"Una expresión de la total donación a Dios"
¿El celibato de los sacerdotes? "Es una expresión de la total donación al servicio de Dios", nos comentó ayer, en una conversación personal, el primado de la Argentina, cardenal Jorge Bergoglio. Aclaró también que la Iglesia oriental (una rama de la Iglesia Católica) combina dignamente el sacerdocio con la vida matrimonial.
En realidad, el celibato no es exigido por la naturaleza misma del sacerdocio: no todos eran célibes entre los presbíteros de la Iglesia primitiva (no lo era San Pedro) y hoy sigue habiendo sacerdotes casados -no obispos- en las iglesias católicas de rito oriental.
Pero la Iglesia Católica de rito latino, desde los primeros siglos, asumió el celibato para los sacerdotes. El Concilio Vaticano II (1962-1965) confirmó esa disciplina, remarcando la identidad del sacerdote como hombre consagrado a Dios y servidor de los hombres.
La Iglesia estima conveniente que el sacerdote renuncie a algo en sí bueno -el matrimonio- para unirse más fácilmente a Cristo con todo el corazón y dedicarse con más libertad a su servicio.
El celibato se entiende como un don divino, un llamado, que es libremente aceptado por la persona. El sacerdocio es un oficio público en la Iglesia, no una simple realización, derecho o gusto personal. Y la autoridad eclesiástica debe ser la primera interesada en que el futuro sacerdote asuma esa responsabilidad consciente y libremente.
En 1967, ante una ola de deserciones y confusión, en la encíclica Sacerdotalis Coelibatus, el papa Pablo VI recogió objeciones al celibato -escasez de clero, defecciones- y brindó motivos para sostenerlo. Dijo que la elección del celibato fue siempre considerada como "señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos".
Hace días, en una carta a todos los sacerdotes, el prefecto de la Congregación para el Clero, cardenal Darío Catrillón, les dijo que lo que se necesita para alcanzar la felicidad "no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado, como el de Cristo".
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