El Tano dijo adiós
A los 85 años falleció Tranquilo Capozzo, que junto con Eduardo Guerrero, ganó el último oro olímpico para la Argentina
Tranquilo Capozzo falleció ayer, a los 85 años, en Valle Hermoso, en la provincia de Córdoba, donde residía desde hacía seis años. Capozzo fue, junto con Eduardo Guerrero, el ganador de la última medalla dorada en los Juegos Olímpicos para nuestro país. Aquella hazaña aún recordada ocurrió en la cita de Helsinki 1952, en la especialidad del doble par de remos cortos. Sus restos serán cremados y sus cenizas esparcidas en el río Luján, en Tigre, frente al monumento al remero.
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Cuentan quienes lo conocieron que El Tano (como lo llamaban todos) era un hombre serio, parco. Que siempre se preocupó por cumplir sus obligaciones, en el trabajo, con su familia, con sus amigos. No era sencillo arrancarle una sonrisa.
Este hombre que representó a la Argentina en dos Juegos Olímpicos nació, empero, en los Estados Unidos, el 25 de enero de 1918. Allí vivió algunos años, hasta que sus padres se separaron. Entonces, su madre se lo llevó a Italia, de donde era oriunda. Pero la situación para Capozzo y su familia tampoco fue sencilla en la península. El rigor económico en los años previos a la Segunda Guerra Mundial se hacía sentir. Volvieron a América, pero a otro destino. En la Argentina buscaban el arraigo que no habían tenido hasta entonces. Y lo encontraron.
Llegó a los 18 años, con poco en los bolsillos pero mucho esfuerzo para salir adelante. Siempre se sacrificó para trabajar y para que no faltara la comida en la mesa. Al mismo tiempo, se inclinó por el deporte. Primero abrazó el ciclismo. Sin embargo, no sería esa actividad la que le depararía la gloria.
El club Cannotieri Italiani, de Tigre, le regaló dos de los amores de su vida. El remo, primero, un deporte en el que se inició en 1945. Después, en esas mismas instalaciones, conoció a María Luisa, la mujer con la que se casó y con la que tuvo dos hijos: Laura y Alejandro (fallecido hace algunos años).
El deporte era una pasión, pero siempre estuvo subordinado a cumplir con todo: la familia, el trabajo, los amigos. Era mecánico especializado en máquinas de cerramientos. Viajaba cuatro horas para poder continuar con los entrenamientos. Con esa determinación, ganó infinidad de títulos argentinos y sudamericanos. Siempre como singlista. Incluso, llegó a participar en Londres 1948, en la categoría single scull, en la que accedió a las semifinales.
Parecía el final de su experiencia olímpica. "Había decidido dejar de remar. Tenía 34 años y había comenzado a los 27. En esa época me llamaban El Viejo , pero nunca hice caso de ese apodo", le contó alguna vez a LA NACION. Sin embargo, le ofrecieron competir en pareja con Eduardo Guerrero, diez años más joven que él.
"Mi respuesta fue rotunda: no quiero saber nada. Guerrero es un despistado, no tiene disciplina, es un incumplidor, es un chiquilín. Pero tanto me lo pidieron que al final acepté hacer una prueba."
A pesar de la negativa inicial, la combinación fue exitosa. Tanto que hasta consiguieron la clasificación para competir en Helsinki. Fue un compendio de vicisitudes las que vivieron para poder llegar a Finlandia. Pidieron un bote prestado; cuando estaban bajándolo del barco, se desenganchó, cayó desde una altura considerable y se rajó. "No sabíamos qué hacer. Vagamos de un lado a otro, hasta que el carpintero soviético se compadeció de nosotros y lo arregló."
El bote les fue entregado con el tiempo justo. Casi no se entrenaron en el fiordo de Meihlati, donde se hacía la competencia. Pero fueron pasando las etapas: eliminatorias, semifinales y llegó la final. A su lado estaban los más modernos botes de la URSS, Uruguay, Francia y Checoslovaquia. Eran mucho más livianos que la vetusta embarcación de los argentinos. Pero remaron más fuerte y llegaron antes. La última medalla dorada de la Argentina se consiguió en apenas 7m32s2/10. O con el esfuerzo de toda una vida de esos dos hombres.
"Sí, claro, celebró, se puso contento; habremos festejado con un asado. Pero él era un hombre muy serio, muy formal", recuerda ahora con dolor Guerrero, su compañero, su amigo.
De vuelta en el país sí se retiró del deporte. Se dedicó a su trabajo y a su familia, como siempre. Vivió un tiempo en Cochabamba, Bolivia, pero después volvió a nuestro país. Era vanidoso de su hazaña olímpica, pero no le gustaba vivir de ella.
Hace seis años se radicó en Córdoba junto con la familia de Laura, su hija. Había que disfrutar de sus nietos, Nicolás y Anna. Y allí pasó sus últimos días: lejos de la gloria que genera una hazaña como la suya, nunca repetida. El se fue satisfecho, tan sólo porque había cumplido, como siempre, con su familia, con sus amigos, con sus pasiones.
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