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Kobe Bryant, el admirador de la Generación Dorada que le pidió a Ginóbili que le enseñara una jugada
No existe una explicación lógica para determinar qué generaba. Sólo así se explica que el golpe signifique tanto. Su aura, tal vez, sea la razón. Porque sentir angustia por alguien que no se conoce en profundidad o estremecerse por un personaje tan lejano, tan inmenso, tan estrella… La muerte potencia la imagen de las personas de una forma singular, pero en este caso su figura ya estaba en el firmamento. Un deceso trágico, en un accidente aéreo, con tan solo 41años, acompañado por su hija de 13 años… Nada iba cambiar la ecuación. El adiós de Kobe Bryant impacta por su legado. Por aquello de ser el heredero de Michael Jordan, por ser un estilista, por tener un gen competitivo único… Pero mucho más, porque tenía una cordialidad que lo transformaba en un humano más, una sonrisa que permitía advertir, aunque no fuera totalmente cierto, que la Mamba estaba en la tierra parado junto a cualquiera que pase a su lado.
Caminando por los pasillos del estadio Wukesong Arena, en Pekín, en la instancia final de la Copa del Mundo de China, se trasladaba con una elegancia impactante. Custodiado hasta los dientes, pero siempre atento al requerimiento de ocasión. Entendiendo su función de Embajador de FIBA y con la habilidad exacta para que todos tengan una foto o una firma. Y si se trataba de presentarse ante un jugador, un dirigente, un asistente o un periodista, el legendario 24 de los Lakers miraba fijo a los ojos, saludaba con "un gusto, soy Kobe Bryant" y regalaba una sonrisa tan amplia y aparentemente genuina que, aún sabiendo que se trataba de comportarse políticamente correcto, su interlocutor se sentía en el mismo planeta que él.
No ocultaba su deseo por ganar. Podía transformarse en uno de los competidores más odiosos y de los compañeros más exigentes. Siempre estaba pendiente de todo. Podía estar pensando en cómo hacer para que Lakers recuperen toda su grandeza con el proyecto LeBron James, asombrándose y diciéndole al oído a Manu Ginóbili que le resultaba incompresible cómo Luis Scola podía estar compitiendo en un Mundial con tanta intensidad y a los 39 años o saber elegir el momento exacto para sorprender con un saludo en esloveno a Luka Doncic en medio de un partido.
Leer dentro de la cancha cada momento le permitió llegar a 18 veces al All Star, ganar 5 anillos, ser considerado una leyenda en la NBA y tener dos medalla de oro olímpicas. Afuera sabía interpretar su lugar y cómo convencer. En el ágape previo al sorteo del Mundial de China, en Shenzhen, cuando logró divisar dónde estaba Horacio Muratore, el ex presidente de la FIBA, se cruzó el salón y fue a abrazar al dirigente tucumano. En esa charla le agradeció por haberlo designado Embajador de la organización, le manifestó su disposición para cada requerimiento y aprovechó la oportunidad para manifestarle su profunda admiración por la Generación Dorada.
Perfeccionista, respetuoso y muy cuidadoso para potenciar su condición de atleta de elite. Cuenta que en 2005, cuando Manu Ginóbili llegó a su primer All Star, ese que se celebró en Denver, camino a las habitaciones del hotel en el que estaban todas las estrellas alojadas, Kobe se cruzó con Manu y después de saludarse como siempre amigablemente, le pidió algo muy especial: que le enseñe un movimiento que lo tenía intrigado. Kobe quería saber cómo es que el bahiense amagaba con picar la pelota con la mano derecha para luego llevársela hacia un lugar distinto con la izquierda. Estaban los dos tan metidos en ese intercambio de conocimientos que terminaron simulando acciones de juego y repitiendo movimientos en... un ascensor, como si estuvieran en una clínica de básquetbol.
Las imágenes de jugadores de Houston Rockets llorando en pleno partido ante Denver tras conocerse la muerte de Kobe –inexplicable que la NBA no suspendiese la jornada–, permiten comprender lo que representaba para sus pares. La confesión de Novak Djokovic acerca de la ayuda que recibió de Kobe en 2017, cuando estaba lesionado del codo es un ejemplo claro de cómo sentía el deporte el ex jugador de los Lakers. Así como podía tener gestos enorme como el que tuvo con el DT de la selección de la Argentina, Sergio Hernández: "Nos enfrentamos en 2007 contra Estados Unidos en el Preolímpico de Beijing. Conversé con él y le dije que tenía dos hijos de 13 años, que lo admiraban. No conversamos más. Un año después nos cruzamos en un partido y cuando me ve me dice ‘Coach, después del partido le quiero mandar algo a sus hijos, ¿puede ser?’. Después del partido se sacó las zapatillas, las firmó para mis hijos y me las regaló. Lo hizo conmigo y lo hacía con todo el mundo, Kobe era así".
Maravillosa reflexión de un distinto! https://t.co/LWPJ5mXVR8&— sergio hernandez (@ssergioh) January 27, 2020
En 2003 afrontó el momento más complejo, pero salió de esa situación aceptando su culpabilidad y con un acuerdo con la víctima del abuso. Los patrocinios que lo habían dejado, retomaron los acuerdos y pusieron su figura nuevamente en lo más alto. Reconstruyó su vida desde entonces. Se ocupó de no volver a estar en medio de un escándalo.
Su gen competitivo se multiplicó por años y quienes lo conocen desde siempre, como Pepe Sánchez, permiten conocer mejor a quién fue Kobe Bryant: "Lo conozco desde que jugaba en High School, el primer contrato lo firmo con Kobe, porque él y su padre compraron el Milan de Italia. Después todo se frustró y terminé jugando en Philadelphia. Tenía una relación desde antes de que sea Kobe. Tenía una competitividad tremenda. En la final entre Lakers y los Sixers, no me cambiaba para jugar, salgo del vestuario para ir a la cancha, en playoffs finales y justo lo cruzo a Kobe y desde la confianza que teníamos me dice: ‘Pepe decile a Iverson que hoy voy a meter más de 40 puntos’, con un nivel de seguridad que me hizo hasta reír. Y pensé que era posible que metiese 50 con tanta confianza que tenía en su mensaje. Y me salió decirle ‘no soy mensajero de nadie. Decile vos’. Y nos reímos juntos. Y me responde ‘se lo digo en la cancha’. Ese día se despachó con más de 40".
Tomó poco a poco la dimensión de su figura. Comprendió qué generaba en los demás y sabía como responder a esa condición de Dios deportivo que tenía. Doc Rivers, el DT de los Clippers, totalmente conmovido, los posteos de Ginóbili y Scola, completamente devastados, resultaron el ejemplo más claro de cómo Kobe Bryant superó todos los límites alcanzados. Talento sin medidas, un carisma inigualable, una sonrisa perfecta.
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