Subsidios
El Senado de Estados Unidos acaba de aprobar una ley para subsidiar la fabricación de chips en ese país. Es una ley sin partido. Ambos rivales históricos de la política estadounidense están de acuerdo. Sin lemas. Sin chicanas. Sin rosca. O fomentan la fabricación de circuitos integrados o la escasez que vienen sufriendo desde hace más de dos años los va a terminar por demoler, y, de paso, China se va a quedar con el negocio. Daría, así, la impresión de que es otra versión del “vivamos con los nuestro”.
Bueno, no. Ni cerca. Ningún país del mundo tiene fundiciones de silicio –allí donde se fabrica el circuito en sí, no donde se ensambla el producto final– fuera de sus fronteras. ¿Por qué? Porque el diseño interno de los chips es poder geopolítico. Así que el problema no son los subsidios. El problema es qué subsidiamos. Si el subsidio es un multiplicador de la economía, sirve. Si no, conduce a un círculo vicioso. LA NACION analizó de forma pormenorizada la soberanía del silicio, aquí.
La ley, llamada CHIPS, por sus siglas en inglés, prevé un aporte de 52.000 millones de dólares para la industria del silicio y generosos créditos para los emprendedores locales que quieran empezar a diseñar y fabricar circuitos integrados. Dato: Intel, el inventor del cerebro electrónico, canceló hace poco la inauguración de una colosal planta en Ohio como protesta porque esta ley no salía; lógico, sus competidores reciben jugosas ayudas estatales. Así que no parece difícil de visualizar: la cuestión es si subsidiamos el futuro o si subsidiamos el pasado.
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