Del Potro y la argentinidad al palo
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Desde la tribuna, la imagen resultaba cuanto menos extraña. Micrófono en mano, Charly Berlocq, debutante inesperado, agradecía el apoyo pese a la derrota, contaba sus emociones y era ovacionado por la multitud. Sonó el bombo y flamearon banderas. "¡Ar-gen-tina! Ar-gen-tina!". Red de por medio, los jugadores checos, abrazados en círculo, celebraban un triunfo histórico. Acababan de ganar en una cancha donde nadie había ganado antes y frente a un público completamente adverso. Festejaban el boleto a la final de un título inédito para el deporte de su país (como Checoslovaquia lo ganaron en 1980). Apenas unas decenas de compatriotas los vivaban en una tribuna. El estadio, ajeno al acontecimiento, vivía una explosión de pura argentinidad. Incluidos los silbidos inmediatos a Juan Martín del Potro, el ídolo que un mes atrás había sido héroe olímpico en Londres 2012 y que, apenas dos días antes del abucheo, había sido ovacionado en ese mismo estadio por su esfuerzo. La argentinidad al palo.
Tomas Berdych, héroe del triunfo checo, venía en cambio de una decepción fuerte en Londres. Abanderado y gran esperanza de oro, fue eliminado en primera rueda de los Juegos por el belga Steve Darcis, 75° del ranking. Feliz por su triunfo decisivo este domingo ante Berlocq, Berdych, un joven de familia acomodada considerado algo arrogante por algunos en su país, se abrazaba con su compañero de equipo Lukas Rosol. En el último US Open, respondió burlón cuando un periodista comparó el gran triunfo que acababa de obtener ante Roger Federer con la sorpresiva victoria que Rosol había logrado en Wimbledon contra Rafael Nadal. "¿En serio lo estás comparando? No creo que estemos en la misma posición", contestó. También Radek Stepanek respondió algo enojado un mes atrás a un periodista canadiense que le preguntó por qué jugaba el torneo ATP de Toronto en dobles junto con Del Potro, potencial rival en septiembre, y no con Berdych. Los dos puntales del equipo checo, ambos criticados en esta misma temporada por negar saludos a rivales después de un partido, no tienen por qué ser modelos de corrección. Ni tampoco amigos excepcionales. Sí buenos profesionales.
España logró este domingo clasificarse a su cuarta final de Copa Davis en los últimos cinco años. Buscará ante los checos su sexto título en doce años. Cuenta el periodista Alfredo Relaño que España, pese a que Manuel Santana ya había ganado dos veces en Roland Garros, "descubrió" el tenis en 1965, cuando el equipo de Copa Davis de Estados Unidos arribó a Barcelona con comida y bebida propia, porque desconfiaba de las condiciones de salubridad de los alimentos en la ciudad catalana. En apenas dos días, Santana y Juan Gisbert, más José Luis Arilla en el dobles, lograron un inalcanzable 3-0 y restablecieron el ofendido orgullo nacional. "Desde la mar, a bordo del Azor, donde hemos asistido a la grandiosa victoria, le envío entusiasta felicitación para los jugadores por tan grandiosa hazaña deportiva. Firmado: Francisco Franco." La "legión española" empezó a reinar 35 años después. En la histórica primera conquista de 2000, Alex Corretja, 2 del mundo un año antes, debió aceptar ser relegado por Juan Carlos Ferrero, que tenía apenas 20 años. Y Carlos Moyá, que ni siquiera fue convocado, esperó paciente su revancha con el título de 2004. El desplazado fue Ferrero, héroe de 2000. El "chaval desconocido" que lo reemplazó tenía apenas 17 años. Era Rafael Nadal. "Pasan los años, pasan los jugadores?", dice el himno español de la Davis. La música es argentina (La Mosca). La letra es española.
Los jugadores se enfrentaron en 2008 contra la Federación. Y en 2011, tras ganar la final ante Argentina, se anunciaron deserciones masivas y un período de transición. Sin embargo, Corretja, el nuevo capitán, rearmó equipo y este fin de semana llevó a España a otra final. Nicolás Almagro, apenas recuperado de una fuerte tendinitis en el hombro derecho, aguantó el viernes más de cuatro horas los bombazos del grandote John Isner y ganó un punto clave. Marc López, también apenas recuperado de una lesión, debió asumir el liderazgo en la derrota del dobles ante los hermanos Bryan porque su compañero, Marcel Granollers, se lastimó en pleno partido, pero se mantuvo en la cancha. Y David Ferrer, trasladado en vuelo privado desde Nueva York, no pidió más dinero como nuevo número uno. "En el día que todos los focos le apuntaban" por la victoria -escribió el periodista Juan José Mateo en El País- Ferrer destacó al lesionado Rafael Nadal como verdadero líder del equipo. "Es fundamental para nosotros", dijo Ferrer. "La generación de oro -añadió Mateo- volvió a graduarse como un grupo muy por encima de las individualidades y los egos." El "grupo unido", es cierto, no basta para el triunfo. España, enumeró el propio Moyá en otro artículo, gana por la "calidad", la "cantidad" y la "enorme versatilidad" de sus jugadores. Pero Moyá, que conoce y quiere mucho a nuestro tenis, escribió unos párrafos más abajo: "Me sigue sorprendiendo la de cosas internas que suceden en el equipo argentino, hechos que les impiden llegar a conseguir esa ansiada Ensaladera que tanto se merecen".
Un colega español, testigo de la final polémica que Argentina perdió en Mar del Plata 2008, me pide no citar su nombre porque teme que su análisis sea superficial. No lo es: "Aquello -me dice- era una guerra. Una división total. El periodismo era de trincheras. Se hablaba más de plata que de tenis. El seleccionador sufría porque su papel no era decisivo. La Federación penaba intentando agradar a todos. Todo el poder estaba en el vestuario. Y el vestuario estaba roto de egos". No se puede señalar ahora a David Nalbandian, ausente por lesión, y que dio una conferencia de prensa el viernes, mientras Juan Mónaco batallaba contra Berdych. Fue Del Potro, por mucho que duela a sus seguidores, el que fracasó esta vez en su debut como nuevo líder. El equipo no le reprochó la ausencia del domingo por lesión. Sí lastimó su casi nula integración al equipo. Acaso no pudo disimular que la Davis fue un compromiso incómodo. Me cuentan que quedó "triste y enojado" por los silbidos, sintiendo que su "esfuerzo no fue reconocido". Los conflictos en la Davis, sabemos, tienen larga historia. Desde Guillermo Vilas, "padre" de la masificación del tenis nacional, reclamado como capitán ahora por algunos. Acaso deberían leer Enredados, de Sebastián Fest, un libro incómodo para el tenis argentino.
No somos checos ni españoles, es cierto, y las comparaciones pueden ser odiosas. Pero hay preguntas básicas: ¿un equipo debe tratar a todos por igual o aceptar excepciones para su jugador estrella? ¿Cuál es el límite cuando la orden desde arriba es conciliar sí o sí porque el gran objetivo es ganar la Davis de una vez por todas? "Las derrotas -dice Agustín Pichot- enseñan sólo si generan crisis." Los Pumas, las Leonas y la Generación Dorada juegan deportes colectivos, es cierto. Sus trabajos, relatados en el muy buen libro Héroes Igual, refutan la teoría de que los argentinos -deportistas o no- sólo funcionamos individualmente. "Se festeja aunque se pierda. Y eso -dice su autor, el colega Marcelo Gantman- no ayuda a que los que ganan nos expliquen cómo se prepararon para ganar." Para escucharlos, el tenis debería dejar de mirarse el ombligo. ß
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