Una estafa
No hay nada mágico acerca de las drogas. Quizá esto sea lo primero que los que diseñan políticas sobre las adicciones deben tener presente. Todas las drogas explotan mecanismos neurológicos naturales del organismo. Pueden inhibir la recaptación de la dopamina, fomentar la producción de este neurotransmisor o aumentar el efecto del ácido gama aminobutírico. Pero no hay magia. Ni hay glamour.
Porque así estamos diseñados, la muy delicada bioquímica del organismo cambia cuando intervenimos en ella. Por ejemplo, cuando el tabaco fomenta la producción de dopamina, el cerebro reduce el número de receptores de ese neurotransmisor. Ante la inundación de dopamina, busca el equilibrio perdido. Por eso, el fumador necesitará volver a consumir regularmente, porque como ahora tiene menos receptores, la dopamina producida por las actividades cotidianas no le alcanza. Entonces siente ganas de fumar. Cuanto más fuma, más compensa el cerebro, y, por lo tanto, más dopamina necesita; o sea, más tabaco.
Lo sé, es una síntesis brutal de una dinámica más compleja. Pero las drogas son una burda estafa química al cerebro, el órgano más complejo y menos conocido, y también el que mejor nos define.