de la boletería de la Estación Central de Milán han oído mencionar. Ese trencito de trocha angosta -nunca tiene una formación de más de dos vagones- cruza cien valles, tal como promete su nombre, y permite descubrir un paisaje de bosques, pequeños pueblos y montañas sólo recorridos por los lugareños. De un modo inevitable, las aldeas y el horizonte siempre cortado por las piedras de las colinas se vuelven novelescos y parecen surgidos de los episodios dramáticos, a veces misteriosos, de los libros del escritor argentino. Casi sin darse cuenta, casi sin que los demás se den cuenta, uno está del otro lado de la frontera. Un desvío conveniente.
El gusto por las mezclas de razas, nacionalidades y culturas es una de las características de los libros y los films de Cozarinsky, en los que casi siempre se confunden los tabiques que separan la fantasía y la realidad. "Siempre sentí que lo documental y la ficción no son territorios estancos: se comunican, se contaminan, se iluminan. No hay mejor documento de una época que el cine de ficción, porque registra lo imaginario, aquello que el llamado documental suele expulsar, por puritanismo o por pereza, y no atreverse a abordar. Y nada me parece más cargado de interrogantes -es decir, de semillas de ficción- que un viejo noticiero, que una página cualquiera de un diario de hace décadas, con su vocabulario tan fechado, su publicidad, la vecindad de lo considerado importante y lo considerado banal. Esa proximidad restituye la textura de la experiencia."
Un ejemplo de esa contaminación del mundo fantástico y del real es el restaurante alemán de la calle Maipú donde trabaja, y después termina como comensal, la mujer sin nombre de Lejos... , la falsa Taube Fischbein. Ese restaurante hace décadas que desapareció y su nombre es materia de debate entre sus ex parroquianos (¿Adam o Adam´ s?). Hace cuatro décadas bastaba pasar delante de sus ventanales o trasponer apenas la puerta de ingreso para percibir ¿o imaginarse? la atmósfera de un pasado de oscuras intrigas internacionales que se prolongaban después de la guerra, pero de este lado del Atlántico. Por supuesto, el jovencísimo Cozarinsky fue uno de sus clientes: "Al Adam, que no menciono por su nombre en la novela aunque doy su ubicación, fui a menudo en mis tiempos de estudiante. Siempre intuí algo turbio, tácito en sus clientes habituales, pero debo aclarar que los personajes que lo frecuentan en el libro son inventados, aun el posible doctor Mengele. Por otra parte, el afán de novelería que teníamos yo y algunos amigos en aquellos años también nos hacía frecuentar el ABC de Lavalle porque se decía que dos mozos, ya bastante viejos, habían sido marinos del Graf Spee, algo incomprobable".
Así como Taube busca refugio en el restaurante, su hijo Federico lo hace en el cine Cecil, es decir, en el dominio de la imaginación. Ese "palacio plebeyo", tal como reza el título de uno de sus ensayos, fue también uno de los lugares que le permitieron a Cozarinzky explorar con avidez la cinematografía del pasado. Al Cecil fue poco y sólo en los primeros tiempos de cinefilia, cuando rastreaba en cines de barrio, los primeros días de la semana, programas triples, donde reaparecían películas viejas. Luego, al volver a Buenos Aires, tras años de ausencia, lo descubrió transformado en feria de antigüedades, como toda la calle Defensa. Así lo filmó en Boulevards du crépuscule , el film en el que rastrea el derrotero de personalidades francesas que llegaron a la Argentina antes, durante y después de la Segunda Guerra. Hay algo llamativo en los aspectos documentales de los libros y películas en que se ocupa del período de entreguerras, de la Ocupación y, posteriormente, de los países de la Cortina de Hierro ( El rufián , Boulevards , Fantasmas de Tánger , El violín de Rothschild ). El autor y cineasta debió entrevistar a personajes con un pasado oscuro para obtener ciertos datos. Por supuesto, no todos quienes suministraron la información más delicada aparecen fotografiados, ni tampoco se mencionan sus nombres y apellidos. A pesar de que les habría resultado más seguro no hablar, decidieron hacerlo. La destreza con que Cozarinsky se gana la confianza de sus interlocutores y la naturalidad con que éstos le libran la intimidad, aun en temas que pueden perjudicarlos o mostrarlos bajo una luz desfavorable, a veces caricaturesca, se basan quizá en el hecho de que está animado por una curiosidad sin prejuicios ni condenas, respetuosa e insaciable al mismo tiempo; una curiosidad ejercitada en conversaciones ocasionales, mantenidas desde muy temprano con individuos de todas las condiciones sociales y de distintas culturas, a los que les habla utilizando el código y la entonación de voz del otro, a la manera de un actor de uno de sus films: utiliza esa técnica aceitada de un modo casi mecánico hasta cuando le indica a un taxista la dirección a la que debe llevarlo, o cuando le hace un pedido a un mozo de café. Esos breves instantes de contacto le bastan para que nazca un relación cálida, de cómplices, a veces efímera, otras más duradera. Un testimonio desopilante de ese tesoro de confidencias se encuentra en el relato "Noches de verano en los taxis de Buenos Aires", del libro Burundanga . El punto en que se tocan la creación y la realidad es un secreto custodiado por el escritor: "Debo tener un lado detective, de private eye a lo Philip Marlowe? -dice-. Ocurre que la gente me interesa. Casi nunca me aburro con una persona desconocida. No tengo pudor de decirlo. Sobre todo si se trata de personas ajenas al medio en que me formé (o deformé), a mi origen y temperamento. De muchacho buscaba la compañía de gente mayor porque me parecían más interesantes que los amigos de mi edad, hoy me rodeo de jóvenes porque su mirada sobre el mundo, sus gustos, su carácter son para mí un desafío constante, algo que me mantiene alerta. El pasado, en general, me parece una reserva ecológica: tantas cosas se han modificado en poco tiempo que cuando recuerdo mi infancia sin televisión o mi primera adultez sin Internet, me parece que me asomó a un Jurassic Park. Y sin embargo, puedo entender las conductas de ese tiempo clausurado porque en un caso lo viví, y en el de la Segunda Guerra Mundial, llegué a convivir con sus restos confusos, que en la memoria se me ofrecen como material de ficción".
A esos diálogos detectivescos, Cozarinsky les debe información a menudo bastante reservada. En Lejos... , aparece un pensador de derecha que da conferencias en la estancia de una familia tradicional, un ex colaboracionista, defensor de Pétain, que se refugió en la Argentina, donde trabaja como director de publicidad de L´ Oréal. Ese hombre está inspirado en alguien que existió: "Es un personaje que me pidió no mencionarlo y no mencionar a la familia, un apellido del más rancio nacionalismo argentino, que lo ayudó a instalarse en el país. Prefiero respetarlo: tiene hijos en Francia, un historiador distinguido entre ellos, en las antípodas de la posición que tuvo el padre en tiempos del régimen de Vichy. Me recibió cuando yo preparaba Boulevards... Tuvimos una larga conversación, una tarde de sábado en su casa de Martínez. Murió pocos años más tarde. Me queda el recuerdo de alguien inapresable, imposible de definir en pocas palabras. Creo que me habló con sinceridad y yo le hablé con la mayor franqueza posible. Fue un momento fuerte de mi vida. Cuando le dije ´Si usted o sus ideas hubiesen triunfado, yo no estaría aquí´, me respondió que estaba contento de que la Historia lo hubiese impugnado, aunque más no fuera para poder terminar su vida en la Argentina y no en el Tercer Reich. Me recordó la frase de Borges en su famosa nota del día de la liberación de París: por el nazismo se puede luchar y morir, vivir en él resulta imposible".
En la obra de Cozarinsky, algo que resulta emocionante o perturbador, según el caso, es la resurrección de personajes menores, tocados en el pasado por una fama fugaz: los arranca del olvido y los devuelve por un instante a la vida, del mismo modo que llama la atención sobre ciertas calles, edificios o costumbres poco conocidos de una ciudad que visitó, tal como hizo hace poco en la crónica "Días de Beirut", publicada en adn cultura. En Lejos... , predominan los fantasmas siniestros, pero también hay algunos que son inocentes o sólo cometieron faltas menores y cuya evocación produce nostalgia o sorpresa, como Harald Kreutzberg, el bailarín y coreógrafo que inauguró con una danza las Olimpíadas de 1936, y Peter Kreude, un músico de origen alemán que trabajó en el cine argentino. "Desgraciadamente no conocí a Kreutzbeg ni a Peter Kreude, que compuso, entre otras músicas para cine, la muy original de un film totalmente olvidable: Concierto de bastón , una partitura para piano solo, algo insólito como música de cine. Siempre sentí rechazo por la oligarquía de las estrellas, las de la Historia tanto como las del cinematógrafo, y no hablemos de la pavada camp que estas últimas inspiraron. La Historia con mayúscula es un ídolo amnésico y veleta. Deja huellas más fuertes y elocuentes en las vidas oscuras que en las iluminadas por los reflectores de la notoriedad".
Una de esas personalidades históricas le sirve al autor de Lejos... para contar una historia paralela a la de la protagonista. Se trata del fotógrafo ruso, de origen judío, Yevgueni Kahldei, célebre por haber tomado la foto en que se ve a un soldado de la URSS cuando planta la bandera soviética sobre el techo del Reichstag. Pero la incorporación de ese personaje en el libro no se debe a esa imagen famosa: "Hay una fotografía de Khaldei, que describo en la novela: la de los cadáveres en un banco del Volkspark de Viena, una familia que se ha suicidado o que el padre ha ultimado antes de suicidarse por la llegada del ejército rojo a la ciudad. Esa foto de 1945 la conocí hace años y se adhirió a mi memoria, a mi imaginación. Luego busqué la historia de Kahldei, supe de su madre, matada de un tiro cuando lo tenía en brazos, y supe de su encuentro con Capa, años más tarde en Nuremberg. Al estructurar la novela, sentí que ese destino era como un hilo de color que tenía que atravesar cada tanto el relato, para confrontar la anécdota central, la de la madre y la de ese hijo que, a treinta años de distancia, revive en sentido inverso la huida de la madre, con otro destino histórico, opuesto, pero también él testigo de ese horror político que atravesó el siglo pasado. Y que sólo se ha desplazado geográficamente en el actual".
Federico, el hijo de la falsa Taube, el muchacho de rasgos aindiados heredados de un padre desconocido, comparte con el autor de Lejos... la fascinación por la noche. Las páginas consagradas a esa pasión común son claramente autobiográficas. "Durante mi infancia y primera adolescencia la noche era lo prohibido -dice Cozarinsky- y por lo tanto, el espacio donde proyectaba la ficción leída o vista en el cine. Me parecía el refugio ideal respecto a una vida cotidiana, familiar, anodina. Éste es el principio de la nueva novela que escribo en este momento. Hay que recordar que en la década de 1950, en la clase media, un adolescente no tenía la libertad que hoy ha sabido conquistar. En mi caso tuve la suerte de tener padres imprudentes y empecé a aventurarme muy temprano por ese paisaje nocturno que no cumplió, debo decir, con la promesa de aventura que yo le había prestado. Sólo con los años se invierte la perspectiva y uno descubre la riqueza, incluso el misterio, entonces invisible, de lo que se vivía en el ámbito familiar."
Los cementerios son lugares donde se juega a menudo la identidad de los personajes de Cozarinsky. Las lápidas con los nombres nítidamente inscritos o apenas legibles, corroídos por el tiempo, resumen las vidas de un modo lacónico, cruel y a veces inexacto. "Las páginas de El rufián moldavo , donde hablo de la mezcla en la tierra de los despojos de gente que en vida no podía pisar un mismo lugar, son para mí un réquiem y traté de darles ese tono, sobre todo al párrafo final. La última sección de Lejos... (de paso, la primera que escribí) me llegó como una revelación esperando un tren en la estación de Dresde, en medio de la noche, tomando vodka en ese bistró Samowar que menciono. Había pasado el día recorriendo esa ciudad reconstruida en todo su esplendor barroco, que en febrero de 1945 había sido convertida en un enorme cementerio de cadáveres calcinados por 48 horas de bombardeo de parte de los ´buenos de la película´, cuando la Segunda Guerra ya estaba prácticamente ganada. Y el largo párrafo que le dedico cerca del final de la novela es también para mí una especie de réquiem."
La predilección por las figuras menores, las que no relumbran en la Historia con mayúscula, como dice Cozarinsky; por las comarcas alejadas de los circuitos prestigiosos y las ciudades por descubrir, no sólo las de provincias o las exóticas, sino sobre todo las fortalezas para iniciados ocultas en las metrópolis más exploradas como París o Nueva York, corresponde a la mirada de un observador marginal. Quizá el hecho de haber sido durante mucho tiempo un expatriado y ahora un escritor que vive en dos continentes ha acentuado una inclinación previa a su alejamiento de la Argentina en 1973. "No es algo elegido, pero siempre termino encontrándome en una posición que puede llamarse marginal: no logré apasionarme por la política cuando los jóvenes de mi edad o poco menos se entregaban a la militancia, aunque me apasionaron las consecuencias funestas de aquella credulidad; no me interesaron los desarrollos teóricos de la intelectualidad francesa que invadían la academia, pero al rozarlos tardíamente entendí la seducción que podían haber ejercido; preferí lo literario en momentos en que la noción de literatura estaba desacreditada." Esa mirada lateral, en continua exploración, desprovista de certidumbres, alimenta la riqueza de su obra y le otorga una originalidad que termina por abrirle, paradójicamente, una avenida central en la producción literaria.
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