El sueño de Uruguay, como aquellos Pumas de 1999
El lunes, 48 horas después de otra epopeya deportiva de un país con apenas 3 millones y medio de habitantes, el capitán Juan Gaminara vuelve al estudio contable en el cual trabaja de contador; Joaquín Prada sigue con sus primeros pasos en la medicina; Juan Echeverría ya está de regreso en Florida, su ciudad, para trabajar en una empresa de negocios rurales; Diego Magno retoma su empresa de soluciones de software y Mario Sagario, al igual que otros de sus compañeros, continúa con sus estudios en la Universidad de Montevideo. Hay algo que une a estos hombres: formaron parte del plantel que clasificó a Uruguay por segunda vez consecutiva a la Copa del Mundo del rugby. Un plantel que, salvo cuatro jugadores, es amateur. Un eslabón perdido –y orgulloso– dentro de la opulencia económica que ofrecerá la aventura de Japón del año próximo.
Aquel primer lunes de febrero, tras el segundo triunfo ante Canadá que selló en el estadio Charrúa de Montevideo la clasificación a Japón 2019 –otra vez, como en 2015, les tocará en el grupo Australia, Gales y Fiji; cambia Georgia por Inglaterra–, esos mismos jugadores se tuvieron que preparar con vistas a otro objetivo: la Americas Rugby Championship (ARC), la competencia regional más importante del continente americano. A los uruguayos les alcanzó la nafta para volver a doblegar a Canadá, a Chile y a Brasil, pero se les acabó cuando llegaron los dos rivales más fuertes.
Con Argentina XV perdieron en un partido muy flojo, y el último fin de semana, todavía con posibilidades de lograr el título, de locales se encontraron, en un abrir y cerrar de ojos, 40-0 abajo con el después campeón, los Estados Unidos. Conclusión: a esta altura de la alta competencia internacional, el amateurismo alcanza, a lo sumo, para sumar una proeza cada tanto. Las preparaciones, los estudios, las técnicas, las constantes evoluciones del juego, necesitan de muchas horas hombre por día. Y de mucho dinero.
Cómo hará Uruguay para tratar de seguir creciendo es el ítem que viene tras alcanzar la gran vidriera de la Copa del Mundo. En la otra orilla se baraja la posibilidad de que la ARC se transforme en una competencia profesional, con aún más cash de la World Rugby. Pero ese es solo un capítulo. Insertar el profesionalismo en países amateurs, y sin el dinero que circula en el Norte y en los 3 grandes del Sur, es un camino largo, tortuoso y sinuoso. Ya lo está mostrando la Argentina.
Pero lo cierto es que Uruguay dio importantes pasos en los últimos cinco años, después de tiempos en los que hasta pareció ceder el segundo lugar que siempre tuvo detrás de la Argentina en Sudamérica. Con apoyo de la UAR, con una gestión clave de Agustín Pichot en su proyecto "América Crece" y con una dirigencia local que apostó a un camino, Uruguay tuvo un plan. Hubo, en esa vía, dos mojones: una idea clara para el juego con la contratación del platense Esteban Mono Meneses como head coach, y una casa propia gracias al usufructo desde 2013 del Estadio Charrúa, que pertenece a la Intendencia de Montevideo, pero que la Unión de Rugby de Uruguay (URU) lo tendrá por 10 años con la obligación de mantenerlo y de cedérselo al fútbol cuando lo necesite.
El coraje, la pasión y el respeto por la idea con la que jugaron los uruguayos la clasificación ante Canadá recordaron, salvando lógicas distancia, a los inolvidables Pumas mayormente amateurs en la Copa del Mundo de 1999. Aquel quinto puesto, fue, al fin, el primer paso del antes y después que vino más tarde.
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