El fin de una era. Adiós a los ídolos y caudillos
En sólo 14 meses se retiraron Maradona, Francescoli, Ruggeri, Burruchaga, Palma y el Beto Márcico
Idolo y caudillo. Un jugador distinto cualquiera sea la óptica. Indispensable. Imposible de fabricar. En la cancha, compinche de la gambeta, patrón del área propia, abonado al pase milimétrico o amigo del gol. Fuera del campo de juego, el ejemplo ante los compañeros, el que ordena, el lugarteniente del entrenador o el que quita responsabilidades sólo con su presencia. Nacen. Brillan. Y se retiran. Como todo, sus ciclos también tienen un final, aunque muchos intentarían inclinar ese imaginario reloj de arena que son sus vidas para demorar el paso del tiempo. Pero es imposible. Apenas se marchan... ya se los extraña. Y en los últimos 14 meses se retiraron nada menos que Diego Maradona, Oscar Ruggeri, Enzo Francescoli, Jorge Burruchaga, Omar Palma y Alberto José Márcico. Entre los seis están escritas muchísimas páginas de oro.
Los matices dominaron cada despedida. Maradona jugó su último partido con Boca -en realidad fueron los primeros 45 minutos- sin saber que sería el del adiós. Ganó el superclásico y después empezó a naufragar entre sus dudas. El partido homenaje sigue pendiente..., es que con Maradona nunca se sabrá.
En cambio, Francescoli no pudo irse mejor. En el 97 obtuvo el Clausura, el Apertura y la Supercopa. Casi se tentó con seguir y finalmente el 18 de febrero de este año dijo basta. Vencedor, vigente, sólo falta que se fije la fecha de la fiesta para aplaudirlo con ganas.
Palma, Ruggeri y Márcico pusieron el punto final con anticipación. Sus retiros eran anunciados y no fueron nada traumáticos. El Negro está en las inferiores de Central, el Cabezón ya es el técnico de San Lorenzo y el Beto también prometió dirigir. El fútbol respira tranquilo porque siente que no los ha perdido del todo. Y la única salida incómoda ha sido la de Burruchaga: entre gallos y medianoches sin reconocimientos, un 14 de septiembre Burru se convenció de que su hora finalmente había llegado.
La sangría de ídolos en el fútbol argentino es un mal que promete empeorarse bajo las leyes del nuevo mercado mundial. Los poderosos compran para que las flacas tesorerías intenten mantenerse a flote, una relación directa entre Europa y los clubes de esta parte del planeta. ¿Conclusión? Las estrellas que con facilidad se instalan en el firmamento vernáculo nunca llegan a convertirse en ídolos porque arman las valijas y saltan las fronteras cada vez con mayor celeridad.
Ahora se trató de Maradona, Ruggeri, Francescoli, Burruchaga, Palma y Márcico, pero ya entre 1987 y 1991 se habían retirado tres glorias como Norberto Alonso, Hugo Gatti y Ricardo Bochini. En el fútbol de hoy aparecen apellidos que podrían convertirse en genios idolatrados, como Guillermo Barros Schelotto, Aimar, Palermo, Gallardo o Daniel Montenegro. Pero, ¿cuánto tiempo más se quedarán en el país? Tan cierto como que el amor y la identificación con una camiseta representa uno de los caminos principales para recibirse de ídolo. O de caudillo.
Pero por ahora sólo se escuchan lamentos por los que ya no están.
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