Golf / El Masters de Augusta. En la piel del campeón
Angel Cabrera está rodeado de familiares y amigos para la defensa del título; "Si hay algo que no me falta es el hambre de gloria", dice el Pato
AUGUSTA.- A veces, la memoria es traicionera e injusta porque borra recuerdos frescos. Entre la vorágine de acontecimientos deportivos, a los cuatro meses de la victoria de Angel Cabrera en 2009 ya empezaban a perderse los trazos de aquella hazaña. Por fortuna, este Masters se encarga de traer de nuevo las imágenes de aquel hito increíble. Lo hace en continuado desde la sala de prensa, donde se repasa en pantalla gigante el estremecedor playoff con Kenny Perry y Chad Campbell. También reacomoda los recuerdos desde las tiendas de merchandising, que venden cuadros con la figura del Pato y su puño en alto. Incluso, la guía oficial de jugadores lo exhibe en la tapa con su chomba amarilla, la ganadora.
A los cuarenta años, con más de veinte en el circuito profesional, Cabrera ya no juega por el dinero: sólo lo hace por el honor y la gloria. Es un animal competitivo, en el buen sentido de la palabra. Sonríe y se hunde en el pasto del Augusta National con el aplomo que le dan sus pergaminos. "En 2009 me saqué el peso del Masters. De todos modos, sigue estando esa presión por dentro, ¿entendés? La de pararse en el tee de salida y saber que estás jugando este torneo. Lo más difícil, que era el primer título, ya está hecho."
Hay una pequeña e íntima comitiva que lo acompaña. No necesita más, están todos. Lejos de esos golfistas de laboratorio, el cordobés se aferra a esas compañías que le resultan funcionales a su causa, y en esto son decisivos los afectos. Un personaje clave es Angelito, su hijo menor, que será su caddie por segunda vez en el Masters después de su primera experiencia en 2008. El lunes, en el primer ensayo, el Pato condujo a su hijo hasta la arboleda del hoyo 18, allí desde donde escapó milagrosamente en el playoff para lograr el par y seguir en carrera. "Lo llevé con la excusa de ver el tiro que intenté hacer ahí. Le expliqué: «Mirá, quise tirar por aquí y me salió por allá». Pero él no vio el hueco entre los árboles; sólo me dijo: «¡Vos estás loco!»". Arropado con su mameluco blanco de caddie, Angelito cuenta: "Mi viejo me mostró justo la raíz que pisó con el pie izquierdo para tirar desde ese lugar, con la idea de volver al fairway para el tercer golpe. Me confesó que tuvo la suerte del ganador y que tiró entre medio de los árboles por instinto, sin saber muy bien por qué".
Charlie Epps es otro personaje infaltable. El texano es un mentor y motivador, un hombre que le recordó al Pato que también podía ser un grande como Jack Nicklaus y Arnold Palmer. "Angel llega al Masters de manera muy parecida al año pasado, con mucho trabajo duro encima. En los últimos tres torneos anduvo bien con el putter, pero la pelota no entró. Cuando emboque será una historia distinta, porque el juego de campo siempre está fuerte."
En la práctica de ayer, Epps escoltó a Cabrera durante los 18 hoyos. También desde detrás de las sogas caminó Silvia Rivadero, la mujer del campeón, que hoy es candidata a actuar de caddie en el distendido certamen de Par 3. "Acompañé al Pato en todos los Masters desde 2000, excepto en el que ganó el título, una lástima. Lo recibí en el aeropuerto de Córdoba." De pronto aparece otro coterráneo, Héctor Rolotti, el cocinero elegido por el poseedor del saco verde para la Cena de Campeones, que se realizaba anoche. Cabrera trabó una amistad con Héctor en su puesto de trabajo, el restaurante Novecento de Miami Beach, una parada obligada en su derrotero por el PGA Tour. "Va a ser la comida más importante que prepare en mi vida, es un orgullo. Imaginate, servir para esos 26 campeones y el presidente del club", se ilusionaba Rolotti. El menú se dio a conocer a la prensa como si fuera la carta del día: empanadas de carne y pollo, ceviche, ojo de bife, papas, ensaladas, vino mendocino y panqueques de dulce de leche.
Otros dos amigos ocupan también un espacio importante en esta desafiante excursión del Pato, la N° 11 en Augusta; son José Farías y Fernando Auil, a quienes conoció en San Agustín, localidad cabecera de Calamuchita, Córdoba. Ellos son huéspedes de la casa que siempre alquila Cabrera en West Lake, a unos quince minutos del club.
El Pato ya sabe que compartirá el grupo con Jim Furyk -aquel a quien superó en el US Open 2007- y el surcoreano Byeong-Hun An, recordman de precocidad al triunfar en el US Amateur 2009 con sólo 17 años. "El año pasado dije que no pararía hasta intentar ganar cinco majors. Si hay algo que no me falta a esta edad es el hambre de gloria y las ganas de seguir logrando torneos grandes", jura Cabrera, el amante de los sencillos detalles de la vida, explicación de su razón de ser.