Estamos rodeados de millones de Panaderos
Es la única vez que lamento ser hincha de River, una condición que no oculto a pesar de ser periodista deportivo pero que en este caso -y de ahí el lamento- puede actuar como justificativo para que algunos salten a la yugular de este texto al grito de: "y qué querés, si es gallina" -independientemente de los motivos por los cuales efectivamente este texto puede ser criticado-.
Yo no sé cuándo comenzamos a odiarnos en el fútbol argentino pero el odio se hizo tan grande, incluso a la condición humana, que un pedido se extendió en esta semana: "Los partidos se ganan en la cancha y no en los escritorios". Lo dijeron autoridades de Boca (dirigentes y técnico), periodistas (algunos partidarios y otros imparciales), personajes sin relación con el club (César Luis Menotti y Gustavo Alfaro, por ejemplo) y miles de hinchas en redes sociales, oficinas y bares. Muchos de ellos deben ser los que más se quejan contra la inseguridad en las calles y sin embargo miran para otro lado cuando la violencia los encuentra en la otra vereda, la propia: los invito a ser rociados con gas pimienta al salir de sus casas o al entrar a sus trabajos y tener que seguir su vida con normalidad.
"Los partidos se ganan en la cancha y no en los escritorios" debe ser de las frases más insensibles que se hayan dicho jamás. Se puede entender en el anacronismo de personajes anclados en los años 70 -o sea en la resaca de su gloria, o en la necesidad de mantener viva la época en que forjaron su leyenda- y también, con mucha buena voluntad e ingenuidad, en los dirigentes y en el técnico de Boca -como puesta en escena que alivie a los fanáticos-. Sin embargo, esa frase dicha en periodistas e hinchas -en la llamada "gente común"- suena brutal.
El resultadismo, la negación de la derrota, empezó en el fútbol hace ya varias décadas y llegó a la violencia hace pocos años -hasta Menotti, el rey del antiresultadismo, puso con su declaración al resultado por encima de la salud-. Cualquiera que haya visto las imágenes del entretiempo sabe que la Bombonera pudo haber sido un Cromañón. De hecho, en uno de los videos se escucha a un hincha asustado en la tribuna: "Se van a quemar todos". Pero como no fue un Cromañón -aunque no lo haya sido de milagro-, miles corrieron a pedir: "El partido tiene que seguir". El ecosistema del fútbol se siente por encima de todo, nada debe interrumpir el fútbol, el fútbol es la ley máxima. Si esa lógica se traslada a otros ambientes -el axioma que ubica al fútbol como un don que prescinde de todo-, Callejeros tendría que haber vuelto a tocar en Cromañón porque los recitales se resuelven sobre el escenario -y perdonen los familiares o los chicos que sobrevivieron-. O, incluso, De la Rúa debería haber retomado su mandato porque los gobiernos se resuelven en la Casa Rosada. ¿Tanto nos odiamos como para que un resultado deportivo prescinda de un ataque con gas pimienta a jugadores?
En realidad, ya no me preocupan ni Boca ni River -todos sabemos que lo que pasó en la Bombonera pudo haber ocurrido en el Monumental o en el Carlos Quinto de Flandria o el Enrique Sexto de Lamadrid-, ni las barras bravas, ni los panaderos que juegan a hacerse los barrabravas, ni los dirigentes políticos y deportivos que financian a los violentos, ni la empresa que tiene los derechos de televisión y prioriza sus ganancias a enviar un mensaje contra los violentos, ni los directores técnicos que convierten en victimarios a las víctimas, ni los jugadores que son agitadores por acción u omisión -incluyo a los de River por la foto que enviaron por Twitter para celebrar la clasificación-. Lo irreversible, el efecto desolador de estas horas, es que la violencia trascendió todas esas capas -la de los actores que tienen intereses económicos o laborales- y llegó a la gente normal, a los hinchas que se suponen pensantes o decentes o pacíficos y que sin embargo ya son el caldo de cultivo de los actores recién mencionados.
El ecosistema del fútbol -también integrado por esa gente que no va la cancha pero que habla de su pasión en el trabajo o en las redes sociales- se pudrió hasta en sus raíces. En estos días escuché a un maestro de grado quejarse porque, apenas ocurrió la agresión, "los jugadores de River se tiraban agua a propósito en los ojos porque sabían que así estarían peor". También me enteré del director de una agencia de seguros -xeneize él- enojado con un empleado, hincha de Boca también, porque éste entendía lógico que el partido no continuara: "Entonces no sos tan hincha".
Antes del partido, hubo intelectuales que hablaron de "Riber" y que negaron la derrota de su equipo como una posibilidad: nada muy diferente de la bandera que la 12 colgó en el alambrado antes del partido, "Pasa Boca o no se ba nadie". Todos leímos al periodista de policiales que denigró a compañeros de trabajo después de un resultado adverso. Los cronistas partidarios que hacen de Twitter un escenario de terrorismo deportivo ya es de una definitiva cotidianeidad, al igual que los diarios que ofrecen un doble mensaje: aseguran estar en contra de la violencia y en simultáneo crean espacios de hinchas que son barricadas para denigrar al rival -espacios de hinchas que no son creados porque sí, por supuesto, sino porque está lleno de hinchas a los que les encanta leer y comprobar cómo nosotros somos los mejores y ellos son los enemigos que siempre pueden ser más humillados-.
El River-Boca se rosarinizó en los últimos meses: ya está en un nivel de esquizofrenia similar al de Newell's-Central. Que haya o no un Cromañón en las canchas volverá a depender de unos pocos centímetros y de la suerte. Si se consuma la tragedia, habrá suelta de lágrimas falsas y gritos de "así no se puede seguir, hay que hacer algo". Pero si no, e independientemente de los actores con intereses personales (dirigentes, técnicos, jugadores, empresarios de medios, periodistas partidarios), también escucharemos a la "gente común", a los hinchas que no creíamos contaminados y sin embargo ya lo están, a docentes, transportistas, abogados, médicos, choferes, mozos, editores y changarines pedir que el partido termine en la cancha porque "al fútbol no se gana en los escritorio".
Estamos rodeados de millones de Panaderos.
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