Un film sencillo, potente y visceral: César sucumbirá, los Taviani no
"Desde que conozco el arte, esta celda se ha convertido verdaderamente en una prisión." Con estas palabras, pronunciadas casi como en un susurro por un interno del penal de máxima seguridad de Rebibbia, en las afueras de Roma, se cierra Cesare deve morire, la flamante película de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, que viene de alzarse con el Oso de Oro de la Berlinale. Potente, sanguíneo, visceral, el film de los Taviani es –como lo era Padre padrone– de una sencillez y una transparencia que no por ello debería ocultar su compleja operación conceptual.
Aunque Cesare deve morire tiene la autenticidad del mejor cine documental y apela a algunas de sus herramientas, está lejos de ser un documental. Conmovidos por una versión del Inferno de Dante que presenciaron en el salón de actos de la prisión de Rebibbia, interpretada íntegramente por los reclusos, los Taviani decidieron volver, pero con una nueva propuesta. A través de Fabio Cavalli, el director teatral del penal, les plantearon a los convictos producir la puesta en escena del Julio César de Shakespeare, una tragedia universal pero de raíces inequívocamente romanas. Los Taviani registrarían todo el proceso de producción, desde el reparto de personajes hasta los ensayos, pero con la idea de que en ese desarrollo ya tomara cuerpo la obra, y con ella la película toda.
El resultado es sorprendente, por la fuerza impensada que cobra el texto en manos de esos actores improvisados, pero tanto o más preparados para hacer suyas las palabras de la obra que un actor profesional. En Rebibbia, los Taviani encontraron todo tipo de criminales: convictos por tráfico de drogas, por robo a mano armada, por asesinato, en muchos casos miembros de la mafia, la camorra, la ‘ndrangheta. Y descubrieron que ellos conocen mejor que nadie, por experiencia propia, el significado de algunos de los temas de fondo que atraviesan como cuchillos la obra de Shakespeare: la lealtad, la traición, la lucha por el poder, el crimen.
Filmada casi íntegramente en un contrastado blanco y negro, la película de los Taviani sabe sacar el mejor provecho no sólo de los rostros curtidos y del histrionismo natural de los reclusos –que dicen sus líneas en sus propios dialectos: napolitano, siciliano, apuliano–, sino también del opresivo ambiente de la cárcel misma. Los corredores estrechos, las celdas exiguas, el angustioso patio de recreo de la prisión se convierten en la mejor escenografía para presentar el complot que se cierra sobre el Emperador.
Pero al mismo tiempo que el espectador se compromete emocionalmente con la tragedia, no puede dejar de tomar distancia y recordar, a cada paso, en cada escena, que detrás de esos personajes, incluso detrás de esos actores, hay hombres con nombre y apellido, convictos que encuentran la libertad y la redención en las palabras que cuatro siglos atrás ya había puesto en sus bocas y en sus conciencias William Shakespeare.
A cada uno de ellos le dedicaron el triunfo en la Berlinale los Taviani: "Hicimos esta película –dijeron con el premio en sus manos, en el escenario del Berlinale Palast– con la intención de que, cuando se estrene, los espectadores vuelvan a sus casas pensando que incluso un detenido por crímenes a veces terribles puede tener sensibilidad artística. Y, sobre todo, que también es un hombre".
*Luciano Monteagudo es crítico de cine de Página/12 y delegado de la Berlinale en la Argentina.
Luciano Monteagudo