En off-side. El mundial de comic en Erlangen (para éste no nos clasificamos...)
ERLANGEN.- Ayer, en el bar del hotel, desayunaba una pareja muy rara. El parecía un hippy salido de Woodstock, pero cuarenta años después: camisa floreada, aspecto de cowboy con capacidades diferentes y cuatro pelos largos que caían en cascada desde el solarium hasta el segundo subsuelo. Ella era una geisha. No parecía: era. El maquillaje, la cara blanca, el rodete y un vestido negro con volados y moños de seda, a falta de quimono.
El hablaba con otro hombre, fuerte, con la voz y las manos. Ella se mantenía en silencio o, en todo caso, hablaba sin mover los labios. No parecía notar que nadie podía sacarle los ojos de encima. Se levantaron. Salieron a la calle, pero no fueron lejos. Para seguirlos, sólo había que doblar la esquina. A la vuelta había una selección internacional de caras extrañas. Era el famoso Comic Salon de Erlangen. Se hace cada dos años, y esta vez cayó justo para el Mundial, en esta ciudad a la que nunca hubiera venido un cronista argentino si no fuera porque los héroes del fútbol nacional están muy cerca, a quince kilómetros, y su proximidad se percibe en el aire.
El hombre abrió su portafolio y se puso a cambiar figuritas con otros hombres: estaba dedicado a la distribución internacional de historietas, un negocio en el que se mueve mucha plata. Y la geisha se instaló en un stand de manga y allí se quedó todo el día, como propaganda humana. (Aclaración: el manga es la variante japonesa del género historieta, con un rango temático que va de la mitología al erotismo, pasando por los samuráis y por los alienígenas de la guerra oriental de las galaxias.)
Después de una jornada tan risueña como la del viernes en Gelsenkirchen, parecía una buena idea seguir riéndose con las alegres ocurrencias del Comic Salon. Pero el humor ya no es lo que era. La pequeña Lulú y el gracioso Toby se han transformado en sadomasoquistas. Popeye ha devenido en traficante de estupefacientes y Blancanieves corre detrás de los siete enanos con un hacha. Hay un dibujante con su tablero, con el pecho tatuado, vestido negro y aros en la nariz y en los labios. Ofrece por apenas cinco euros la caricatura encantadora que acaba de realizar y que representa a un conejito que se suicida.
Con tanta sangre, tanto monstruo y tanto sexo dibujado, la pacífica Erlangen está un poquito alborotada. Las chicas se han disfrazado de Gatúbela. Los muchachos, de Frodo Bolsón, el héroe de "El señor de los anillos".
En esta ciudad hay, básicamente, dos categorías de habitantes: los técnicos y los empleados de la empresa Siemens, que tiene en Erlangen su sede central, y los estudiantes de la universidad, una de las más prestigiosas de Alemania. Muchos de ellos, especialmente los más novatos, los que por una razón u otra todavía no superaron la barrera de los 25 años, son el público que da el marco perfecto a una exhibición como la que comentamos.
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De repente, una exclamación surge del centro del salón. Chicos y chicas gritan excitados y saltan. Las cámaras digitales relampaguean. Es que ha llegado Gasho Aoyama, de quien se dice que es una celebridad del manga. Los admiradores comentan entre ellos los distintos títulos y derivaciones de la obra de Gasho y explican por qué no es exagerado afirmar que es un genio. El firma sin cesar sus obras con el trazo seguro de un Picasso.
No es el único dibujante famoso en escena. Se encuentra, por ejemplo, Ralf König, tal vez la máxima figura del humor alemán, que se hizo notar en los últimos tiempos cuando defendió con la pluma y la palabra -es decir, en declaraciones periodísticas y haciendo lo que sabe: dibujando- el derecho de los caricaturistas a no detenerse siquiera ante las barbas del profeta. König está seguro de que sólo el humor, y no Mahoma, puede mover montañas.
En el Comic Salon hay películas, clases magistrales de dibujantes consagrados, exhibiciones de clásicos originales del género, como Peanuts y Calvin & Hobbes, y exposiciones de artistas de tierras lejanas. Pero entre ellos no hay ningún argentino: para este mundial, no nos clasificamos.
Michael y Christina Walz, representantes de la distribuidora Ehapa, que vende aquí los libros de Asterix y Lucky Luke, dicen que no se trata de un problema de calidad gráfica, sino de inteligencia para el marketing. "Tienen que hacer algo que llame la atención, como en el fútbol. ¡Seis goles de una vez! Eso sí que es una acción que abre mercados", dice Michael.
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La producción de nuestro equipo ante Serbia y Montenegro, en cambio, llena de temor y de preocupación a Guido Schröter, que ha publicado un libro de dibujos llamado "Finalmente, campeones del mundo". Allí vaticina una final Alemania-Brasil que se define con un penal en el último minuto. Schröter es irónico: sugiere que el equipo de Klinsmann llegó hasta allí a los tropezones y que es tanta la ansiedad que les genera a sus simpatizantes, que cuando Ballack va a patear desde los once metros el propio león Goleo, la mascota del mundial, se acerca con el puño levantado para amenazarlo: si falla, se lo tragará de un bocado. Ballack desvía la pelota, pero ésta da en Goleo, entra en el arco como si fuera una bola de billar y le da a la nación germana otro campeonato.
"Pero ¿qué hago con los libros, si ustedes siguen ganando de esta forma? Ayer mostraron que pueden ser muy poco delicados como huéspedes ", dice Schröter. Parece que se ríe, pero está transpirando.
- Los actores del comic han cambiado mucho
"El humor ya no es lo que era. La pequeña Lulú y el gracioso Toby se han transformado en sadomasoquistas. Popeye ha devenido en traficante de estupefacientes y Blancanieves corre detrás de los siete enanos con un hacha."