Un magnate y su doble
La fiesta de cumpleaños
Por Panos Karnezis
A principios de los años 40, Orson Welles realizó su debut como director cinematográfico con El ciudadano , película que escondía un secreto nada hermético: su escabroso protagonista enmascaraba el retrato de William Randolph Hearst, magnate periodístico considerado el padre de la prensa amarilla. Hearst nunca aprobó el contenido del film e incluso llegó a intentar comprar los derechos para que no se estrenara. Las adaptaciones no asumidas, incluso desde antes, forman parte del mundo del arte. Algo de eso hay en La fiesta de cumpleaños , nueva novela del escritor griego radicado en Londres Panos Karnezis (1967). Marco Timoleon, el hombre más rico del mundo, vive hacia 1974 en una isla en el mar Mediterráneo, donde una noche recibirá una multitud de invitados para celebrar los veinticinco años de su hija Sofía. Pero la fiesta oculta un motivo oscuro: el magnate sabe que ella esconde un embarazo y en secreto ha hecho montar un quirófano en una habitación de la villa. Así espera resolver el asunto a su manera. Más allá de esta anécdota sobre la que gira la historia, Timoleon no es otra cosa que un álter ego del empresario naviero Aristóteles Onassis y la novela de Karnezis, una suerte de biografía inconfesa, tanto que podría hablarse de gemelos idénticos. Nacidos en Esmirna, ambos emigran a Buenos Aires en busca de mejores horizontes; con astucia, allí consiguen colarse entre la aristocracia y comenzar a levantar sus imperios; mujeriegos los dos; creadores de métodos que revolucionaron los sistemas financieros de su época; casados en primeras nupcias con la hija adolescente de un competidor, y en segundas con mujeres de la aristocracia estadounidense a las que sus hijos rechazan; ambos con hijos varones que mueren en un accidente aéreo e hijas adictas a los fármacos y los intentos de suicidio. Como el padre de Onassis bautizó a su hijo Aristóteles Sócrates, Karnezis hizo que el de Marco fuera aficionado a la lectura de los clásicos.
Aunque el atractivo del protagonista sea sólo un reflejo del hombre que cautivó desde las revistas de chismes hace más de cuarenta años, La fiesta de cumpleaños resulta entretenida. Sin embargo, cuando parece que al final la novela desembocará con vigor en plena tragedia griega, acaba convirtiendo el desenlace en un flácido remilgo. El cierre de circularidad ingeniosa y artificial, falsamente borgeano, desecha con su sorpresa el potencial dramático. De hecho, hay un loro ciego llamado Borges que vive sentado en el regazo de una vieja aristócrata. De modo transitivo, el escritor sería apenas una suerte de parlanchín, que repite lo que han dicho otros.
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