Vida cultural. Una cuestión de conciencia y recursos
El nudo gordiano de la gestión cultural en el país sigue siendo un asunto de conciencia, compromiso y recursos.
Tanto en el orden nacional como en las provincias, la preservación del patrimonio es una de las áreas donde la ausencia de esos tres elementos acentúa el deterioro y la pérdida.
Una visita por la manzana jesuítica en la ciudad de Córdoba, recorriendo el Museo Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba, inaugurado en 2000; la Iglesia de la Compañía de Jesús, con su bella capilla doméstica, que supo estar destinada a los nativos durante el siglo XVII; el Colegio Monserrat y el rectorado de una de las casas de altos estudios más tradicionales de la Argentina muestra a las claras la urgencia de despertar la conciencia de funcionarios y ciudadanos en la preservación del patrimonio histórico y cultural.
La existencia de la Comisión Nacional de Museos, la ley de protección del patrimonio y la creación de un registro de bienes de valor histórico y cultural no son suficientes sin el compromiso de recursos destinados a la conservación de esa memoria tangible, cuya incidencia en el presente adquiere tanta relevancia a la luz de la cultura global.
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Sólo por mencionar algunas de las observaciones que se extraen de una recorrida, en la sala destinada a la colección Ferrer Vieyra, abierta en 2001 en la sede del Museo Histórico, las 387 piezas que la componen presentan distinto estado de guarda y preservación.
Por lo pronto, en una sala única se guardan y se exponen 22 obras incunables y 22 cuasi incunables, cuyo más antiguo ejemplar data de 1476.
La colección donada por la familia de Enrique Ferrer Vieyra contiene, entre otras joyas editoriales, un bello antifonario del año 1609, con el célebre "Libro de las Horas" incluido.
Los libros se exponen, en algunos casos, en anaqueles desprovistos de la protección y temperatura adecuadas, y en otros, sin la identificación precisa de las piezas y manuscritos.
Quien conozca la tarea de un conservador de libros, el preciosismo que exige mantener vivos esos valiosos testimonios del pasado, sabe de la importancia de asignar presupuesto para la preservación. El oficio de encuadernador de libros se ha vuelto una rara avis en un mundo rehén de la tecnología.
La colección Ferrer Vieyra resulta apenas una pequeña muestra.
Detrás de ella se alza la joya más cuidada del Museo: 2500 títulos de la colección jesuítica, devueltos a Córdoba por la Biblioteca Nacional, que todavía esperan su turno de ser exhibidos a la sociedad.
Ambas colecciones representan un desafío inmejorable para la divulgación del patrimonio cultural, desde una de las provincias argentinas mejor vinculadas con la educación y la cultura.
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