Un melodrama vigoroso
Con la guerra de Irak como telón de fondo, la prolífica Joyce Carol Oates cuenta ?una historia familiar intensa con la que confirma su astucia y eficacia para capturar ?el gusto de las grandes audienciasUn melodrama vigoroso
Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) tiene 76 años y escribe desde 1963 con un ritmo de producción inigualable e inagotable. No hay género que se le haya resistido o que haya dejado inexplorado. Cuentos, ensayos críticos, artículos periodísticos, piezas teatrales, poesía, biografías, novelas e, infaltable, un libro de memorias. Hablar de Oates implica, necesariamente, una cuantificación: medio centenar de novelas, cuatrocientos relatos, una docena de ensayos, con la inevitable salvedad de que, además de la obra firmada con su nombre, tiene más material publicado con seudónimo.
Es difícil realizar algún comentario innovador sobre su vida o su obra: cada vez que publica un libro es casi un gesto obligado de quien reseña volver sobre alguna zona biográfica, reiterar que es una eterna candidata al premio Nobel o que ha retratado a su manera la sociedad estadounidense. Que su mundo literario es violento y gótico, que ha abordado con recurrencia temas sensibles para su país: la pena de muerte, la religión y el belicismo; o asuntos universales como la venganza, la soledad, los celos. También es sabido que fue denostada con saña por algunos escritores contemporáneos y que entre sus colegas el más furioso ha sido Truman Capote, quien llegó a decir de ella que era un monstruo al que debería decapitarse en público. Y que ese odio provenía menos de una misoginia que de una visible envidia por el ritmo productivo de Oates.
Cuando se la criticado por su fecundidad literaria, ella afirmó a su vez que el comentario proviene de gente que no la lee. "A mis amigos Norman Mailer y John Updike, que también han sido muy prolíficos, nunca se les ha criticado que escriban demasiado", se defendió.
Oates tiene muchas historias que contar sobre temas que bullen y que son portadores de dramas: "La división racial, el aborto, liberales frente a conservadores extremistas, ateos y religiosos". Una vieja historia de la literatura norteamericana publicada en 1988 se refiere a ella con comentarios que solapan cierto elegante desprecio: "El tema de la verdad y la mentira en las relaciones amorosas es su meta expresiva". O éste que, leído hoy, resulta casi divertido: "Muchos mecanismos expresivos de Dallas, Falcon Crest o Dinasty están siendo aprendidos de Miss Oates".
Relegar parte de su producción a una zona de sensiblería femenina ha sido una actividad crítica frecuente, tanto como reconocer su astuto coqueteo con las técnicas del best-seller, su oportunismo respecto de los temas que más sensibilizan a los estadounidenses o, en el otro extremo, rendirse incondicionalmente ante su intensidad narrativa. Habría que ver cuán claro u oscuro –o neutro– resulta afirmar que Oates es "una de las grandes figuras de la literatura contemporánea estadounidense".
Profesora de escritura creativa, lo cierto es que su oficio le permite suplir cualquier falta de talento y construir historias de largo aliento. Algunos de los títulos más celebrados y citados son Blonde (una monumental biografía literaria de mil páginas sobre Marilyn Monroe), Mamá, Ave del paraíso, los cuentos de Infiel (para muchos, ahí están sus mejores relatos); Las hermanas Zinn, La hija del sepulturero, Hermana mía, mi amor (distinguida con el Grand Prix de l’Héroïne Madame Figaro).
En 2011 Oates publicó Memorias de una viuda, historia autobiográfica que escribió luego de la enfermedad y muerte de su marido (Ray Smith) tras cuarenta y siete años de matrimonio. Sin embargo, es a su nuevo esposo, Charlie Gross, "mi marido y primer lector", a quien dedica ahora Carthage, su última novela.
Historia de una familia que transcurre principalmente en Carthage, comienza con la desaparición de Cressida, la menor de las hijas de la familia Mayfield. Catalogada como la "lista" en oposición con la "linda" Juliet –su hermana mayor–, Cressida es una chica bastante retorcida, inteligente, temerosa y resentida que está muy enojada con la vida y con su familia. Celosa de Juliet, intenta acercarse con poca inocencia al ex prometido de su hermana en la noche de su desaparición en las montañas de Adirondack.
Brett Kincaid es un ex combatiente de Irak que ha regresado con heridas espantosas del frente de batalla –físicas y psíquicas–, agudizadas por el recuerdo insoportable de la violación y asesinato de una joven iraquí perpetrado por él y sus compañeros. La memoria de este episodio va a superponerse en la confesión poco coherente que hace a las autoridades ante las que se declara culpable por la desaparición de Cressida. Zeno Mayfield, el padre abogado que fuera intendente del pueblo y que aún conserva una vida pública y política, se desespera y se aferra a la posibilidad de que su hija se encuentre con vida aún. Su mujer toma una actitud muy diferente y acusa una conversión a partir de la aceptación de la desaparición, lo que la lleva a abrir un refugio para mujeres víctimas de maltrato. Juliet huirá del pueblo y de los recuerdos, resguardándose en un puesto universitario y en un marido mayor que ella, sin perder el sentido ambivalente de odio y amor por su hermana, en definitiva, la causante de la tragedia familiar, aunque esto parezca paradójico.
Todo esto vendría a ser la punta del iceberg de la historia construida con muchas voces (es coloridamente polifónica) y con un procedimiento narrativo espiralado, que plantea un tema, un suceso o una característica que volverán a repasarse y retomarse una cantidad de veces con agregados, diferencias e incluso repeticiones para relanzar el tópico con nuevos comentarios. También puede notarse el cambio de foco permanente que acompaña a un personaje y a otro de manera indistinta.
Hay ciertos lugares comunes: el prototipo del militar y el ser del héroe, la mirada estereotipada de la sociedad respecto del conflicto bélico de Irak (y, en sordina, también aparece Vietnam), las consideraciones respecto del corredor de la muerte y la pena de muerte. Hay mucho melodrama y sensiblería, personalidades muy conflictivas y hasta retorcidas; hay alcoholismo, violencia de género, odios y expiación de culpas. Hay excesos en las reacciones y los comportamientos de los protagonistas y unas cuantas escenas que podrían recortarse.
Sin embargo, Carthage atrapa al lector: la tensión de la historia se conserva hasta el final y los caracteres de los personajes –ambivalentes, odiosos y amorosos, decadentes y capaces de reparación– se despliegan con cada vez mayor intensidad, acompañando los inesperados avatares de la trama.
Carthage
Joyce Carol Oates
Trad.: José Luis López Muñoz
Alfaguara
536 páginas
$ 289