¿Una narrativa invisible?
En este texto, que forma parte de la Enciclopedia del español en el mundo (Instituto Cervantes), el autor de Doctor Pasavento hace un crudo diagnóstico de la situación de los escritores hispanos más allá de sus fronteras
Si mis datos no están equivocados, la lengua española es la cuarta más hablada del mundo, detrás del chino, el inglés y el hindi. Eso ha producido una indudable expansión del español. El Instituto Cervantes sabe mucho de eso, pues conoce el aumento espectacular del interés por aprender nuestra lengua, lo que -como bien ha observado Bryce Echenique- no necesariamente va acompañado de una ampliación del horizonte cultural de los nuevos hispanohablantes, que muchas veces constituyen a lo más un contingente de lectores potenciales, susceptible, eso sí, de convertirse en público lector de nuestros libros de ficción.
Por lo general, se aprende español para tener acceso a trabajos remunerados que requieren el conocimiento de esa lengua. Nadie niega que se ven películas de Almodóvar (que a veces parece querer decirnos que la Internacional Gay tiene su sede central en España) y se tienen ligeras nociones sobre Buñuel, Dalí o Lorca. Pero, por lo demás, son unas minorías muy minoritarias las que conocen algo de la literatura española actual. Hubo una cierta curiosidad por esa literatura en los años ochenta, coincidiendo con la aparición de la llamada nueva narrativa española y la consolidación de la democracia en España. Sin embargo, yo recuerdo haber participado en esa época, por ejemplo, en la Feria de Frankfurt o en el Salón del Libro de París (dedicados ambos eventos a la nueva y joven literatura española, savia fresca para la vieja Europa) y haber visto muchos escaparates de librerías decorados con imágenes tópicas de toros y flamenco. Particularmente lamentable, dentro del lanzamiento de nuestra literatura en Frankfurt, fue el pabellón dedicado a la tortilla española, el más visitado, con una afluencia de público (se invitaba a tortilla de cebolla a quien quisiera) muy superior a la de los stands de libros. Eran entonces la gran mayoría de escritores españoles muy jóvenes y activos y nadie intuía que tardarían muy poco en apoltronarse y ser seducidos por el mercado; fueron engullidos por la repentina necesidad de comprarse chalets con piscina o bien por llevar una vida de correctos académicos (imaginarios o no). Hoy en día no queda casi nada de aquella narrativa que pudo impactar en Europa.
El gran problema que tienen los escritores españoles de hoy es la visibilidad internacional. En mi caso particular, yo creo que ese problema lo he roto de fuera hacia dentro, trabajando contra el superficial canon nacional que algunos críticos nefastos crearon en los años ochenta. En vista de que no encajaba en esa narrativa nueva española (donde se jaleaba la mera copia de los mejores estilistas del famoso boom latinoamericano), opté por escribir una literatura no nacional española. Y así Italia, Francia, México, Venezuela o la Argentina se acercaron a mi obra mucho antes de que ésta fuera mínimamente comprendida por mis conciudadanos. Me inscribí en una tradición literaria mestiza en la que caben germánicos como Claudio Magris y W. G. Sebald, franceses como Perec, mexicanos como Sergio Pitol y argentinos como el inefable Borges; la aportación española creo que me vino dada por la línea de Juan Benet y los experimentos literarios de Javier Marías.
Lo hablaba, el otro día, con el crítico Pozuelo Yvancos. La gran batalla, hoy, de la literatura española (que es la catalana, la gallega y la vasca también) consiste en situarse en el mundo. ¿Por qué no tenemos visibilidad internacional? La respuesta nos lleva a un elemento contradictorio: los hispanoamericanos más visibles son los que publican en editoriales españolas. En los Estados Unidos entra con más fuerza un autor, por ejemplo, mexicano que un español (y si entra alguien español no es lo mejor de cada casa, sino historias bañadas en kétchup, no aptas para lectores literarios europeos).
Hace tiempo que el boom dejó de existir, salvo en sus impresentables epígonos. Y sin embargo, nadie parece haberse dado cuenta de esto. Mejor dicho, el chileno-mexicano-catalán Roberto Bolaño dio un carpetazo genial a Rayuela y sus novelas adláteres, pero pocos parecen haberse dado cuenta de esto en España. Es significativo que Vargas Llosa, último reducto del boom , no haya leído a Bolaño.
Hay que romper esa invisibilidad. Mi experiencia personal me indica que estoy traducido a veintidós idiomas, lo que me ha hecho viajar a muy diversos países y conocer de cerca el desconocimiento de la literatura española en casi todas partes. Sólo cinco o seis nombres de escritores en lengua española -best sellers causales aparte- son conocidos por el público literario europeo. El referéndum más cruel lo pasan los escritores españoles en Latinoamérica, donde, a diferencia de Europa, sólo dos o tres escritores ibéricos -más bien los más alejados del tradicional realismo hispánico y de la desfachatada copia de los autores del boom - interesan. Si comienzan por no interesar en Hispanoamérica, ¿cómo van a interesar al mundo?