Una vida rosa pálido
La biografía escrita por Carolyn Burke sigue paso a paso y con mirada piadosa el ascenso, la gloria y el desencanto final de la cantante francesa Édith Piaf
Cada tanto, el mito Édith Piaf se reanima, desgarra intensamente y retorna al silencio. Decenas de títulos se han escrito sobre su corta y atormentada vida, e incluso ella misma dictó dos libros de memorias: en 1958 apareció El baile de la suerte , un remedo autobiográfico escrito por el periodista Louis-René Dauven, en el que con desordenados trazos repasaba un puñado de anécdotas, eludía todo el dramático vértigo que siempre había cargado sobre sus hombros, ocultaba algunos hechos y deformaba muchos otros. Tres meses después de su muerte, ocurrida el 10 de octubre de 1963, fue publicado Mi vida , una recopilación de artículos y entrevistas del mismo tono, realizadas por Jean Noli. También el teatro y el cine han sido pródigos en abordar sus días. Entre los films, es dable destacar, entre otros, Édith et Marcel (1983), de Claude Lelouch, y el famoso La vie en rose (2007), de Olivier Dahan, con una notable actuación de Marion Cotillard que le valió un Oscar a mejor actriz y volvió a colocar la figura de la cantante ante un vastísimo público.
Carolyn Burke, una australiana que vivió durante más de una década en París y que actualmente reside en California, y quien ya había escrito sobre Lee Miller y Mina Loy, es la autora de É dith Piaf. Una vida, biografía con más piedad que detalles escabrosos, lo que de algún modo se agradece. Sus años de estadía en la capital francesa la acercaron a esa leyenda inmaculada que sigue siendo aquella diminuta contralto que no medía más de un metro cuarenta y siete, y que a lo largo de toda su vida, envuelta en el más rutilante éxito profesional, luchó inútilmente por encontrar el amor.
Édith Giovanna Gassion nació en una callecita de París el 19 de diciembre de 1915. Su madre, Annetta, vendedora de caramelos y cantante ambulante, había sido abandonada por su esposo, Louis, y en el momento del parto no pudo llegar al hospital por sus propios medios. Pocos días después entregó la bebé a su madre, una mujer berebere que se destacaba por ser la dueña de un circo de pulgas amaestradas, y quien solía llenar con vino las mamaderas que le daba a la niña para hacerla dormir. Meses después, el padre, acróbata y contorsionista, regresó del frente de guerra y dejó a Édith en manos de su abuela Léontine, quien regenteaba un burdel. En él creció la pequeña hasta que a los siete años Louis se la volvería a llevar, esta vez para integrar una troupe circense. En la capital francesa padre e hija harían de la calle su fuente de vida: él asombrando a los transeúntes con inigualables ejercicios de contorsión y ella cantando "La Marsellesa".
Su adolescencia fue una seguidilla de rechazos y abandonos, hasta que a los catorce años decidió irse a vivir sola. A los dieciséis se ennovió con un joven mandadero y se fue a vivir con él. De esa unión nacería su única hija, Cécelle, quien fallecería meses más tarde afectada de meningitis. Para ese entonces ya había empezado a frecuentar algunas turbias cantinas donde, por unos pocos billetes, cantaba para una concurrencia compuesta por ladrones de medio pelo, gigolós de escasa monta y contrabandistas de cuarta. Dos meses antes de cumplir veinte años, Édith conoció a Louis Leplée, quien la llevó a cantar a un club de su propiedad y la protegió de modo tal que ella pronto lo bautizó "Papá". Fue un breve tiempo en el que se sintió amparada y recibió el nombre artístico que la acompañaría por el resto de sus días: la Môme Piaf (el "Gorrión de París"). Pero el paraíso resultó fugaz y en lo que se supuso fue un ajuste de cuentas, Leplée fue asesinado en su negocio. A ese incidente siguieron meses de tropiezos y soledades, hasta que finalmente conoció a otro de los hombres que resultarían clave en su vida profesional: el compositor Raymond Asso, quien le permitiría cantar dos de sus primeros grandes éxitos, "Mon légionnaire" y "Le Fanion de la Légion".
Burke ilustra cada uno de los capítulos de su libro con versos de algunas de esas canciones, en las que una y otra vez se repite el personaje de una heroína de baja extracción social, enfrentada al amor y, casi simultáneamente, a su pérdida y a la soledad. Todo un calco de lo que sería la vida entera de la propia Édith.
Piaf comenzaría a conquistar a un público cada vez más amplio, incorporando nuevos temas a su repertorio (para ello fue esencial haber conocido a Marguerite Monnot, una pianista y compositora que pondría música a la mayoría de sus letras) y conociendo a un sinnúmero de hombres de los que se enamoraría a primera vista y a los que abandonaría pocos meses después, aburrida o decepcionada. Por su cama pasarían principiantes y consagrados, viejos y jóvenes, ilustres desconocidos y futuras estrellas como Yves Montand, Charles Aznavour, Jacques Pills, Georges Moustaki y hasta el mismísimo Marlon Brando, a quien frecuentó en cada uno de sus viajes a Los Ángeles. Supo también amadrinar y producir a muchos principiantes, y llevó a la fama a un grupo que en las décadas del 40 y del 50 recorrió el mundo como embajador de la canción francesa, Les Compagnons de la Chanson.
Pero entre tantos amantes, ilusiones y decepciones, Marcel Cerdan, un boxeador de origen argelino, fue quien mayor impacto ejerció sobre la cantante. En octubre de 1948, unas semanas después de que él ganara el campeonato mundial de los pesos medios y mientras ella cumplía con uno de sus tantos contratos en Nueva York, la llamó desde París para decirle que tomaría un barco para reunirse nuevamente con ella. Pero Édith le suplicó que viajara en avión, para que la separación resultara más breve. El día 28 el avión desapareció en vuelo y se estrelló en las islas Azores. A partir de entonces el futuro no le depararía a Piaf otra cosa que enfermedades y adicciones. Anemia, artritis, infecciones pulmonares, bronquitis, neumonía, fiebres descontroladas, hinchazón de rostro y manos a causa de la cortisona, úlcera sangrante, daños hepáticos, disentería, pancreatitis, adherencias intestinales... Entre 1959 y 1962 Piaf se sometió a ocho operaciones quirúrgicas. En 1963, pocos días antes de su muerte, pesaba apenas treinta kilos. Y a todo ello, también se agregaron cuatro accidentes automovilísticos de diversa gravedad.
Ataviada siempre con un sencillo vestido negro, y a pesar de su cuerpo casi ingrávido, Édith Piaf se agigantaba cada vez que aparecía en un escenario y comenzaba a cantar. No obstante el estremecedor estado de salud de sus dos o tres últimos años, siempre parecía renacer ante cada recital. Así ocurrió a fines de 1961, cuando actuó en un Olympia amenazado por la quiebra, al estrenar uno de sus temas más emblemáticos, "Non, je ne regrette rien" ("No, yo no lamento nada") y salvar al teatro de su cierre definitivo.
Tras su muerte, la Iglesia católica negó los ritos fúnebres correspondientes. El diario L'Osservatore Romano se apuró a afirmar que Édith había vivido "en pecado público" y que había sido "un ídolo de felicidad prefabricada". Sólo un sacerdote francés, en un acto de absoluto desafío al Vaticano, se atrevió a bendecir los restos de quien fue una de las mejores cantantes de la historia.
Édith Piaf.
Hugo Fontana
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