Fiebre roja en las calles de Corea
El pueblo coreano también está dispuesto a sorprender al mundo y cada vez son más los millones que ganan las calles tras las victorias
GWANGJU, Corea del Sur.– Rezos, plegarias y todo tipo de cábalas acompañaron el momento más tenso de los coreanos en los últimos tiempos. Evangelistas o católicos, budistas o protestantes. Que más da. El deseo era el mismo y las sensaciones encontradas. Por cada paso hacia el punto del penal el silencio dominó a los 42.000 coreanos que colmaron el estadio y a los millones que se pararon frente a las pantallas gigantes de las distintas ciudades para seguir la suerte del equipo dirigido por el holandés Guus Hiddink. Según datos oficiales, sólo en Seúl, la capital, 2.000.000 de personas comenzaron a ver el partido en la vía pública, y el número se duplicó cuando otro tanto salió compulsivamente de sus hogares para ver el alargue y los penales.
La respiración se entrecortaba, las manos se unían y el grito estallaba ante cada logro oriental. El lamento también jugó su partido, pues con los goles españoles no faltaron esas lágrimas que pocos pudieron contener. Ni la conquista de Jung Hwan Ahn, que había desperdiciado un penal ante los italianos, alivió los ánimos, que cambiaron con el mismo vértigo con el que los jugadores patearon la pelota.
La atajada de Woon Jae Lee al remate de Joaquín fue el bálsamo tan esperado y el gol de Myung Bo Hong, el capitán, el abrazo al festejo eterno que provocó la fiebre del sábado. Cinco millones de corazones coparon las calles de las distintas ciudades y a ninguno le importó si Corea había ganado con la ayuda del referí, del árbitro asistente o de alguno de los tantos dioses a los que se le rinde culto en este país.
No había tiempo para reflexionar o hablar de fútbol. A quién podía interesarle eso, si todos estaban bajo los efectos de esa fiebre llamada fútbol. Banderas, bocinas, bombos, cornetas y platillos. Todo era válido para festejar lo impensado: estar en las semifinales de un Mundial y que Japón y China queden rendidos a los pies del hermano menor.
La locura sacudió a Corea y pese a que la constitución no lo permite, la gente ya declaró príncipes a 23 jóvenes, sólo porque juegan bien al fútbol. Pero eso no es lo más llamativo, pues el título de rey recayó sobre ese holandés llamado Guus Hiddink, que cambió el odio por el amor con la misma facilidad que utilizó para decir que no renovará el contrato con la Federación Coreana de Fútbol. A él, los seguidores de los nuevos Diablos Rojos le dedicaron una bandera que decía “Gracias Reino de Holanda”.
El presidente coreano, Kim Dae-Jung, dijo: “Este es el día más feliz en cinco milenios para el país. Hoy quedó abierta una nueva senda para la prosperidad nacional”.
En un Mundial signado por los escándalos arbitrales, Corea cayó una vez más parado y, como desde hace 20 días, la marea roja se abrió paso por entre las ciudades. Ya sin el sol, las calles se convirtieron en la mejor pista de baile para niños, adolescentes, adultos o ancianos, donde los coreanos disfrutaron de esa inolvidable fiebre del sábado por la noche.
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