Punto de vista. El deporte que no se ve
Tiempos de balances y de reconocimientos. Horas sin actividad en el universo del deporte. Momentos para pensar y proyectar lo que vendrá. Domina el reposo. Pero al borde del fin del milenio, en el cierre de otro siglo, en los años de la globalización, el deporte dejó de tener por escenario excluyente una cancha, una pista, un court, una pileta... Saltó a otros ámbitos.
Por estos días no se juega a nada, casi. No hay multitudes enfervorizadas que festejen títulos ni apasionantes competencias detrás de la superación sin límites o en búsqueda de la gloria. Sin embargo, como nunca, aquí y en el mundo, pasan cosas.
El deporte trasladó el campo de juego a los laboratorios, donde la lucha contra el doping no se toma descanso. Se estableció, definitivamente, en los Tribunales, donde ahora se resuelve el futuro de muchas disciplinas. Quedó atrapado en mesas de negociaciones donde se habla de millones de dólares y no de técnica ni de virtudes atléticas. Y es sacudido por denuncias de corrupción que mueven a intervenir hasta al FBI. Sí, aunque suene insólito.
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Varios meses después de su participación en Wimbledon, la Federación Internacional de Tenis (FIT) dio a conocer el doping en el que incurrió el checo Petr Korda en el abierto de Gran Bretaña.
"Quiero sostener que no soy un estafador del doping", dijo el tenista para justificar la aparición de nandrolona, una sustancia prohibida, en los controles que se le efectuaron en el All England. El checo "demostró que existieron circunsancias extraordinarias" y dijo que su "error fue no haber declarado antes del comienzo del torneo con qué medicamentos lo trataron por sus molestias".
Hay algo que no cierra. Si la FIT entendió que Korda era inocente, ¿cuál es el sentido de ese castigo simbólico de quitarle los 199 puntos ganados en Wimbledon y obligarle a devolver los 94.529 dólares que obtuvo en premios? Da la sensación de que la entidad se quedó a mitad de camino. No se animó a tomar una decisión ejemplar ni quiso aparecer como avalando la conducta del checo. Terminó inclinándose por un mamarracho que nadie comprende.
No menos diáfana es la situación del Comité Olímpico Internacional (COI). El mayor escándalo de la historia de la entidad de los anillos entrelazados sacude a su conducción por las denuncias de corrupción en la asignación de las sedes de los Juegos. El final de la historia es imprevisible. Pero el afaire de Salt Lake City, definitivamente, desenmascaró la credibilidad de quienes, ante todo, deben custodiar la imagen de transparencia y pureza del movimiento olímpico.
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Por casa las cosas no van mucho mejor. El cierre del año volvió a mostrar la cara más oscura del ciclismo nacional, la de los enfrentamientos entre los sectores poderosos de la actividad y los más desprotegidos. El corolario fue un cruce de denuncias y amenazas que desembocaron en el bochornoso final del Giro Bonaerense.
Mientras el voleibol busca que cicatricen definitivamente las heridas abiertas tras el Mundial de Japón -el debate pasa por la continuidad o no del técnico Daniel Castellani-, la Federación Metropolitana de Ajedrez solicitó la quiebra de la Federación Argentina por una deuda de 3750 pesos. Por cierto que no es una cuestión económica la que se dirime. En realidad, detrás se esconde un conflicto de poderes. Es otra gran batalla que escapa a la limitada superficie de un tablero. Es el deporte que no se ve.
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