Caster Semenya, ¿justicia o discriminación?
Sudáfrica, que sabe como nadie sobre el apartheid, recuerda en estos días el nombre de Saartjie Baartman, esclava de la etnia khoikhoi, que creció casi húerfana en Ciudad del Cabo, empleada de un colono holandés que asesinó a su pareja, analfabeta y con su pequeño hijo muerto, y que a comienzos de 1800 fue llevada a Londres y París, como atracción circense, por su trasero enorme. En Piccadilly Circus, Saartjie debía bailar desnuda. Los que pagaban un extra tenían derecho a tocarle los glúteos. El "show", que incluía danza y música, se trasladó tras algunas polémicas al Cesars de París, donde Baartman terminó sus días prostituída y alcohólica, hasta que murió con apenas 26 años. Su cerebro, esqueleto y genitales fueron exhibidos en un museo de París hasta 1974. En 2002, Nelson Mandela gestionó especialmente para que sus restos volvieran a Sudáfrica, donde Baartman pasó a ser símbolo nacional. Sudáfrica cree a veces que los tiempos han cambiado poco. Hoy habla de Caster Semenya.
¿Cómo puede ser que en pleno siglo 21 la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) reglamente a las mujeres "con la misma ideología que nos terminó llevando a algunas de las peores injusticias y atrocidades de nuestra historia"? Steve Cornelius, uno de los abogados más respetados en el mundo del deporte, escribió el último fin de semana a Lord Sebastian Coe, presidente británico de la IAAF. Le comunicó su renuncia como miembro del Tribunal de Disciplina porque no puede seguir formando parte de una organización que condena al ostracismo a mujeres por ser simplemente "lo que nacieron para ser". Cornelius se refiere a su compatriota Semenya, la velocista a la que la IAAF acaba de ordenarle que, si quiere seguir corriendo con mujeres, a partir de noviembre deberá tomar drogas para reducir su producción natural de testosterona. Caso contrario, que corra con los hombres. O con la inexistente categoría de atletas intersex. O que no corra más.
"Estoy 97 por ciento segura de que ustedes (la IAAF) no me quieren, pero estoy cien por ciento segura de que no me importa". Semenya (esa fue su única respuesta hasta ahora) esperaba el dictamen. La atleta que irrumpió en el Mundial de Berlín 2009 celebró en marzo pasado su graduación en Ciencias del Deporte junto con su esposa Violet Raseboya. En abril arrasó en los 800 y 1.500 metros de los Juegos de Mancomunidad en Australia. Y se prepara para competir este fin de semana en la Diamond League en Doha. La IAAF, sin mencionarla, acaba de fallar contra ella. Anunció que las atletas que corran entre 400 y 1500m y tengan elevada producción endógena de testosterona deberán reducir a cinco nanomoles por litro (la mitad de lo permitido antes) para competir en "igualdad" de condiciones. Más nanomoles significan más masa muscular, más fuerza, más hemoglobina. Semenya nació hace 27 años en una aldea pobre de Limpopo, sin ovarios ni útero, y con testículos internos que triplican su nivel de testosterona. "Es un hombre", se quejan sus rivales.
La IAAF estudió cinco pruebas diferentes. Estableció que, en rigor, la testosterona influye aún más en lanzamiento de martillo y jabalina. Pero no las incluye en su prohibición. La IAAF descartó también estudiar el impacto en las carreras de 100 y 200 metros, acaso porque la india Dutee Chand, que tiene hiperandrogenismo como Semenya, ya le ganó allí una batalla ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS). ¿Y no podría estudiarse si otras variantes biológicas o genéticas influyen en carreras de resistencia acaso tanto como el hiperandrogenismo? ¿Y por qué la IAAF excluyó de su estudio la influencia de los diferentes niveles de testosterona entre los hombres? ¿No vio la IAAF que hay otras 135 mujeres en la historia más veloces que Semenya en los 400m, como avisó el especialista Roger Pielke? Semenya jamás dio positivo en un control. Nació como nació y siempre se sintió mujer. ¿Evalúa la IAAF cómo podrían impactarle las drogas que debería comenzar a tomar para reducir su producción natural de testosterona? Sudáfrica no duda. Denuncia que la regla fue creada para Semenya. Y que es puro racismo.
Además de africana, Semenya podrá parecer un hombre para los patrones occidentales, pero, como recuerda la especialista estadounidense Katrina Karkazis, Semenya es mujer. El precedente más conocido es el de la atleta española María José Martínez Patiño, despojada de sus títulos en 1985 porque un control de sexo la señaló como "hombre". Perdió becas, novios y amigos. Comprobó que su cuerpo no podía hacer uso de la testosterona que producía naturalmente. La IAAF se disculpó y la rehabilitó tres años después. Hoy profesora de Ciencias del Deporte y asesora del Comité Olímpico Internacional (COI), Martínez Patiño aprueba a la IAAF y afirma que "algún control hay que poner para preservar el juego limpio". ¿Y si la prohibición alcanzara a la genética de los kalenjin keniatas, reyes de media y larga distancia? Nadie cuestionó en su momento a Michael Phelps porque sus largos brazos abiertos, palancas ideales en el agua, alcanzaban los 208 centímetros. O los pies gigantescos (calzaba 53) y los cuadros acromegálicos de Ian Thorpe. O los 2,29m del basquetbolista chino Yao Ming. El deporte no amputa piernas ni brazos. Menos aún si se trata de extremidades masculinas.
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