Un escritor sin cuerpo
La vigencia de Borges me parece tan compleja como su estilo. Dependiendo del ángulo desde el que abordemos su legado, pienso que la respuesta variaría radicalmente. Si nos concentramos en su noción transnacional, hipertextual y políglota de la ficción, entonces sólo cabe admitir que fue un adelantado a su tiempo. Como bromeó alguna vez Eco, Borges inventó Internet. Esa idea es sólo parcialmente cierta, ya que al mismo tiempo fue un autor esencialista o platónico, con evidente desinterés por la actualidad y lo moderno. Esa parte reaccionaria de Borges me parece divertida y, en cierta manera, profunda.
Desde un punto de vista más ideológico, creo que el predicamento de Borges ha dependido de la despolitización de su figura.
Cuando sus opiniones políticas, a menudo atroces, eran parte del debate literario en Argentina, la lectura de su obra se veía inevitablemente interferida. Creo que, como pensador social, Borges dejaba bastante que desear y no hace ninguna falta engañarnos con eso: sus libros eran mucho más grandes que sus actitudes.
Ahora bien, si enfocamos su obra desde otros puntos de vista, como el del género, entonces nos topamos con su lado más anacrónico.
Borges era además, en términos estrictamente literarios, un escritor sin cuerpo. Su obra omite la sexualidad de una manera casi obsesiva. El deseo, el placer, la carne están prácticamente desterrados de su universo. Sería curioso preguntarse por qué un país tan psicoanalizado como la Argentina ha colocado a un genio de la represión sexual en el centro de su canon. Por otro lado, y celebrando que hablamos de una de las prosas más brillantes del siglo XX, quizá no nos vendría mal dejarlo descansar por un tiempo. Lo cual no significa en absoluto olvidarlo, sino dejar de soñar con imitarlo. Ser un epígono borgeano parece mucho menos provechoso que ser su lector.
Andrés Neuman