Becker y Djokovic ponen cara de poker y ganan todas las manos
Novak Djokovic anunció que Boris Becker se unía a su equipo de trabajo en diciembre de 2013. Desde entonces, Djokovic ganó once títulos, entre ellos su segundo Wimbledon, su quinto Abierto de Australia y arribó a su segunda final de Roland Garros. En este instante, Novak Djokovic le sacó casi 5.500 puntos de diferencia a Roger Federer. Estamos en un momento en el que el ruidoso ambiente del tenis mundial admite, sin miedo a equivocarse, que el serbio es invencible. La relación Djokovic-Becker ha funcionado. El número uno lleva un record de 30-2 en 2015 con los títulos de Australia y los Masters 1000 de Indian Wells, Miami y Montecarlo
Djokovic demostró que su gesta es una coproducción cuando posó con Becker en el vestuario de Miami. Estaban solos con el fotógrafo, sentados en un banco junto al trofeo. La foto indicaba que le pertenecía a los dos. Resulta interesante tratar de desentrañar cuales son los ajustes y las mejoras que Becker introdujo en su forma de competir. Este tipo de uniones entre los jugadores top y las leyendas (Djokovic-Becker, Federer-Edberg, Nishikori-Chang) nos pone frente a un razonamiento mecánico, muy simplista: el tenista busca en la vieja gloria aquello que le falta y su nuevo coach tuvo. Para Djokovic sería: mejorar en la volea, adaptarse bien al césped y tratar de jugar puntos más cortos. ¿Y si no fueran esos los cambios?
Becker no venía de otra experiencia tenística cuando arribó al campamento de Djokovic. Venía de jugar al póker en salones de hoteles de lujo . Su superficie era el paño verde de las mesas donde estudiaba caras, analizaba comportamientos y ocultaba sus debilidades. Adivinaba el juego de los otros antes de tomar una decisión. ¿No se parece en algo a lo que Djokovic hace ahora? ¿Acaso el gran éxito del serbio no fue, en cierto modo, haberle descubierto los secretos y la jugadas a sus rivales más próximos?
Al cumplirse cinco años de su relación comercial con la empresa de juego online PokerStars, Boris Becker comentaba lo siguiente en una entrevista para el blog informativo de esa compañía: "El secreto (para ser un jugador exitoso) es tener mucha paciencia y jugar agresivo en el momento indicado (…) La paciencia y la concentración son cuestiones que pueden entrenarse a diario. Hay que invertir mucho tiempo para conseguirlo..." Becker hablaba de póker, pero esas ideas se pueden adaptar al tenis.
Djokovic es un jugador que sabe controlar sus emociones. Golpear una raqueta contra la silla, como hizo luego de perder el segundo set de la final de Indian Wells contra Federer , es apenas un arrebato. Djokovic muestra la cara de póker que Becker aprendió a utilizar en esas partidas televisadas. Nunca se lo ve derrotado. No da señales de estar cansado. No transmite jamás una sensación de debilidad aún en partidos complicados. Ha transformado las canchas de tenis en un paño en el que maneja todas las manos.
Hubo un dato no muy difundido que marcó el contexto de la semifinal de Montecarlo entre Novak Djokovic y Rafael Nadal . Fue la primera vez desde la final de Montecarlo 2006, cuando su rival fue Federer, que Nadal no aparecía como favorito en las apuestas en un partido en canchas lentas. Nadal lo había sido en absolutamente todos los choques, contra cualquier adversario, en clay. Fueron más de 250 partidos en superficie lenta con ese particular record en el mundo de las apuestas. Pero ese día pagaba más que Djokovic. El serbio justificó los pronósticos. Fabio Fognini los ratificó cinco días después en Barcelona.
"Cuando uno comienza a jugar al póker, no se anima tanto a los bluff (engaños). Juega con las cartas que le tocan. Lleva tiempo lograr eso...", completaba el alemán en aquella entrevista. Djokovic hoy tiene cartas de sobra y al mismo tiempo consuma su mayor truco: le hizo creer a todos que es realmente invencible. Justo esta semana en la que luce tan inofensivo, descansando en su casa de Montecarlo y haciendo de papá en su ocasional tiempo libre. La mesa de juego es toda suya y no aparecen rivales a la vista que puedan armar una combinación de cartas que puedan complicarlo.