La altura, un fantasma que no asusta tanto
Los 2200 metros de México influyen en algunos jugadores del Preolímpico; diversas estrategias para anular efectos
MÉXICO.– Aterrizado en el aeropuerto Benito Juárez, el avión informa por sus pantallas que está a 2232 metros de altitud. Bienvenidos a México. Una megalópolis atestada –unos 22.000.000 de habitantes– y que ofrece una imperceptible pero cierta cortina de smog. La ciudad del XVII torneo FIBA Américas , un campeonato de básquetbol que propone hasta 10 partidos por equipo en 13 días, o sea, una altísima demanda física.
Es cierto que la cuestión de la altura, según los manuales médicos, es seria a partir de los 2800 o 3000 metros, por eso los temores en fútbol al tener que jugar en Quito (2850) y en La Paz (3600). Pero ya en los 2200 de esta capital hay influencia. Para algunos, muy poca; para otros, determinante. Y la cuestión es que no quite rendimiento en un certamen en el que perder una vez puede implicar no clasificarse para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro o para el repechaje mundial de 2016.
"Este torneo es muy desgastante por los partidos más la altura. Aunque parezca mentira, la altura influye. Por eso nosotros hacemos una rotación bastante larga", comentó Sergio Hernández , el seleccionador de un plantel argentino en el que dos integrantes, Andrés Nocioni y Marcos Delía , exhibieron síntomas. No es que no pudieron jugar ni mucho menos, pero sí se agitaron y se cansaron algo más que lo usual. "A todos nos afecta la altura. Quizás a mí, por no haber tenido mucha continuidad, me cuesta un poco más tomar ritmo", admitió el joven pivote, a quien varias veces se ve agitado e inclinado con los brazos apoyados sobre las rodillas cuando se detiene el juego.
¿En qué consiste el problema? A mayor altitud, menor concentración de oxígeno en el aire, y por ende, en la sangre. Con menos oxígeno, la recuperación muscular demanda más tiempo y se producen taquicardia (muchas palpitaciones por minuto) y taquipnea (muchas inhalaciones y exhalaciones por minuto). La influencia o no depende de la genética y del lugar de residencia, y por eso algunas personas son muy afectadas, otros lo son poco y otras, nada. Por ende, el basquetbolista que no padece el problema tiene una ventaja sobre el que en la cancha requiere 30 segundos o un minuto más para reponerse de un par de corridas o varios saltos.
"La altura influye. Tanto en los entrenamientos como en los partidos se ve la manifestación más común: ahogarse. El corazón late un poco más rápido y se hiperventila. Traje un saturómetro y veo que los jugadores están un poquito debajo de lo normal en saturación de oxígeno en la sangre. Pero apenas 10 a 20% de la población no se adapta a esta altura, 2200 metros. Y quienes muestran una afección, la manifiestan muy poco. Los espectadores tal vez ni se den cuenta; si están un poquito agitados, hasta pueden atribuirlo a otra cosa, pero un jugador que corre mucho tal vez se siente un poco ahogado, se agota antes", explica a LA NACION Diego Grippo, el médico argentino.
Claro que el propio cuerpo tiene una solución: adaptarse. Toma tiempo, pero tarde o temprano ocurre. "Entre una semana y diez días, según la persona", estima Grippo. En cambio, para Juan Carlos García, su colega de Uruguay, "una buena adaptación demora no menos de tres semanas", y por eso el plantel celeste arribó con casi dos semanas de anticipación. "Lo ideal es entrenarse en una altura mayor y después venir a competir aquí", sostiene García, y por eso los uruguayos pasaron tres días en Puebla, para luego bajar a la capital. El doctor Palacios Alarcón, de la delegación mexicana, advierte: "Nosotros necesitamos unos 21 días para adaptarnos 100%, porque hay jugadores que vienen de la costa. El tema es parejo para todos los países".
Los jugadores que más precauciones tomaron por el tema de la altura fueron los venezolanos; en todos los partidos se los pudo ver con mascarillas de oxígeno cada vez que descansaron en el banco de suplentes
Sin embargo, no hubo locales con problemas al respecto. Lo contrario pasó con la llana Dominicana. "La altura influye al 100% y algo más. En los primeros días hubo entre seis y ocho jugadores que se asfixiaban, cefaleas agudas, dificultades respiratorias con necesidad de inhalar por la boca, presión en los oídos, y algunos refirieron cierto malestar general. Y en el equipo técnico tuvimos personas sangrando espontáneamente por las fosas nasales, sintiendo presión, dolor de cabeza", cuenta su médico, Bryan Fernández. Los dominicanos llegaron acá tres días antes de la competencia. "Hay personas que luego de 48 horas ya están adaptadas, y otras tardan semanas. Nosotros estamos haciendo en 50 días de preparación lo que se supone deberíamos hacer en 90 para este torneo de tantos partidos en poco tiempo. Estamos cuidándonos con los alimentos, porque quizá dos libras de más parezcan poco, pero afectan al jugador. Con sobrepeso y la presión de oxígeno que tiene, la situación es peor", se explaya.
En cuanto a cuidados, Uruguay dispone el consumo de complejos de hierro y entrenamientos especiales. Puerto Rico, México y Venezuela emplean máscaras para recuperarse en los descansos de los partidos. "Suministramos oxígeno por medio de cánulas cuando los jugadores están en el banco y en el camerino. En situación de escasez de oxígeno, el cuerpo se torna como selectivo; si está en actividad física, distribuye más sangre hacia los músculos, y las otras partes quedan un poco desasistidas", detalla Juan Leticia, el médico venezolano, que debió atender mareos, dificultades respiratorias, trastornos digestivos y dolores de cabeza.
En el fútbol se suele arribar al lugar alto en el mismo día de la competencia –según Leticia, el momento crítico es el tercer día o el cuarto–, pero los extensos e intensos certámenes de básquetbol requieren anticipación. De todos modos, no es cuestión de hacer del tema de la altitud algo alarmante. Como previene Grippo: "A veces es peor el remedio que la enfermedad: instalar esto de la altura, de poder sentirse mal, quizá trabaja de alguna manera en el inconsciente".