Sonny Mehta: tres autores y un mismo sentimiento en la despedida
Salman Rushdie
Conocí a Sonny en Londres en 1982, a punto de publicar Hijos de la medianoche. Después de saludarme, me entregó una copia de El Emperador, de Kapuscinski. "Tenés que leer esto, es el mejor libro que publico este año". Humildad fue la primera lección que me enseñó.En 1986 escribí un libro de reportajes sobre los sandinistas que Sonny publicarían como La sonrisa del jaguar. Entonces aprendí cuán grandes eran sus habilidades: revisamos el borrador línea por línea y él hizo preguntas, quiso aclaraciones, exigió más profundidad y mejoró el texto más allá de toda medida. En 1990 tuvimos un profundo desacuerdo sobre mi novela Harún y el mar de las historias que tensó nuestra amistad, pero luego fue el editor apasionado de. Y todo volvió a estar bien.
John Banville
Amaba a Sonny por su gracia, su despreocupación, su humor astuto y tranquilo. Cuando me habló por primera vez de su misteriosa y debilitante enfermedad, describió el día que se encontró caído en el Central Park, incapaz de levantarse. Los habitantes de Manhattan siempre tienen un lugar muy importante al que ir, pero una mujer joven y bonita se detuvo, se arrodilló y le preguntó qué podía hacer. Sonny, al relatarme esto, hizo una de sus sonrisas melancólicas y dijo: "Sabes, ella realmente era muy bonita". Su esposa, Gita, convocada con urgencia, llegó para rescatarlo. Amaba al mundo y a sus seres queridos, y fue un gran defensor de los buenos libros en particular y de la cultura humana en general. Lo extrañaré hasta el final.
Bret Easton Ellis
Con frecuencia me sentía intimidado por él. Lo conocí en 1986, cuando tenía 21 años y me habían presentado en el mundo editorial del Reino Unido; Sonny acababa de publicar mi primera novela, Menos que cero. La segunda noche en Londres estaba en la casa de Sonny y Gita. Sonny fue muy atento, al punto de preguntarle al joven escritor estadounidense dónde le gustaría cenar. Sugerí "sushi", sin comprender las limitaciones culinarias de Londres a mediados de los 80, esperando que fuera como en Los Ángeles. Una hora después, nos sentamos en un restaurante japonés algo desierto, lejos de la casa de Sonny. Mortificado, recuerdo haberle dicho: "No necesitabas hacer esto". "Por favor", dijo mientras encendía un cigarrillo, "tú eres el escritor. El escritor siempre está primero."