Un mundo de relinchos. Comprobaciones alentadoras
Por Carlos A. Cardoso
La temporada turfística tuvo un tramo final formidable. Comenzó con el Nacional, en Palermo, ocasión en la que el viejo escenario se vio colmado de visitantes. Y concluyó, aún mejor si se quiere, con la fiesta del Carlos Pellegrini. El hipódromo del Jockey Club lució casi como en las mejores tardes de comienzo de la década anterior, cuando el aluvión de gente era normal. Son indicios alentadores, promesas de un tiempo mejor para una actividad que precisa salir del estancamiento y desarrollar toda su potencialidad. La recaudación ese día, el sábado último, superó los 3 millones de pesos, cifra pocas veces alcanzada en estos ocho años de la última década del siglo. Aunque lo más significativo, quizá, fueron las 59.000 almas que se acercaron a San Isidro.
Seguramente, para el Jockey Club, pese a aquel volumen de juego, la reunión no habrá sido un gran negocio. Estas jornadas, por muy diversas razones -premios, invitaciones, organización y promoción- son las más costosas del año y difícilmente rentables. Incluso, la mayoría de las veces producen quebranto.
Pero el rédito esta vez fue otro y francamente importante. Porque como sucedió en Palermo con el Nacional, ahora volvieron la fiesta, la euforia, la satisfacción de ver el hipódromo lleno. Entre quienes asistimos casi sin faltas a las reuniones de todo el año, el comentario primero fue la alta concurrencia. Estuvimos felices de tanta compañía.
La conclusión que permiten hacer ambas fiestas es alentadora, porque tanto en Palermo como en San Isidro quedó probado que la convocatoria del turf no ha declinado tanto como se pensaba. Todo lo contrario .
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También quedó demostrado que la publicidad, cuando incluye un presupuesto importante y está bien encarada, produce resultados altamente positivos. Las carreras ejercen todavía una atracción singular en la gente. Su excitante espectáculo no ha perdido vigencia, como tampoco atracción - quizá todo lo contrario en este mundo mecanizado- su principal actor: el caballo. Por eso es vivificante observar que los hipódromos se han lanzado decididamente a promover lo que ofrecen. El otro gran trabajo será seducir a los visitantes nuevos para que no queden en asistentes golondrinas, que por sí solas no hacen verano.
El día del Pellegrini vimos mucha gente nueva,principalmente jóvenes. Se la reconoce fácilmente en la tribuna por sus preguntas, sus asombros, sus curiosidades.
Los hipódromos deberán armar una estructura receptiva del aficionado novel, proveerle un ámbito contenedor, además de naturalmente confortable.
Esa no es, sin embargo, una responsabilidad no exclusiva de los organizadores del espectáculo. Alcanza a todos los que estamos relacionados con la hípica, que debemos mostrarnos felices anfitriones y no víctimas de una extraña invasión.
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Hace unos días, un experto en la promoción de deportes, el uruguayo Roberto Muller, representante en América latina de la National Thoroughbred Racing Association de los Estados Unidos, una entidad sin fines de locro que reúne sin excepción a todos los sectores de la hípica de ese país y tiene previsto invertir 20 millones de pesos en 1999 en la difusión del turf, adjudicó a todos los dirigentes de la hípica el compromiso de su desarrollo y fomento, y aseguró que sólo la unión puede producir el necesario resurgimiento. Nada nuevo, si se quiere, aunque cierto.
Como diría un popular técnico de fútbol, "la base está". Se demostró en el Nacional y en el Pellegrini.
La tarea será conseguir que el turf se transforme en una posibilidad de entretenimiento cotidiano, no sólo en ocasión de los grandes acontecimientos. Porque una carrera de caballos, aunque en la pista no estén los mejores, siempre produce la misma excitación.
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