Al menos se quebró la hegemonía
Una decepcionante pereza gobierna al fútbol argentino. Como un incómodo inquilino que llegó para quedarse, la temporada otra vez reeditó escenas conocidas. Las urgencias devoraron técnicos y las economías marginales de los clubes aceleraron la venta de jugadores para maquillar esos déficit ingobernables. Aparecieron menos talentos, la violencia mantuvo su virulenta vigencia, las huelgas se entronizaron como un mecanismo de presión y las elecciones en las entidades clamaron por una baño de decencia en las comisiones directivas.
Pero al menos una reacción saludable se coló entre la predecible chatura que dominó en las canchas: se cortó la hegemonía que Boca y River habían impuesto para adueñarse de los últimos cinco torneos. Un anunciado reparto que los dos más grandes se venían distribuyendo desde mediados de 1998. San Lorenzo, a seis años de su más reciente conquista, y Racing, 35 años después de codearse con la gloria, se dividieron un semestre cada uno y así quebraron con la previsibilidad del campeón.
Y ambos compartieron características. Fueron equipos sin figuras, pero efectivos. Con más aciertos colectivos que destellos individuales. Con amor propio y convicción, algo así como el sello de sus entrenadores, Manuel Pellegrini y Reinaldo Merlo. El conjunto del Bajo Flores tuvo el aval de los récords, con 11 victorias consecutivas y la mayor cosecha de puntos (47) para un torneo corto. La formación de Avellaneda se fortaleció desde la entereza, el apoyo popular y el orden que le impuso el gerenciamiento de la empresa Blanquiceleste. Un sistema nuevo y exitoso.
Pero si es complicado encontrarle a San Lorenzo y a Racing méritos vinculados con el sentido estético del juego, ¿qué queda para los demás? Y ahí aparece la frustración que invadió al año de River. El de la vuelta de Ramón Díaz. Porque contó con el mejor plantel, porque Cardetti marcó más goles que nadie (30) y porque fue el equipo más productivo en 2001 (sumó 82 puntos, contra los 71 de Racing, el escolta)... pero se arrodilló resignado ante dos subcampeonatos.
La tesorerías volvieron a apelar a las transferencias para subsistir. Así, Saviola, Aimar, Palermo, Manso, Jairo Castillo, Coloccini, Bermúdez y Castromán, entre otros, alimentaron un éxodo que contribuyó a la mediocridad del fútbol. Sólo la irrupción del talentoso Andrés D´Alessandro y los ascensos de Banfield, Nueva Chicago y Olimpo quedaron como imágenes reconfortantes. Pocos cambios. Es que en el fútbol del todo pasa, los hábitos antipáticos se han estancado.
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