Los intelectuales del mundo y LA NACION. Steven Levitsky: "Hay similitudes entre Kirchner y Menem"
Habla un experto en el país y en la región
BOSTON.– Su oficina en la Universidad de Harvard está atiborrada de libros, apuntes, revistas, borradores, sobres rebosantes de papeles y cajas desperdigadas por el piso, con informes y estudios sobre la Argentina y un puñado de países más de América latina. Steven Levitsky pide disculpas por el desorden y ofrece una silla. “Mi relación con la Argentina es una cuestión de piel: me enamoré del país y ya no pude evitarlo”, dice.
Boston se prepara para las primeras nevadas y Levitsky, profesor adjunto de Gobierno y Ciencias Sociales, se prepara para dos metas distintas: los exámenes de sus cátedras “Política comparativa en América latina” y “Autoritarismo y democracia en América latina”, y para la edición de dos libros suyos. Este mes se publicará aquí “La democracia argentina: la política de la debilidad institucional”, mientras que en la Argentina, y casi al mismo tiempo, saldrá su primer libro en español: “La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999”, en el que analiza las varias metamorfosis peronistas de las últimas dos décadas. De Italo Luder a Antonio Cafiero y de Carlos Menem a Néstor Kirchner, un político, dice, que “resulta más ideológico de lo esperado”.
Levitsky encuentra varias similitudes entre Menem y Kirchner, en la forma en que accedieron al poder y en cómo buscaron reformar, luego, la ideología del peronismo. Ahora el PJ se dirige hacia la centroizquierda, explica, “lo que quizá sea de tan corta duración como antes lo fue el giro a la derecha".
-¿Está el PJ redefiniendo otra vez sus reglas internas de juego?
-No sé si las reglas de juego, pero sí está cambiando el programa promovido desde la cúspide. Y aunque hay obvias diferencias ideológicas con Menem, el gobierno de Kirchner muestra ciertos paralelismos en sus acciones. En cuanto a la actitud hacia el partido, muchos puntos son similares: como Menem, Kirchner era casi foráneo dentro del poder peronista, pero capturó la presidencia del país y sólo después cambió la dirección del partido de manera considerable, sin mucha interferencia del liderazgo partidario, al que tampoco le rindió cuentas.
-¿Considera que la línea ideológica promovida por Kirchner permanecerá como programa básico en el PJ?
-Menem transformó el peronismo hace más de una década sin que las bases o los niveles altos del partido estuvieran muy de acuerdo con el cambio programático que había impuesto y Kirchner está haciendo casi exactamente lo mismo. Menem atrajo a los tecnócratas y a políticos de la Ucedé y otros grupos de centroderecha, y Kirchner hace lo propio con gente de centroizquierda. Probablemente este cambio ideológico sea de tan corta duración como antes lo fue el giro hacia la derecha.
-¿No espera, entonces, que el Partido Justicialista se encamine a una vida interna más institucionalizada?
-Depende de qué se interprete por institucionalizada. No espero una dinámica partidaria formalizada y burocrática a la manera germánica o chilena, y ni siquiera el estilo de la UCR. El peronismo ha mostrado cierta institucionalización, pero informal, y eso queda claro si se recuerda lo visto en 1975 o en 1983: cuando convivían, por así decir, las facciones de los montoneros con las de Isabelita, los sindicatos, Lorenzo Miguel? Cuatro o cinco peronismos distintos, en suma, reclamando ser el verdadero peronismo. Veinte años después, conviven los gobernadores y los punteros.
-Pero si se suma a Menem, el PJ gobernó el país durante 13 de los últimos 16 años. Y usted destaca en sus libros que quien controla el Estado controla el partido...
-Probablemente el kirchnerismo se erija en el eje de poder durante una década, como antes lo hizo el menemismo. Mucho dependerá de cómo marche la economía y, por los índices actuales, al menos hasta que se fue Roberto Lavagna, la situación es buena y Kirchner mantiene niveles altos de popularidad. Si hoy fueran las elecciones de 2007 -todo puede variar mañana- Kirchner sería reelegido. Se encamina hacia eso, hacia una presidencia con dos mandatos de cuatro años. Y mientras eso sea posible, dominará el partido. Pero si la economía se debilita y su imagen comienza a descender del 70 por ciento, lo que es obvio que ocurrirá tarde o temprano, enfrentará los primeros desafíos internos. Enfrentará claros riesgos.
-¿Puede ahondar un poco más en las similitudes y diferencias que observa entre Menem y Kirchner?
-Menem llegó a la Presidencia en 1989 y concentró poder. Además, hasta 1991 buscó imponer su parecer en el PJ, con sus aliados, construyendo alianzas con la Ucedé y con gente como Palito Ortega, Carlos Reutemann y Avelino Porto. Pero Menem y sus aliados adoptaron luego la estrategia de vivir y dejar vivir con los jefes provinciales peronistas: me dejan hacer lo que me plazca en el nivel nacional y pueden hacer lo que deseen en sus provincias. Con contadas excepciones, como la ciudad de Buenos Aires. Entre 2003 y 2005, Kirchner se pareció mucho al Menem de 1989 a 1991, imponiendo candidatos en la Capital, en Misiones y otros lugares. El ataque al duhaldismo, sin embargo, en la provincia, donde existía un caudillo establecido del PJ, fue algo nuevo: desafió a un jefe peronista provincial de un modo que Menem jamás lo hizo. Aún no sabemos si Kirchner seguirá a Menem y adoptará después la estrategia de vivir y dejar vivir con jefes como Romero, Rodríguez Saá, Busti, De la Sota y Reutemann, o si continuará con su ofensiva contra los jefes de la vieja guardia. Supongo que necesitará al partido detrás de él y, por lo tanto, no podrá asumir el riesgo de afrontar conflictos provinciales, aunque Buenos Aires quizá continúe por esa senda. Si lo hace, le traerá problemas.
-Por sus actos, ¿cómo define la presidencia de Kirchner?
-Menem fue un político brillante, muy pragmático y audaz, pero, en última instancia, sólo un político. El estaba interesado, sobre toda otra idea o plan, en conservar el poder. Y era predecible desde ese punto de vista. No actuaba por razones ideológicas, o sólo lo hacía en muy raras ocasiones. Era pragmático hasta niveles problemáticos, siempre dispuesto a buscar compromisos, a hacer concesiones, a tolerar a gente que le desagradaba. Kirchner, por el contrario, es ideológico hasta niveles sorpresivos. En los estudios de ciencias políticas se nos enseña a presumir que todo político es un pragmático, se nos inculca que cuando alguien asciende a la presidencia de un país del tamaño de la Argentina esa persona estará interesada, sobre todo, en ganar y retener el poder y que jamás antepondrá su ideología al poder. Menem respondió a esa presunción; Kirchner resulta más ideológico de lo esperado.
-¿Cómo puede promoverse un mayor acercamiento entre la dirigencia y los ciudadanos? La brecha se redujo desde fines de 2001, pero aún se perciben disonancias notables...
-En toda América latina, y con apenas un par de excepciones, quizás en Uruguay y Costa Rica, es obvio que existe una enorme desconfianza hacia los partidos políticos y sus líderes, que fluctúa según los gobiernos muestren una mejor o una peor gestión. Con Kirchner en la Argentina, o Uribe en Colombia, esa brecha parece decrecer y es evidente que ya no hay gente en las calles atacando a políticos en los bares o en los aeropuertos, como ocurrió en 2001 y 2002, ni gritando "que se vayan todos", pero eso no significa que el descontento haya desaparecido o que la brecha se haya cerrado.
-Eso tampoco quiere decir demasiado en el contexto argentino, cuando más del cuarenta por ciento del electorado votó en blanco, impugnó su voto o no votó en las últimas elecciones...
-No creo que ningún partido en América latina haya adoptado una estrategia de largo plazo para mejorar la relación con los ciudadanos. Kirchner adoptó tácticas que parecen mejorar, al menos en el corto plazo, esa relación, como su negociación con el FMI y los acreedores externos, más allá de sus eventuales beneficios en el largo plazo. Y logró, además, crearse un espacio de maniobra en el corto plazo del que carecieron los presidentes anteriores. Más, seguro, que los que tenían De la Rúa en 2001 o Duhalde, en plena crisis, en 2002. Kirchner se dio cuenta de que las fuertes restricciones externas bajo las que actuó De la Rúa lo destruyeron políticamente, así que puso gran énfasis en expandir su autonomía, en mostrarles a los argentinos que el Estado puede actuar de manera independiente del capital extranjero, del FMI, etcétera. Recuerde que la sensación ciudadana con De la Rúa era que el Gobierno era completamente incapaz de responder a las demandas y afrontar los problemas sociales. Entonces, más allá de sus posibles méritos y de sus costos en el futuro, Kirchner adoptó medidas que los argentinos querían, como la remoción de cinco miembros de la Corte Suprema o la confrontación con el FMI y los acreedores, y eso es lo que elevó la credibilidad de este gobierno. En cuanto al impacto de estas políticas en el largo plazo? no lo sé.
-¿Comparte el análisis de que el Partido Justicialista se ha convertido en la versión argentina del PRI mexicano?
-La Argentina no está yendo hacia un sistema de partido único, a un PRI mexicano, porque en México se trataba de un régimen autoritario, en el que el Estado podía violar los derechos civiles sin afrontar problemas, mientras que en la Argentina, aun con sus debilidades, tiene una democracia real y eso limita al Presidente. El PJ, además, tiene sus anticuerpos: más del 50 por ciento del electorado prefiere no votar a los peronistas y, vale insistir, el apoyo popular jamás se mantiene en el 70 por ciento para siempre. No fue así para Menem, después de las elecciones del 91, 93 y 95, y no lo será para Kirchner. La primera vez que viajé a la Argentina, en 1994, muchos hablaban de la mexicanización de la Argentina, pero sólo tres años después ganó la Alianza. Ahora es un gran problema que la oposición sea tan débil, pero se recuperará y más rápido, probablemente, de lo que se piensa.
-Pero más allá de que la oposición, unida o separada, pueda acceder al poder, ¿cuál es el destino de la democracia argentina si carece de una opción de gobierno sustentable?
-Uno de los grandes desafíos para la Argentina es construir nuevos partidos políticos en la arena que no es peronista. Puede suponerse que será difícil para el radicalismo apelar otra vez a la clase media como su mejor opción y, básicamente, no surge otro partido que pueda tomar ese lugar. Pero mientras la oposición no peronista siga fragmentada en tres, cuatro o cinco partidos, seguirá muy débil y con una capacidad limitada para desarrollar una alternativa de poder y mostrar como una opción real de gobierno. Y, como lo prueba la experiencia latinoamericana desde 1980, las posibilidades de perdurar para los nuevos partidos políticos son muy bajas. Sólo unos pocos han sobrevivido.
-¿Cuáles son las perspectivas, entonces, de una oposición viable?
-Los medios de comunicación permiten que nuevas figuras políticas asciendan y sean reconocidas rápidamente por la sociedad sin depender de una estructura política. Y en la Argentina eso ocurrió con los dirigentes del Frepaso, del partido de Domingo Cavallo y de ARI y, antes, con la Ucedé. En el mejor de los casos, se llegará a una versión más fluida de la Alianza, con varios partidos uniendo fuerzas detrás de un candidato, o todo lo contrario: con opciones muy personalizadas, como Macri o Lavagna, surgiendo casi sin partidos que los sustenten. Pero mi impresión es que si la oposición quiere llegar al poder alguna vez deberá hacerlo mediante coaliciones. Los dirigentes deberán aprender cómo liderar esas alianzas mucho mejor que De la Rúa. No habrá otra opción. Deberán aprender, como lo han hecho los chilenos y los brasileños, que hasta hace unos pocos años tenían un sistema muy volátil.
-Dados los antecedentes recientes, ambas opciones no parecen realistas o alentadoras...
-Es cierto. No hay que olvidar que el electorado antiperonista, si se quiere, es bastante bien educado, de clase media, que tiende a apoyarse más en ideas y programas que en figuras y candidatos. Y está claro que a la Argentina le iría mucho mejor con una oposición fuerte, con dos o tres partidos en condiciones de unirse y formar una coalición. Tampoco creo que eso sea tan difícil. Lo realmente complejo sería el día después de las elecciones, si ganara esa coalición. Los actuales partidos de la oposición no tienen bases en las provincias ni están en condiciones de ganar elecciones en el interior. Esto significa que incluso si ganan la presidencia en 2007, muy difícilmente tendrán mayoría en el Congreso. El PJ, porque domina las provincias, está aumentando su dominio en el Senado, e incluso en la Cámara de Diputados.
-¿Es posible plantearse la construcción de un tercer partido político que tenga las redes nacionales del PJ o la UCR?
-La mayoría de los partidos políticos poderosos de América latina tienen una historia extensa. Son la herencia de décadas de redes nacionales. Todo barrio en la Argentina tiene una unidad básica. Parece improbable que Macri esté en condiciones de lograr algo así en, por decir una fecha, los próximos veinte años. Tener 20.000 unidades básicas reporta grandes beneficios a quien las controla. Y, lamentablemente, también parece improbable que pueda surgir otro partido político así de poderoso en la Argentina.
-¿Cuál es el futuro del radicalismo como opción de poder nacional?
-Cuando un partido histórico muere es muy difícil que sea reemplazado. Lo que lo sustituye, usualmente, son partidos políticos mediáticos, pequeños, fragmentados. La oposición tendrá que adaptarse a las nuevas circunstancias, pero no necesariamente sus afiliados. Y, en el caso de la UCR, aunque en política es preferible no hacer pronósticos, parece que ha superado el punto de no retorno y que apunta a extinguirse. Dicho eso, debo recordar que tiene una red de comités en las provincias, una estructura nacional y una identidad de la que carecen Carrió, Macri y Sobisch. Y no sería imposible que, en unos años, surgiera una nueva figura que aportara optimismo a sus afiliados. Algo así ocurrió con el APRA en Perú, que estaba declarado muerto después de Alan García y que después estuvo cerca de ganar la presidencia.
-Si la UCR puede reaparecer y la opción al peronismo es una suerte de nueva Alianza, la situación no evolucionó mucho desde 2001...
-Soy optimista sobre la Argentina porque estoy enamorado de ella. Pero también por razones más serias de la ciencia política. Comparada con sus vecinos de América del Sur y con su propio pasado, la situación está muchísimo mejor que hace unos años o que hace dos o tres décadas. Ha habido cambios para mejor, y permanentes. El país tiene una sociedad civil fuerte, unos medios de comunicación efectivos, una ciudadanía que ya no tolera militares en el poder, votantes que no eligen a intrusos autocráticos, como Chávez o Fujimori. La democracia en la Argentina es real y se ha probado a sí misma que es bastante robusta. Por eso, soy optimista.
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