Cruel lucha de poder entre barrabravas: dos muertos
Hubo un tiroteo entre simpatizantes de Chacarita; uno de los fallecidos era el nuevo líder de la hinchada.
Son las 19.30 del jueves 16 de marzo de 2000; Saavedra 3100, esquina Moreno; copetín al paso El Negro, a 15 metros de la estación San Martín. Hay un tiroteo y un muerto: Rubén Jarro Piromalli, de 47 años; también un herido de gravedad: Manuel Lolo Juárez, de 38 años, que tras varios días de internación, falleció anteayer por la mañana en el hospital zonal General Belgrano de Villa Zagala, también del partido de San Martín. De la reyerta, quedaron otros dos heridos leves: una señora mayor y un remisero -no identificados- que pasaban ocasionalmente, que se retiraron por sus propios medios.
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La fría crónica policial pasó inadvertida en los últimos días; ayer se conocieron los detalles y surgió a la luz una habitual y cruel historia de lucha de poderes entre los barrabravas que dominan el escenario de la violencia en las canchas de fútbol vernáculas; en este caso, concretamente, entre los barrabravas de Chacarita.
En aquel jueves trágico, en el copetín al paso El Negro, Piromalli estaba sentado en una mesa con otra persona de apellido Pérez; de pronto, un Ford Falcon rojo frenó de golpe en la puerta del local, que tiene un intenso tránsito peatonal y vehicular; bajaron dos individuos y, uno de ellos, Lolo Juárez, lo increpó a Pérez; "Así que vos te hacés el piola con mi hijo", gritó Lolo; y llegó la respuesta de Piromalli: "Vos callate porque en ese lugar te puso Barrionuevo". No hubo más -al menos palabras- y empezaron los golpes; enseguida los tiros, más de 20, según testigos.
El saldo fue contado: Jarro Piromalli quedó tendido, sin vida, con siete balazos; Pérez desapareció del lugar y Lolo Juárez fue trasladado por un chofer ocasional, Miguel Angel Rodríguez, de 24 años, al hospital zonal General Belgrano, donde falleció anteayer como consecuencia de dos balazos. El remisero Rodríguez quedó detenido, aunque nadie asegura que tenga que ver con la reyerta. Pero ya forma parte del expediente de la comisaría 1ra. de San Martín, a cargo del comisario Marcelo Brotman, que investiga el caso con la intervención de los fiscales Rubén Moreno y Diana Maico.
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El encuentro en el copetín al paso El Negro no fue casual; dos días antes, el hijo de Lolo Juárez, de 18 años, tuvo un altercado con Pérez, el amigo de Piromalli, con una mujer de por medio; allí nació la venganza, que tiene otro trasfondo: el dominio de la barra brava de Chacarita.
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¿Cuál es la relación de Lolo Juárez y Jarro Piromalli con la barra de Chacarita? Lolo Juárez se transformó, desde diciembre último, en el nuevo jefe de la barrabrava de Charita, entidad que preside Luis Barrionuevo, secretario general de los gastronómicos.
En sus antecedentes laborales, Lolo Juárez fue custodio de Barrionuevo; y se lo conoció en San Martín como el aguante gremial del presidente de Chacarita.
El protagonismo de Juárez tomó forma cuando Muchinga, jefe histórico de la hinchada de Chacarita -siempre sin nombre ni apellido- discutió con Barrionuevo por los incidentes que se produjeron el 18 de diciembre del año último en ocasión del partido frente a Unión, en San Martín, tras un enfrentamiento cuyo motivo fue la distribución de las entradas.
Ese día, antes del partido, la mujer de Muchinga hirió con un arma blanca a un individuo perteneciente al grupo de la Villa Loyola, que todavía sigue en búsqueda de un lugar de poder entre los violentos. Y la noche terminó peor: en un conventillo de la calle Gutiérrez, el búnker de Muchinga en Villa Maipú, hubo un tiroteo. Desde entonces, Lolo Juárez fue el jefe de la barra y Muchinga quedó relegado.
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Lolo Juárez, ya como jefe de la barra de Chacarita, sumó en su currículum la reciente ruptura con sus pares de Racing; fue el 27 de febrero último, en la cancha de Lanús -Chacarita actuó como local- y desde el primer minuto agredieron verbalmente a los barras de Racing. La orden fue de Lolo en clara oposición a la política de Muchinga.
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Aquellos que están cerca de los violentos aseguran que el fútbol es casi una anécdota. Detrás de los gritos por la divisa se esconde aquel poder por la barra y algo más que la distribución de las entradas: el dominio de las zonas marginales, donde no es fácil darse cuenta de la frontera que divide lo que está bien o mal.
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