Colombia entra en la historia por el Maracaná
El seleccionado cafetero dejó su huella: venció a Uruguay por 2-0 y se clasificó por primera vez a los cuartos de final de un Mundial; José Pekerman impone su sello y ahora va por el dueño de casa: Brasil
RÍO DE JANEIRO.– No habría que abusar del concepto Maracanazo porque si no va a perder significado, se corre el riesgo de trivializar lo que fue una verdadera epopeya. Si empieza a haber un montón de Maracanazos, se terminarán difuminando en el tiempo. De la singularidad se pasará a la generalidad. Pero Colombia, en el estadio que tomó el nombre de un curso de agua que pasaba cerca, tiene derecho a bautizar lo hecho ayer como su propio Maracanazo. Obtuvo lo que nunca en sus anteriores cuatro participaciones mundialistas: clasificarse por primera vez a los cuartos de final. La barrera era los octavos de 1990.
Esta generación de jugadores que José Pekerman moldea con su habitual buen criterio y equilibrio ya dio un paso más que aquella que tuvo por estandartes al Pibe Valderrama, Freddy Rincón, Faustino Asprilla, el Tren Valencia. Futbolistas que atrajeron las miradas más allá de las fronteras de su país porque interpretaban el fútbol casi de una manera poética, con una desinhibición asombrosa. Eran la alegría en un juego que se iba poniendo cada vez más serio y pragmático en muchos lugares del planeta. Despertaron una expectativa que después los sobrepasó en los mundiales de 1990 y 1994. Suele pasar, en el fútbol funciona más el factor sorpresa que la ratificación de los antecedentes. Y aquella Colombia dio lo mejor antes de los mundiales, a los que llegó con un punto de suficiencia que la mareó.
En cambio, esta Colombia tiene muy bien puestos los pies sobre la tierra, como es fácil de reconocer en todo equipo dirigido por Pekerman. Mucha cabeza y compromiso para afrontar las responsabilidades de cada partido. Los récords se acumulan con el técnico argentino: con los cuatro triunfos en fila en Brasil ya superó la pobre cosecha de tres victorias en los cuatro mundiales anteriores.
Esta producción refuerza la influencia que periódicamente tiene el fútbol argentino sobre el colombiano. Hace mucho, en 1949, por una huelga de jugadores en nuestro país, emigraron a Colombia jugadores que hicieron escuela en un medio todavía virgen, sin un estilo ni un rumbo definido. Di Stefano, Pipo Rossi, el Charro Moreno, entre otros tantos, fueron tomados como modelos, sembraron una semilla en la manera de jugar. Pasó el tiempo y Colombia también se nutrió de la doctrina más táctica de Zubeldía y Bilardo.
Y ahora es Pekerman el comandante de esta resurrección, de esta campaña que lo lleva a enfrentar a un titubeante Brasil por los cuartos de final. El entrenador argentino asumió en el seleccionado en febrero de 2012, luego de que el 2-1 de Argentina en Barranquilla por las eliminatorias forzara la destitución de Leonel Álvarez.
En algo más de dos años, sacó al equipo del sótano de la clasificación al Mundial y lo ubicó entre los ocho mejores del planeta. Un trabajo intachable de un profesional que nuestro fútbol debería extrañar, en la función que fuera, con los juveniles o los mayores. La sabiduría y la capacidad docente de Pekerman son un patrimonio que ahora disfruta Colombia.
Eliminó a un Uruguay que acusó la dolorosa ausencia de Luis Suárez con un planteo más conservador que el habitual. Como si además de defenderse de Colombia tuviera que hacerlo de una FIFA a la que le declaró la guerra, el conjunto de Tabárez salió muy replegado. Línea de cinco en la defensa, tres volantes apenas unos pasos más adelante y Edinson Cavani y Diego Forlán descolgados arriba. Un esquema muy tímido, que le permitió a Colombia tomar la iniciativa.
El de Pekerman es un equipo muy bien estructurado y compensado, que ofrece las condiciones para que James Rodríguez brille y sea la revelación del torneo. Colombia se empieza a sostener en la sobriedad y los reflejos de Ospina, que se quedó con cinco remates importantes, la mayoría de ellos cuando Uruguay perdía 2-0 y cambió el libreto con los ingresos de un volante ofensivo (Ramírez) y dos delanteros (Stuani y Hernández).
La dupla central entre Zapata y el veterano Yepes trabaja sin fisuras, se complementa bien. Entre ellos se mete muchas veces Carlos Sánchez, alias La Roca, un volante de contención que no luce pero rinde un montón en quite, coberturas y relevos. La rueda de auxilio que todo equipo necesita. Los laterales tienen salida y apoyan los avances. Juan Cuadrado era lateral cuando surgió en Independiente Medellín. Ahora es un N° 8 atrevido, con cambio de ritmo, al que le gusta adornarse con alguna "bicicleta". Y se destaca en las asistencias. Ayer sumó la cuarta, al bajar de cabeza un centro de Armero para el segundo de Rodríguez, que en el primer tiempo había hecho el primer gol, candidato a ser uno de los más lindos del torneo. Colombia hasta pudo prescindir de un Teo apagado, ausente, absorbido por los centrales uruguayos. El equipo maneja mecanismos para contrarrestar los puntos flojos. Con el 2-0, Colombia aguantó y administró la ventaja. Porque también tiene una veta calculadora. Lo principal de la faena ya estaba hecho. Su resultado más importante hasta aquí en un Mundial recibió nada menos que la bendición del Maracaná.
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