El día en el que Monzón dejó el ring y se puso el traje de leyenda
El 30 de julio de 1977, el santafecino logró en Mónaco el épico éxito ante Rodrigo Valdez, en su última pelea
La espuma del champagne francés golpeaba contra el techo del vestuario y caía como una fina lluvia. A nadie le importaba. Todo era válido para festejar lo que un cross de Rodrigo Valdez había estado a punto de desmoronar hacía escasos minutos. Era la válvula que dejaba escapar un combate lleno de tensión y dramatismo. La antesala de un anuncio histórico.
Carlos Monzón , semidesnudo, mientras se aferraba a cuantos brazos llegaban para saludarlo por la victoria, advirtió que era el momento de retirarse: “Se acabó. No boxeo más, viejo”, le dijo en la cara a su técnico, Amílcar Brusa. Cuando se pensaba en otro epitafio, antes de que el tiempo lo pusiera nuevamente de rodillas, surgió su temple para colgar los guantes como un verdadero campeón.
En verdad, aquella tarde-noche del 30 de julio de 1977, hace hoy 40 años, el hombre, con todos los pecados inherentes a la condición humana, bajó del ring montado en el estadio Louis II, de Montecarlo, después de vencer por puntos al colombiano Valdez, para comenzar otro capítulo en su turbulenta vida. “No quería pelear más, pero Alain Delon torció su voluntad”, recuerda Ernesto Cherquis Bialo, ex periodista de la revista El Gráfico.
Al borde de los 35 años y con algo más de uno sin combatir, Monzón cumplió con el desafío de volver a enfrentarse con Valdez, seducido por una bolsa de 600.000 dólares. Después de sufrir una caída en el segundo round, el santafecino se recuperó y le dio una paliza entre el 10° y el 14° round, con una mano lesionada. “Carlos lució nervioso y tenso en la última pelea de su carrera. Estaba transitando una vida muy glamorosa junto a Susana Giménez, tenía ofertas para hacer teatro, frecuentaba el ambiente de la televisión y era un personaje del jet set vernáculo que fumaba 40 cigarrillos por día”, rememora Cherquis Bialo.
Monzón nació el 7 de agosto de 1942 en San Javier, provincia de Santa Fe. En su infancia rebelde vendió diarios y repartió leche hasta que conoció a quien sería su maestro y compañero eterno, Brusa. Entrenador y pupilo comenzaron una campaña exitosa que tuvo su pico máximo el 7 de noviembre de 1970, cuando el pugilista noqueó a Nino Benvenuti en Roma y logró la corona mundial de los medianos. Lo demás fue una racha de triunfos épicos que duró seis años y 295 días, con 14 defensas exitosas. Un récord que logró batir Bernard Hopkins recién 24 años después.
Los últimos años de Monzón transcurrieron lejos de la gloria deportiva y más cerca de los desarreglos de su vida personal, pero ese período oscuro no alcanzó a hacer olvidar su notable desempeño como deportista. Cuando estaba próximo a cumplir la condena que la justicia le había impuesto por el asesinato a Alicia Muñiz, en 1989, halló la muerte a los 52 años en un accidente automovilístico en Los Cerrillos, Santa Fe.
Hoy, cuarenta años luego de aquella victoria épica sobre el colombiano Valdez, en el glamoroso principado de Mónaco, la memoria de Carlos Monzón aún despide “olor a muerto grande y a podrida grandeza”, como alguna vez escribió Gabriel García Márquez. Todos revolotean a alrededor y de un modo u otro exhiben amor u odio en torno a su imbatible aureola de campeón.