El capitán del juego
En la temporada 2003-04 Lionel Messi llegó a jugar en cinco equipos diferentes de Barcelona. Juvenil A, Juvenil B y Barcelona A, B o C. "Le hacían jugar con el equipo que precisaba ganar". Se reía siempre y "llevaba encima cierta aura". Un carácter que "se le fue endureciendo" a medida que crecían sus responsabilidades. "Lo endurecimos nosotros, el fútbol, el Barca". Se lo cuenta Juanjo Brau, fisioterapeuta del Barcelona, a Guillem Balagué, autor de la monumental biografía "Messi". Balagué cuenta que los entrenadores de los distintos equipos veían que Messi incumplía pautas tácticas del juego asociado que son Biblia en el Barcelona. Pero que dejaban a Messi jugando casi como había llegado de Rosario, cuando tenía doce años. Porque también ellos querían vencer. "Ya te corregirá otro". Messi hacía ganar a todos. Creció luego con Pep Guardiola, acaso el mejor DT, y con Xavi a su lado. Ambos se fueron. Sin ellos, Messi siguió ganando. Barcelona sufrió inclusive crisis institucionales que precipitaron renuncias y llevaron ante la justicia a sus tres últimas Juntas Directivas. "Menos mal que Messi –escribió apenas veinte días atrás Joan Battle, director adjunto del diario catalán Sport- lo aguanta todo".
Así que Messi no ganó Mundiales? Que se jodan entonces los Mundiales
La Masía, la mejor generación de jugadores en la historia del Barca, un presupuesto de 500 millones de euros, y la competencia contra el Real Real de Cristiano Ronaldo también fueron claves. Y más lo fue haber crecido manteniendo siempre, con altas y bajas, una misma idea de juego. Cuanto más tengo la pelota mejor. Por eso Barcelona se convirtió en su hábitat natural, más allá de eventuales tentaciones millonarias de magnates rusos y jeques árabes. Cuando esa idea sobre la pelota se diluye, cuando lo más importante es ganar sin importar el "cómo", a Leo se le hace más difícil. A veces, algunos de sus viejos entrenadores en La Masía, dudaban sobre si Leo, como sucedía con muchos otros, lograría mantener ese desequilibrio individual cuando llegara a Primera. Sobre todo, cuenta Balagué, cuando "Leo insistía demasiado en su jugada, en la gambeta a uno, a dos, cuatro futbolistas, y cuando eso no salía, se convertía en un defecto". Así terminó jugando Messi el domingo pasado en el MetLife. Leo se sintió acaso más obligado que nunca a que la victoria era responsabilidad exclusiva de él. Pero Chile, otra vez, le cerró todos los caminos. Si encontraba un metro de espacio, lo tiraban a golpes. Una foto del partido lo muestra llevando la pelota rodeado de nueve jugadores chilenos. Cero opción de pase. Quedó solo y él se aisló. Peor aún, falló su penal. Amagó sacarse la cinta de capitán y, encerrado en su dolor, pareció olvidar que la serie seguía. Su mundo ya se había derrumbado.
Antes del alargue, el MetLife jugó en clave argentina y sonó la música cómplice. "Maradó…Maradó", se escuchó a Rodrigo, para furor de la multitud. "Te extrañamos Diego", gritó el relator por la TV. México 86 cumple hoy treinta años. Ahora, y después de haber dicho durante décadas que Maradona ganó casi solo ese Mundial, se afirma, con oportunismo, claro, que Diego sí tuvo en México a un equipo que lo ayudó a ser campeón. "Como su pelea es contra un mito", escribió Jorge Valdano apenas antes de la final del domingo pasado, "nada de lo que Messi haga bastará para que Argentina lo santifique". Tiene razón. Si hubiese ganado el domingo, escucharíamos que "una Copa América no es un Mundial". "Messi –escribió también Valdano en el diario mexicano Record- no juega finales para alcanzar la gloria, sino para que lo perdonen. No se sabe muy bien qué". "Yo –cantaba en esas horas María Martha Serra Lima en el comercial de TyC Sports, con imágenes de las finales anteriores- perdoné porque te amo". Valdano cerraba su artículo hablando del "nuevo matrimonio entre fútbol y política". Y decía que, si Argentina ganaba, Messi "nos parecerá más patriota. Todo esto –concluía- no es porque el fútbol se haya vuelto loco. El que se está volviendo loco es el mundo". El país le pide ahora que vuelva. Del presidente al barrendero. Las madres filman a sus pequeños llorando. Messi es debate central en casi todos los programas políticos. La TV repite una y otra vez su drama. La despedida yanqui de Diego inmortalizó a Sue Carpenter, la rubia que lo llevó de la cancha al doping. La de Leo muestra en cambio a un negro grandote, saco azul, corbata amarilla. Custodio de la organización. Está a su lado cuando Leo se refugia solitario en el banco tras los penales. Y está luego a sus espaldas cuando le dice a la TV que no quiere jugar más en la selección.
"Ni aunque Messi falle un penal" el domingo, decía antes de la final el gran periodista brasileño Juca Kfouri, lamentablemente profético, Leo "dejará de ser lo que ya es y será para siempre en la historia del fútbol". Kfouri escribió ese día en Folha que él quería ver campeón a Messi, pero no porque Leo nos lo debiera. Parafraseó entonces a un colega que había escrito años atrás sobre Zico y, sin ingenuidad, terminó preguntando: "¿Así que Messi no ganó Mundiales? Que se jodan entonces los Mundiales". Es cierto, en el deporte de alta competencia se compite para ganar. Lo sabe Messi, que ganó más que nadie. Algunos pretendieron recordar que, aunque se trate de una final, "es sólo fútbol". ¿Por qué –si sólo es fútbol- políticos, gobierno, TV y sindicalistas pujan hoy como alimañas para ver quién se queda con la AFA? Hay sentimientos y pasión, claro. Pero también hay sobreactuación generalizada. Y destinos de nación, que suponen el fracaso patrio porque, nos dicen filósofos, sociólogos y otros, "no sabemos actuar en equipo". Como si Pumitas, Leonas y el vóleibol –por hablar de ese mismo fin de semana- hubiesen logrado victorias notables jugando con camiseta de Polonia. A diferencia de otras disciplinas, el deportista compite de modo directo. Hay un rival que se opone. Y que, aunque alguna prensa lo omita, juega con los mismos deseos, ambiciones y sueños de ganar el título. O más, porque tiene menos.
Primero fue la barba. Luego, que en primera fase se plantó cara a cara con su marcador boliviano. "Sinónimo de una nueva personalidad". En la Copa de 2011, también contra Bolivia, Leo se había plantado de igual modo con Ronald Raldes. El nuevo Messi, insistieron luego muchos, fue su tuit contra la AFA-desastre. "El capitán que todos esperábamos". ¿No había expresado también públicamente su postura en Brasil 2014, cuando le avisó en conferencia de prensa a Alejandro Sabella que a él le gustaba jugar más acompañado en ataque? El domingo pasado, Leo bajó casi primero del micro que partió al estadio. "Metamensaje", dijo textual un cronista. La comprobación definitiva de que, esta vez, como martillaba la TV, "la Copa no se nos escaparía". El que ahora dice que quiere escaparse es Messi. "No te vayas Leo". Nos adueñamos hasta de su mundo íntimo. ¿Y si te vas en serio para decirle a este fútbol argentino que así no se puede seguir? ¿Qué no sirve hablar de SuperLiga si sólo hay tribunas para barras bravas? Pero no, te pedimos que no le des razón a quienes dijeron "ganen o no vuelvan". ¿Pensará así el 24 por ciento que, según publicó ayer Clarín en tapa, cree que Leo no debe jugar más en la selección?
Ser número uno del ranking mundial y jugar tres finales seguidas es un privilegio que, aún con todos sus problemas, nos ofrece nuestro fútbol. Pero a la primera final, Brasil 2014, Messi quería tirarla el domingo pasado a la basura. A la segunda, Copa América 2015, sepultarla. Y a la tercera, la del último domingo, quemarla en una hoguera. Sería inútil. No se puede olvidar a voluntad. Los deportistas de alto rendimiento, eso sí, deben desbloquearse al minuto. Para no quedar atrapados –dirían los tenistas- en una doble falta eterna. Messi crea semana a semana. Partido tras partido. Crea y se recrea. Y así lleva una década en el podio. En Barcelona dicen ahora, bromeando, o no, que no deberían habernos "prestado" a Messi. El día que quiera volver a la selección –ese día existirá, seguro-, Leo deberá acaso recrear el vínculo. Trasformarlo en algo creativo, como cuando juega. No empezar de cero, algo imposible, como vemos que le sucede. Pero sí empezar de nuevo. A liderar la lucha contra el miedo a perder, que "alimenta el miedo a jugar". El miedo que, escribió Juan Sasturain, "es el único adversario a derrotar, como siempre".
efm/jt
Más leídas de Deportes
Cuestión de dos. Pampas y Dogos XV marcan diferencias y arrasan en el Súper Rugby Américas
El regreso. La gran figura de los Pumas que volvió a jugar después de seis meses, y en destino exótico
Una gran polémica. La acción que marcó al superclásico: el VAR no puede aclarar lo que daría el chip en la pelota