Champions League: dos series emocionantes, tres equipos y un genio de carne y hueso
Las semifinales de la Champions League ofrecieron espectáculos emocionantes y cambiantes, propios de estas series cortas en las que se juega con el alma, a todo o nada. Partidos no aptos para efectuar sentencias concluyentes pero que dejan enseñanzas como para tener en cuenta.
En principio, los resultados premiaron a los equipos ingleses, punto explicable porque están más habituados a convivir con la excitación. Hay momentos en medio de un encuentro en los que todo se descompone y se escapa de las manos, fogonazos que en la Premier son algo así como un sello de identidad.
El inglés es un fútbol en el que nadie claudica y todos sostienen con fe descomunal la posibilidad de revertir un desarrollo en contra. La consecuencia es que los equipos cuentan con más anticuerpos para resolver los sofocones con mayor naturalidad y estabilidad que, por ejemplo, un conjunto como el Barcelona, acostumbrado a tener la mayoría de los partidos en un puño y al que le cuesta mucho manejarse cuando los muebles se desacomodan.
Por otro lado es interesante estudiar el perfil de los dos técnicos triunfadores. Jürgen Klopp y Mauricio Pochettino son entrenadores que, independientemente de sus estilos de juego, comparten un alto grado de vinculación con sus futbolistas. Ambos se toparon con circunstancias adversas durante la serie –lesiones, amplios resultados en contra– y ambos fueron encontrando soluciones apelando a la pasión y a la energía, demostrando un nivel de liderazgo solo alcanzable a partir de una conexión profunda y humana con sus planteles.
Al ver actuar a los técnicos de Liverpool y Tottenham se comprende la enorme dificultad que conlleva dirigir tantas estrellas. Me parece justo resaltar esas gestiones maravillosas, tan notables en momentos límite, porque para llevarlas a cabo antes hay que ganarse el respeto de cada componente del grupo. Es extremadamente complicado mantener una línea sin hacer locuras y sin necesidad de gestos exagerados; actuar siempre a favor de la emoción y el estado de ánimo de los jugadores sin desalentar a los suplentes; y por supuesto, saber moverse en esas tierras pantanosas de clasificar o quedar eliminado sin perder la cordura.
En lo puramente futbolístico, las dos series evidenciaron que vivimos un tiempo en el cual los equipos se imponen a las individualidades. Esto se hace aún más patente en las competencias cortas. El juego se ha vuelto tan complejo que los individuos, más allá que algunos tengan más peso que otros, deben ser funcionales a una idea, a un funcionamiento, si me permiten la redundancia; pero en las situaciones de emergencia el auxilio debe venir del equipo.
En ese sentido, fueron muy diferentes las sensaciones que en la derrota ofrecieron Ajax, que no tiene estrellas superlativas, Liverpool cuando cayó en el Camp Nou o Tottenham en su cancha, que la dejada por un apático Barcelona, en el que solo la eficacia de Messi y Ter Stegen en el partido de ida logró disimular la abrumadora superioridad que mostró Liverpool durante los 180 minutos de la serie.
Mientras los tres primeros buscaron variantes para seguir compitiendo con todo en contra y comportándose como equipos hasta las últimas consecuencias, este Barça que gradualmente se va alejando de su identidad y de la pelota se encomendó a un salvador.
Se trata de una línea de pensamiento que conviene destacar, porque los argentinos no acabamos de asimilarla. Es tanta la fuerza que tiene el mito Maradona en nuestra concepción del fútbol –y de otras esferas de la vida cotidiana–, que creemos que siempre vendrá alguien, en nombre de un equipo, del pueblo o de lo que sea a rescatarnos a todos. Estamos siempre esperando al superhéroe que nos modifique la realidad.
Lionel Messi, que acostumbra a vestir ese disfraz, fue duramente criticado luego de la derrota en Anfield. Se le echa en cara su falta de reacción en el cuarto de hora final, un discurso que conocemos bien en la Argentina. Me pregunto qué querían que hiciera. Ponerse a arengar con gritos y gestos ampulosos, o agarrar la pelota y eludir a ocho son expresiones caudillescas que nos encantan, pero muy pocas veces tienen éxito. Son más marketing que otra cosa.
Hablar de un jugador en particular sin considerar lo colectivo es la actual tendencia, ya que eso genera un mayor impacto mediático. Pero tiene su contracara: al futbolista en cuestión se le exigen responsabilidades desproporcionadas en relación a su rol en el equipo.
Debe ser cruel, casi maquiavélico ser un genio como Messi, porque se lo admira siempre que sea héroe, pero se lo culpabiliza por la parte que le toca a él y la que les toca a todos los demás el día que no consigue salvar del naufragio a sus equipos, tal como hace casi por norma. En resumen, no se le perdona la no genialidad.
Dijo alguna vez Roberto Gómez Bolaños, el actor mexicano de El Chapulín Colorado, que "los superhéroes como Superman son personajes de ficción; en cambio los héroes de carne y hueso también pueden sentir miedo, cometer torpezas y perder de vez en cuando". El problema es que el hincha no suele aceptar los finales tristes.
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