Panamericanos. Juntos es mejor: por qué ganan los equipos argentinos
LIMA, Perú.– La Argentina ya tiene en su mazo la carta del 5 de oro en los Juegos Panamericanos. Cinco deportes de equipo subieron a lo más alto del podio con el transcurso de los días. Primero, el rugby seven masculino, que se sacó la espina y superó a Canadá en la final, después de dos tropiezos consecutivos en desenlaces panamericanos. Luego el sóftbol, con el corazón de paranaenses, pampeanos y bahienses. Después, en un domingo dorado, simultáneamente triunfaron el básquetbol y el vóleibol. Y un día después, festejó el equipo de handball masculino, que además ya sacó su pasaje rumbo a Tokio 2020.
Pero este fenómeno colectivo no se detiene en eso: este martes las Leonas derrotaron por 3-1 a Chile y ya se ubicaron en la definición. Igual que las chicas del fútbol con su 3-0 a Paraguay, mientras que los seleccionados de hockey sobre césped de varones y el de fútbol masculino y femenino se mantienen al acecho. En tanto, el de waterpolo y las Panteras del vóleibol empiezan a alimentar una esperanza, con la perspectiva de once conjuntos campeones en Lima como hipótesis de máxima.
Contamos con una materia prima que muchos otros países no tienen. Colombia nos supera en el medallero, pero lo único que consiguió en deportes colectivos hasta ahora es un tercer puesto, en seven.
Más allá de la fortaleza o la debilidad de los rivales –un punto insoslayable a la hora del análisis–, conviene volver a los orígenes y entender por qué la Argentina se hace fuerte de manera colectiva en esta clase de certámenes. Una causa es la intangible: el espíritu de equipo y el sentido de pertenencia se unen a una identidad de entrega y corazón, como revelan los nombres de varios seleccionados: Pumas, Leonas, Gladiadores...
Creo en la inspiración y en el contagio: cuando hay equipos que empiezan a inspirar a otros, todos nos damos cuenta de que podemos. Un ejemplo fue aquella Argentina del Mundial '82 de vóleibol
Luego, está el factor estructural. A diferencia de las competencias individuales, los deportes de equipo en el país son desarrollados de manera estructural, con mucha población de deportistas federados que participan en competencias de clubes. Estos invierten dinero en recursos y en el desarrollo de los jóvenes deportistas, que forman parte de torneos en los niveles nacional y provincial, con gran cantidad de partidos y confrontaciones por año.
Además, hay interés social por la práctica de estos deportes. Hay muchos chicos atraídos por el rugby, el handball, el básquetbol, el vóleibol y el hockey, disciplinas que además forman parte del sistema educativo y son enseñadas en la currícula de los profesorados de educación física. Todos estos factores, junto a las instalaciones a disposición, generan una gran base material de deportistas sobre la que se trabaja. Lógicamente, el fenómeno no es nuevo: lleva muchas décadas de una construcción progresiva y explica el crecimiento de los clubes, en los que estos deportes adoptan un rol protagónico. Luego se inician procesos de trabajo virtuosos, en los que comienzan los trabajos de las diferentes selecciones, primero en juveniles y después en mayores. Este encadenamiento de sucesos, más ese gen competitivo tan especial del deporte argentino, viene otorgando una ventaja en Lima 2019.
En este entramado, vale dividir estos deportes entre los de práctica profesional y los de práctica amateur. En los rentados –sobre todo el básquetbol–, los jugadores militan en gran medida en clubes de alto nivel, tanto en la Argentina como en el exterior. Este roce les da formación y una ventaja enorme sobre otros países. Las selec-ciones son convocadas por cortos períodos, pocos días antes de un compromiso internacional, y los directores técnicos nacionales ofician como seleccionadores de los mejores talentos. Entonces, a más disponibilidad para reclutar, más asimetría respecto a los que disponen menos.
Después, situaciones puntuales. A la selección de Sergio Hernández se le facilitó el camino al título al encontrarse con, por ejemplo, un Estados Unidos conformado por entusiastas universitarios, mientras que en la final se enfrentó con un Puerto Rico que tenía tres bajas por compromisos en la liga boricua. El vóleibol argentino, por su parte, eligió venir con un conjunto B y varios sub 23, ya que los titulares afrontan un preolímpico en China. Así y todo el equipo se hizo fuerte ante seleccionados igualmente alternativos de otros países.
Lo opuesto son los deportes de práctica amateur: no tienen esa tensión permanente con los clubes, porque al no ser rentados los deportistas, es más atractivo para ellos formar parte de las selecciones y representar a sus clubes. Así, se generan procesos más largos con los deportistas a mano para trabajar todo el año. En este caso, ya no hay un mero seleccionador, sino un formador, como ocurre en el sóftbol y el hockey desde las categorías juveniles. El rugby tiene sus particularidades, ya que gradualmente fue bañándose de profesionalismo y estos Pumas que se colgaron el oro forman parte del campo rentado. Y el handball es una mezcla: están los que siguen jugando en clubes tradicionales y, por otro lado, un Diego Simonet que se luce en la poderosa liga francesa.
El Comité Olímpico tenía en sus previsiones este quíntuple éxito. "Esperábamos medallas de todos estos equipos y de los que vienen también. Obviamente, el color depende de una serie de factores, y no opinamos sobre los rivales", apunta Carlos Siffredi, del Enard. El interés del COA es engordar el medallero, pero no interviene en la conformación de los equipos. "No se sugiere ni se pide: los cuerpos técnicos eligen a los jugadores con total libertad", apunta el gerente técnico deportivo.
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