Un prólogo impecable. Berlín, la fiesta inolvidable
La música y el color se fusionaron en esta ciudad, que le dio la bienvenida al Mundial y contagió de espíritu a todo el país
BERLIN (De un enviado especial).- Allá arriba, la cuádriga que preside la Puerta de Brandeburgo está iluminada, imponente custodio de un encuentro universal. Abajo, cientos de miles de rostros dichosos de participar, de cantar, bailar y divertirse. Es una bella fiesta de música, luz, color, alegría y hermandad, en el exacto lugar en el que hasta hace unos años se levantaba uno de los mayores símbolos históricos del desencuentro humano. Eso quiso Berlín: abrirle los brazos y el corazón al Mundial con la muestra más rotunda de su deseo de unirse hacia adentro y hacia afuera, una alegoría de la fraternidad que se expandió por todo el país.
Una bandera argentina, agitada por un par de jóvenes a pocos metros del escenario, se mezclaba con alemanas, brasileñas, italianas, mexicanas, suizas, portuguesas, ecuatorianas; con brazos que saludaban y se movían al ritmo de una música siempre pegadiza, a veces emocionante. Fue un show gigante que se prolongó durante varias horas bajo el cielo por fin despejado de la ciudad, desde un atardecer que pareció mágico. A las 21 en punto, los focos de la televisión mostraron a la multitud como señal de partida oficial para la Fan Party, la primera gran celebración callejera de las muchas que se vivirán durante todo el mes, pero en verdad la diversión había comenzado tres horas antes.
A quienes llegaban desde las 18 los recibía una irresistible invitación a moverse, entregada por un grupo brasileño. Para el in crescendo del clima, el aporte posterior fue de los Right Said Fred, la banda de pop de Richard Fairbrass, el pelado que con su voz de barítono impuso el tema "I m too sexy". Por entonces ya eran miles los que se diseminaban a lo largo de varias cuadras sobre la avenida 17 de Junio, en la que se sucedían las pantallas gigantes de alta definición para que quienes se ubicaran lejos del escenario principal no se perdieran detalle.
Que todo estaría perfectamente organizado era fácil de suponer; también, que el comportamiento general sería ejemplar: aunque fue un espectáculo similar a los conciertos de rock que conocemos en Buenos Aires, cualquiera podía moverse con relativa comodidad entre el gentío, alejarse un rato y volver a conseguir un buen lugar. Obviamente, el cuidado por la seguridad fue prioritario. A un doble vallado en el perímetro de la zona -lógicamente, se cortaron varias calles- se agregaba un cacheo minucioso que incluía la revisión de bolsos. Pero todo con discreción, como el sobrevuelo de un helicóptero que permanentemente vigilaba el área desde una distancia prudencial.
Como en todos lados, había compatriotas. Dispersos y en pequeños grupos, pero suficientes para responder al llamado que cuando aún picaba el sol lanzó uno de los conductores: "¡¿Dónde están los fans argentinos?!". La familia Pranzoni -los matrimonios de Vivian y Silvia, con su hijita Giuliana, de 15 meses, y de Julián y Silvana- contaba algo que todavía los desvela: conseguir entradas para el debut de la Argentina en Hamburgo. Vivian (también es nombre masculino) y Julián son hermanos y, al igual que Silvana, de Justiniano Posse, el pueblo cordobés de Martín Demichelis.
Cuando la transmisión televisiva puso el clímax, una rubia de ojos celestes tomó el micrófono y se hizo cargo de la noche: Barbara Schöneberger, una comediante alemana con un sex appeal interesante. Y comenzó la sucesión de ritmos, inaugurada por un puñado de temas de los escoceses Simple Minds y continuada por Nelly Furtado. A la cantante canadiense le pusieron un hermoso telón de fondo: enfocada por decenas de luces, la Puerta de Brandeburgo cambiaba de tonalidades según el ritmo de su música.
El segmento para el fútbol puro hizo eje en invitados de lujo. Los primeros en aparecer fueron Bobby Charlton, Paul Breitner y Jürgen Sparwasser; segundos después, precedido por imágenes de sus mejores goles, subió al escenario Pelé. Diplomático hasta en estos casos, O Rei respondió un par de preguntas de la Schöneberger: "¿Quién jugará la final? Brasil, por supuesto, y el rival sólo lo sabe Dios. Tenemos que respetar a todos los rivales, todos son difíciles. Alemania juega en su casa, y siempre es difícil de vencer. Y están la Argentina, Italia, Inglaterra ". Con esa sonrisa de foto que no se le borra nunca, repartió pelotas sobre la muchedumbre.
La noche tuvo su himno: "Finale in Berlin", una canción coreada una y otra vez por los alemanes, que por si no sabían la letra tenían ayuda sobreimpresa en la pantalla gigante. Una conexión de audio y video con Oliver Bierhoff, manager de la selección alemana, que se mostró desde la concentración, fue la conexión con las esperanzas futbolísticas locales. Y para el final se reservó la voz de tenor de Andrea Bocelli, prólogo de un cierre de emoción pura: una selección de imágenes de los mundiales, jugadas memorables, rostros de triunfo y victoria, la Mano de Dios, el sublime gol a Inglaterra, entreverados con una secuencia en blanco y negro de los tristes días de la imposición del viejo muro. La impresionante batería de fuegos artificiales iluminó aún más la Puerta y marcó la retirada de la mayoría. Berlín ya siente y vive el Mundial, y desde aquí le contagió su espíritu a toda Alemania.
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